Por Ricardo Marconi (*)
Tras haber sido abatido Osama Bin Laden, la nómina de candidatos a ser asesinados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) era encabezado por Anwar Al Awlaki. El candidato a morir, por ser enemigo de Estados Unidos, había nacido en México, en 1971, y había pasado los primeros años de su vida en territorio norteamericano con su padre, Nasser Al Awlaki, un yemení que llegó a ser ministro de Agricultura del presidente yemení Saleh, tras estudiar Economía Agrícola en la Universidad Estatal de Nueva México.
Nasser trasladó a su familia 7 años después a Yemen, y allí creció Anwar, tras lo cual regresó a territorio estadounidense para acudir a la Universidad de Colorado, en la década de los ‘90, logrando la residencia de la Asociación de Estudiantes Musulmanes, donde no se sentía cómodo en razón de las prohibiciones de sexo y alcohol.
Se dedicó a predicar en la mezquita de Fort Collins y, con el tiempo, ocupó el puesto de imán en la ciudad de San Diego, en la que predicaba en favor de una vida llena de pureza, a pesar que actuaba contradictoriamente entre lo que decía y hacía, siendo detenido en varias oportunidades en reuniones con prostitutas.
En 1999 comenzó a llamar la atención del FBI por tener contactos con activistas que se convirtieron en los secuestradores que participaron en el operativo del 11-S: Jalid Al Mihahr y Nawast al-Hazmi, quienes habían concurrido a conferencias dictadas por Anwar. Mudado a Virginia, al tiempo en que se produjeron los atentados, para predicar en las afueras de Washington.
El FBI lo consideraba –al igual que los medios de comunicación- como un moderado y hasta concurrió a un desayuno invitado por autoridades del Pentágono.
Cambio de discurso
Awlaki cambió su discurso al desencadenarse la guerra antiterrorista del presidente Bush y decidió mudarse a Londres, donde era el protagonista de fogosos sermones, los que se grababan en CD para vender. Empobrecido, en 2004 regresó a Yemen para dedicarse a discursos globales virulentos en los que estimulaba a sus seguidores a “entrar en acción directa”.
Uno de sus seguidores, el nigeriano Umar Farouk Abdulmutallab intentó hacer estallar una bomba, oculta en su ropa interior mientras viajaba en un avión, en momentos en que el aparato descendía en Detroit en la Navidad del 2009.
El terrorista había enviado a Awlaki un discurso suyo promoviendo la Yihad.
La Agencia Central de Inteligencia comprendió recién allí que Al Awlaki inspiraba acciones terroristas y que había ayudado a planear una oleada de terror contra Estados Unidos y se inició el debate en el Consejo de Seguridad Nacional sobre autorizar el asesinato secreto de Al Awlaki o detenerlo para llevarlo a juicio.
Finalmente, la oficina del Consejo Legal del Departamento de Justicia emitió un memorando clasificado para dar a la administración de Barak Obama el visto bueno para matar al clérigo, quien en ese momento tenía una posición elevada en Al Qaeda, en la Península Arábiga, aunque para mayo del 2010 el presidente yemení Saleh había restringido las actividades clandestinas en su país.
A principios de 2011, Saleh tuvo que enfrentar y contener revueltas callejeras y en un ataque al Palacio Presidencial, en junio, un misil alcanzó la habitación donde se escondía y lo tiró al suelo, sufriendo un derrame cerebral, mientras que el fuego que se declaró le quemó el 40 por ciento dl cuerpo, debiendo ser trasladado por sus guardias a Arabia Saudita, donde fue intervenido quirúrgicamente, razón por la quedó imposibilitado de continuar dirigiendo el país.
La situación fue utilizada por la CIA y el Mando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC) para expandir su red de espías y una telaraña de escuchas electrónicas por todo el territorio yemení, a la vez que crearon directamente una base de drones en el desierto meridional de Arabia Saudita para perseguir objetivos en Yemen.
Yemen se convirtió en una zona de guerra de la JSOC y en 2011 el Pentágono comenzó a enviar drones desde Etiopía y Camp Lemmoder, Yibuti, una empobrecida base de la Legión Extranjera francesa, desde donde marines y tropas de operaciones especiales de Estados Unidos operaban desde hacía ocho años.
Los drones, a veces, no podían cumplir su misión debido a que no tenían la posibilidad de destruir objetos en movimiento, por la existencia de una fracción de segundos entre la visión del objetivo y el disparo y ello producía la muerte innecesaria de civiles. Esa fue la razón por la que Al Awlaki escapó de morir en mayo de 2011, en Pakistán, días después de la muerte de Bin Laden.
El objetivo era una camioneta en movimiento, conducida por Awlaki, quien huyó en dirección contraria en su viaje, ayudado por las nubes que taparon la visión del objetivo. Al parecer Al Awlaki se habría ocultado en una cueva.
El gobierno de Yibuti prohibió las misiones de Estados Unidos y por eso se ordenó que los Predator y Reaper se trasladaran a Arabia Saudita y así se abrió un nuevo frente en favor de los drones para generar asesinatos dirigidos.
Paralelamente, funcionarios de la CIA recibieron la orden de la Casa Blanca de asesinar a Awlaki en Pakistán y el 30 de setiembre, una flota de drones despegó de la base saudí para volar a Yemen y comenzar a seguir a un grupo de hombres en un convoy en la provincia de Jawf, donde se crían caballos árabes.
Cuando la gente perseguida advirtió a los drones, corrieron a sus autos para ponerlos en marcha, pero los drones ya tenían fijados sus objetivos y ello generó la destrucción orquestada a través de los Predator y sus láseres dieron en el blanco. Todos los hombres que iban en el convoy murieron, incluso Jamir Jan, un especialista en propaganda terrorista que trabajaba para una publicación en redes.
El hijo de Al-Awlaki Abdulrahman, de 16 años, que se había fugado de su casa de la ciudad de Sana y nacido en Denver, se enteró de la muerte de su padre. Se había matriculado como estudiante y estaba interesado en la música y en el deporte, mientras mantenía actualizada su página de Facebook.
Estaba buscando a su padre desde setiembre de 2011 en Yemen hasta que escuchó la noticia de la muerte de su progenitor, mientras estaba con sus amigos en un restaurante cerca de Azzan, un pueblito de la provincia de Shabawa.
Mientras comían, sintieron un zumbido familiar y luego unos misiles alcanzaron de lleno el restaurante y, segundos después, una docena de cadáveres estaban esparcidos, entre ellos el del hijo de Awlaki, quien –vale destacarlo-, no figuraba en ningún listado de terroristas.
El objetivo era Ibrahim Al Banna, un líder egipcio de la AQPA, que casu7almente no se hallaba en el lugar. Sí estaba, pero en el lugar equivocado, Abdulrhaman y, para colmo, en el momento preciso.
Reasignación de espías
Después de que la CIA se viera sorprendida durante las primeras semanas de la Primavera Árabe, reasignó docenas de “oficiales de casos” -agentes de inteligencia designados específicamente para seguir un tema-, y analistas para estudiarlo que estaba sucediendo en Oriente Medio y el norte de África.
Barak Obama, el ex presidente norteamericano, convirtió a los espías en soldados y los envió como agentes paramilitares, junto a contratistas privados para reestablecer contacto con grupos rebeldes para asegurarse que toneladas de ametralladoras y armas antiaéreas que ingresaran en Libia, fueran a manos de los rebeldes.
Obama no quería que tropas terrestres se utilizaran en la guerra para expulsar del poder, en el que estuvo durante 42 años, al licenciado en Derecho Muamar El Qaddafi. Sí dispuso la utilización de drones, así como agentes clandestinos y contratistas con poderes para utilizar a los rebeldes libios como un ejército de choque. (Jackemate.com)
(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política