Por Ricardo Marconi (*)
Por ese entonces los franceses se jactaban de sus tiempos esplendorosos. Era una época ideal para un pintor semiparalítico, fanático del escándalo, casi enano y aterradoramente lúcido que logró modificar el clima social y las costumbres parisinas. Contemporáneo de Gauguin y de Van Gogh, Henri de Toulouse Lautrec [1] se dejó seducir por la marginación, aceptando pintar la marquesina del mismísimo Moulín Rouge. Corría el 9 de setiembre de 1901 cuando, contando sólo 36 años decidió dejar la vida a las dos y cuarto de la madrugada, sin pensar en el que dirán. Había estado todo ese día sosegado, mirando por las ventanas que daban a los jardines del castillo de Malromé y pensando en su madre, la condesa de Toulouse –Lautrec y en el conde Adolfo Tapé de Céleyran.
Ella lo había traído al mundo en la noche tormentosa del 24 de noviembre de 1864, en la ciudad de Albi, al sudoeste de Francia. Tuvo suerte de nacer de dos padres provenientes de las dos familias más ilustres y poderosas de la región, por lo que de niño disfrutó de los placeres de la vida aristocrática, ya que nadie trabaja en su familia, aunque no formaron parte de una sociedad desocupada.
El tiempo de sus mayores es dominado por la pintura, la caza, la equitación y el buen comer. Es que poseen una enorme caja fuerte que su administrador llena de dinero y a la que cada componente acude cuando debe cubrir necesidades.
“Bebe lou poulit”
La familia no lo llama por su nombre de pila. Sí lo hace diciéndole “bebe lou poulit”-niño gracioso- en razón de su temperamento jovial y alegre que mantendrá aún a los trece años cuando padece un primer accidente que cambiará su vida: Se cae de una silla y se quiebra el fémur.
Estaba recuperándose del accidente y el hueso se estaba soldando, cuando cayó nuevamente y se secciona el mismo hueso, descubriéndose al ser atendido, una distrofia poliepifisiaria de la que en su familia nada sabían.
El deficiente desarrollo de determinados tejidos óseos que supone la enfermedad detuvo a partir de ese momento su crecimiento que hasta ese entonces se podía considerar normal. Toulouse-Lautrec, ya adulto, no superó el metro cincuenta y dos centímetros de altura.
Henri, a pesar de su enfermedad no perdió la ironía y la jovialidad que le proporcionó su único amor: la pintura.
En el estudio del maestro Fernand Cormon, Lautrec tuvo la oportunidad de establecer contacto –en febrero de 1886-, con un holandés hosco: Vincent Van Gogh. El esclarecido “Bebe lou poulit” realizó, al pastel, un retrato calificado del cautivante artista signado por la tragedia, al que, tras la pintura –dicen-, sólo volverá a ver una vez más.
El ingreso a los barrios bajos
El poeta revolucionario Arístides Bruant, lo introdujo a Toulouse-Lautrec en los “barrios populares”, como ahora se dice -por imperio del coronavirus-, a los “barrios bajos” de París, donde ilustra canciones del casi anarquista.
Es allí donde toma contacto con una obrera peligrosa que Lautrec conoce, un mediodía, en Boivin: Rosa, la Roja, la heroína de A. Montrouge, la canción de su amigo. También habrá de convertirse en La Lavandera.
Los aficionados burgueses le permitirán vivir con ese trabajo y Lautrec se siente satisfecho, ya que considera que es su forma de conquistar a su verdadero público: el pueblo.
Es así que en su búsqueda de motivación para pintar, el hijo de la condesa francesa descubre su verdadero hogar y mayor fuente de inspiración: los prostíbulos y los locales de baile.
El 5 de octubre de 1889, en el número 90 del boulevard de Clichy, se abran las puertas de un lujoso local de espectáculos, cuyo ingreso principal está dominado por un enorme molino de viento simulado: El «Moulín Rouge» y es Lautrec el elegido para hacer el nuevo cartel que servirá de identificación.
Contraponiéndose a la moda esboza lo que será luego el vademécum de la publicidad futura, la que será esquemática, con la que golpeará a París, convirtiéndose en el niño mimado de los artistas, que de esa manera descubren a un artista contrahecho y genial que, llegando desde la cúspide de la más rancia aristocracia, logra que sus pinceles expresen un nuevo y singular lenguaje. Jane Avril, su modelo preferida, alcanza, asimismo, una impensada fama y la inmortalidad.
Lautrec se torna despreciativo con la hipocresía reinante en la capital francesa de fin de siglo y no de deja de impugnarla desde sus actitudes y aún desde sus pinturas.
Paul Durand-Rue, el comerciante de los Renoir, Manet, Degas y Monet es recibido por Lautrec en el prostíbulo de la rues des Moulins, donde vive rodeado de las modelos semidesnudas.
Es el mismo lugar donde concurren periodistas de izquierda y funcionarios decididos a censurarlo, mientras el disfruta con el escándalo que esas acciones sociales generan.
Sin embargo, no todo es felicidad en el subterráneo mundo del pintor. Su salud, lentamente comienza a deteriorarse y luego esa situación física avanza a pasos agigantados. Duerme y come poco, pero la bebida llena esos vacíos en su organismo.
En Londres
En 1898, en Londres organiza una la que se considera su última exposición, la que lo encontrará aún con vida.
En un amanecer neblinoso, sin haberse acostado, despierta a su amigo Maurice Loyant y le despliega la litografía de “Mujer dormida”. Los críticos considerarán en el tiempo como “de lo mejor que haya pintado”.
Un año más tarde, en el transcurso del mes de febrero sufre una crisis de delirium tremens y es internado en la clínica psiquiátrica Folie St. James, cerca de París.
Al salir de la internación no suponía que solo le queda vivir por delante la que se considera la última etapa positiva de su vida que se extenderá desde el otoño de 1899 hasta el fin del verano de 1900. En ese tiempo en que, utilizando su aterradora lucidez comienza a planificar su muerte.
Federico Fellini, el destacado director de cine al recordar a Lautrec expresará, no sin tristeza: “Me une a Lautrec la atracción que el pintor sintió por los seres desheredados a o despreciados. Por aquellos que las personas de bien llaman viciosos”. (Jackemate.com)
(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com
[1] Se llamaba Heri en honor del rey de Francia Enrique V.