En su autobiografía dijo ser consciente de dos principios opuestos que guían su pluma. Uno de ellos es el azar y el restante el orden que modela la vida. También afirmó ser amenazado de muerte en diversas oportunidades y esos factores le permitieron,-según él-, sobrevivir indemne para llegar a ser escritor, esforzado en reconciliar elementos contradictorios del realismo y la fantasía como resultante de concatenaciones del azar
Se preguntó, en incontables oportunidades, si sobre su vida incidieron predeterminaciones específicas que –no de manera sobrenatural-, se depositaron en su herencia genética para conformar una personalidad agnóstica y empirista.
Estuvo siempre seguro de que el azar desempeñó un papel en su vida. En un apunte autobiográfico relató que “en la Primera Guerra Mundial, cuando cayó la fortaleza de Przemysl, en 1915, su padre, Samuel Lem, médico del ejército austrohúngaro, fue tomado prisionero por los rusos y pudo regresar a Lemberg –ahora Lvov, su ciudad natal, sólo a cabo de cinco años, en medio del caos de la Revolución Rusa.
Estuvo el padre de Lem a punto de ser fusilado en el acto por ser oficial y por lo tanto un enemigo de clase.
Se salvó porque cuando lo llevaron al sitio de la ejecución fue visto y reconocido desde la acera de una pequeña ciudad de Ucrania por un barbero judío de Lemberg que solía afeitar al comandante militar de esa ciudad y por esa razón tenía libre acceso a él.
El barbero intercedió por el que sería el padre de Lem y lo dejaron en libertad para regresar a Lemberg y a su prometida.
Esa historia fue narrada en una reseña ficticia titulada “De imposibilítate Vitae”, de Cezar Kouska- de su libro Vacío perfecto. El azar salvó la vida de su padre, en ese caso, ya que si el barbero hubiera pasado un minuto antes o después por el lugar, el progenitor de Stanislav hubiera muerto.
La historia la conoció Stanislaw a los diez años, de boca de su padre quien llegó a ser un respetado y acaudalado médico laringólogo en Fyov.
Stanislav nació el 2 de setiembre de 1921, en Leópolis (Polonia) –territorio que hasta 1939 perteneció a Polonia y luego pasó a Ucrania-, , antes de la guerra y en sus primeros años pasó una vida feliz, sin que le faltara nada.
Hijo de Sabina Woller y Samiel Lem, médico del Ejército Imperial Austro-Hungaro-. Tuvo una institutriz francesa y siempre estaba rodeado de juguetes, aunque su deleite era estar solo y disfrutaba de su soledad llegando a inventar un curioso juego que describió en El Castillo, un libro sobre su infancia. Se interesó por la medicina e interrumpió sus estudios al iniciarse la II Guerra Mundial.
Jugaba a trasladarse a mundos ficticios, pero no los inventaba ni imaginaba de modo directo. Sí fabricaba cantidades importantes documentos cuando estaba cursando la secundaria de Lvov, certificados, pasaportes, diplomas que le conferían riquezas, jerarquía social y poder secreto o “el pleno poder de autoridad”, sin límite, y permisos y pruebas codificadas y criptogramas que atestiguaban el más alto rango, todo en otro lugar, en un país que no existía en los mapas.
Lem, el saboteador
Era un buen alumno. Integró la Resistencia polaca al nazismo y trabajó como mecánico y soldador, aunque también realizó actos de sabotaje contra unidades de ocupación alemanas, a lo que debería agregarse su participación en el tráfico de armas para la resistencia partisana.
Algunos años después de la Segunda Guerra se enteró por un funcionario del área de Educación de Polonia en época de la preguerra, que se medía el cociente intelectual de todos los estudiantes secundarios (1936 o 1937)-, que el suyo era superior a 180 y había sido, en palabras de ese funcionario, el niño más inteligente del sur de Polonia.
Los pequeños no conocían los resultados y ese cociente intelectual le sirvió, sin saberlo, para sobrevivir a la ocupación alemana en el Generalgouvernement (unidad administrativa) a que los alemanes habían reducido a Polonia.
En ese tiempo tomó debida cuenta que no era “ario” pero desconocía la cultura judía. De modo que en rigor la legislación nazi le hizo advertir que tenía sangre judía en las venas.
En 1942 logró su familia evadir el encierro en el gueto. Con documentos falsos, sus padres y el propio Stanislav sobrevivieron a esa ordalía generada en Belzec, logrando salvarse de morir en un campo de concentración.
En 1944, cuando los soviéticos desplazaron de Polonia a los nazis, Lem regresó a Croacia y en 1946 volvió a la universidad para completar sus estudios de Medicina y luego cursó la especialidad de psicología.
Ese mismo año publicó en una revista su relató “El hombre que maté”. Por disidencias ideológicas, no le entregaron su título y en 1948 no accedió a las fuerzas armadas.-
Primeras lecturas
Sus primeras lecturas, en la Polonia de preguerra fueron bastantes curiosas. Eran libros de anatomía y los textos médicos de su padre que deletreaba cuando aprendía a leer y entendía poco, ya que eran libros en alemán y en francés.
Sólo las novelas estaban en polaco. Miraba con curiosidad las imágenes de esqueletos, de cráneos humanos diseccionados, de cerebros humanos dibujados con precisión en varios colores, así como de intestinos en frascos con nombres latinos.
Eso lo hacía a escondidas, ya que tenía prohibido leerlos e incluso había un hueso humano real que se hallaba detrás de las puertas de vidrio de la biblioteca. Era un hueso del cráneo extraído durante una trepanación y para poder tenerlo en sus manos debía robar la llave de su padre.
Ese hueso, desde lo literario, se encuentra reflejado en otra de sus novelas (Memorias encontradas en una bañera).
En esa obra literaria el hueso se transforma en un cráneo entero, cercenado de un cadáver que un médico tenía en un pabellón, una de las muchas etapas en la odisea del héroe por un edificio laberíntico.
Su tío, -hermano de su madre-, tenía un cráneo completo como ese, debido a que también era médico. Lo asesinaron dos días después que la Whrmacht entró en Lemberg, oportunidad en la que también murieron polacos judíos, en general profesores universitarios y Boy Zelenski, uno de los más talentosos escritores polacos, quienes fueron capturados en sus casas durante la noche y fusilados.
No creía Stanislav en el destino o la predeterminación. Sí en una desarmonía preestablecida que termina en caos y locura. Su niñez fue apacible y armónica, sobre todo en comparación con los años siguientes.
Ratón de biblioteca
Se convirtió en un ratón de biblioteca y leía todo lo que le llegaba a sus manos, novelas, poemas y libros de divulgación científica que, en algunos casos, le reglaba su padre, quien pagaba cifras importantes por ellos, equivalentes al costo de un traje de ese tiempo.
Lo impresionaba el pubis femenino. Le parecía una araña, no precisamente nauseabunda, pero si incapaz de despertar sensaciones eróticas.
Felizmente, según él, su adolescencia no sufrió por ello y hasta llegó a iniciar estudios de medicina y hasta se dedicó a la ginecología e incluso trabajo como obstetra en un hospital. Asoció la pornografía no con el deseo sexual y el afán de copular, con las figuras anatómicas de los tomos médicos de su padre. Consideraba la excitación sexual como algo extravagante.
Comparó el deseo del sexo sin amor con la necesidad irresistible de comer sal y pimienta en cucharadas porque los platos sin sal ni pimienta carecen de sabor.
Cuando escribió El castillo se puso a pensar en su destino de escritor cuando comenzó a interesarse en las galaxias, en tomos de astrofísica e imágenes de reconstrucciones de saurios extinguidos del Mesozoico y cerebros humanos multicolores en libros de anatomía.
Imaginaba reinos y comarcas fantásticas y creaba mentalmente animales prehistóricos inauditos para los paleólogos. En su imaginación inventó un avión con forma de espejo cóncavo gigante, con una caldera en el foco.
La circunferencia del espejo estaba erizada de turbinas y rotores para permitir que se elevara, como un helicóptero y la energía para todo ello derivaba de la radiación solar.
Suponía que ese engendro extravagante volaba a gran altura y muy encima de las nubes y sólo de día. E inventó algo que ya existía sin que él o supiera: el engranaje diferencial.
También dibujaba en gruesos cuadernos, entre ellas una bicicleta conde uno subía y bajaba al andar, como en un caballo. Con el tiempo, en la revista inglesa New Scientist vio algo parecido.
Escondía a todo el mundo sus bocetos ya que era afecto a lo misterioso y porque tenía miedo al ridículo y porque entendía que el patrón que presentaba con el tiempo de su infancia.
Stasnislav quería extraer la esencia de su niñez, en su forma pura, y de su vida entera, como quien dice, los subsiguientes estratos superpuestos de guerra, genocidio y exterminio, de noches de refugio durante las incursiones aéreas, de existir con una identidad falsa, de ocultamiento, de todos los peligros, como si nunca hubieran existido.
Dio un indicio de tales exclusiones en la no vela misma, en la que quería excluir ciertas cuestiones, intercambiando comentarios de que cada ser humano es capaz de escribir varias autobiografías asombrosamente distintas, de acuerdo con el punto de vista elegido y el principio de la selección.
Se sentía más un animal perseguido y acechado que a un ser humano pensante. Aprendió, a través de duras experiencias que la diferencia entre la vida y la muerte dependía de aparentes nimiedades y decisiones mínimas y sentía que no podía afirmar que al seguir su instinto de auto conservación empleara siempre una estrategia reflexiva de extrema cautela. Por el contrario se expuso en varias ocasiones al peligro por mera inconsciencia o idiotez y en menor medida por considerarlo necesario.
Robó municiones del Beutepark der Lufwaffe del depósito donde la fuerza aérea alemana guardaba armamento en Lvov para entregárselas a un desconocido, alguien del que sólo sabía que era miembro de la Resistencia.
Lo hacía por pertenecer al personal de una compañía alemana y tenía, por ello, acceso al depósito. Incluso le ordenaron transportar amas a pie, y él, desobedeciendo, utilizó un tranvía, oportunidad en que un policía ucraniano, miembro de las fuerzas de ocupación alemana, saltó al mismo estribo, detrás de él.
Se salvó de que el policía tanteara el arma al pasar el brazo detrás de él para asirse a las agarraderas del vehículo.
Su acto puede ser calificado de irracional y arriesgado, aun cuando estaba oficialmente abierto a los visitantes. Sus amigos terminaron casi todos trasladados a los hornos de gas de Belzec, en el otoño de 1942.
Lem consideró a El castillo como un trabajo autobiográfico donde destaca que vivió “en sistemas sociales radicalmente distintos”. Experimentó las enormes diferencias entre la pobre y la independiente Polonia capitalista de preguerra.
Vivió la paz soviética en los años 1939-41, la ocupación alemana, el regreso del Ejército Rojo y los años de posguerra en una Polonia muy diferente.
Al mismo tiempo llegó a entender la fragilidad que todos los sistemas tienen en común, a la vez que le sirvió para aprender a entender cómo se comportan los seres humanos en condiciones extremas, como imprevisibles se vuelven bajo una enorme presión, de modo que resulta imposible predecir su conducta.
Aprendió la futilidad insondable de la vida humana bajo el influjo del asesinato masivo que no puede comunicarse con técnicas literarias donde los individuos o pequeños grupos de personas forman el centro de la narración.
Los inicios en la ciencia ficción
Precisamente él empezó a escribir ciencia ficción a causa de esa limitación narrativa y admitió que que empezó a hacerlo porque “ella trata sobre los seres humanos como especie, mejor dicho, sobre todas las especies posibles de seres inteligentes, una de las cuales es la especie humana”.
Con el tiempo opinó que sus primera novelas de ciencia ficción “carecen de todo valor”, entre las que mencionó “Los astronautas”, escrita en 1951, a la que tras años de experiencia calificó de “cándidamente humana”.
Se perfeccionó literariamente a partir de 1956 o 1957, ya que antes lo consideró no posible, debido a que era imposible conseguir libros extranjeros en Polonia. Leyó varias veces La guerra de los mundos de Wells para llegar a “confirmar su comprensión de la psicología humana utópica”.
Era ese trabajo parte de lo que calificó como que “el mundo maligno de la realidad era negado por una marejada de bondad. En esos años de posguerra sólo parecía existir esta alternativa: la esperanza o la desesperación, un optimismo históricamente insostenible o un escepticismo justificado que podía caer fácilmente en el nihilismo”.
“El hospital de transfiguración” la escribió en 1948, en su último año de estudiante, para escapar de los recuerdos de la guerra,” para expulsarlos como pus, para quitarme de encima su peso sofocante” y para no olvidar.
Se trataba la novela sobre la lucha del personal de una clínica mental para evitar que los ocupantes alemanes maten a los internos. La crítica de su tiempo la consideró como una especie de continuación de La montaña mágica de Thomas Mann.
A su trabajo Lem lo consideró como “el último círculo del infierno, el desenlace lógico de la vaticinada decadencia de Occidente”, en los exterminios masivos. La novela recién se pudo publicar en 1955, ya que no se adaptaba a las pautas reinantes del realismo socialista.
En 1946, Lem y su familia se mudó de Lvov a Cracovia, ya que habían perdido todas sus pertenencias durante la guerra. Su padre tenía setenta años y estaba obligado a seguir trabajando en el hospital a causa de su situación económica crítica, por lo que no podía instalar su consultorio.
Toda la familia vivía en un cuarto y su madre no podía obtener trabajo, por lo cual ayudaba con lo que ganaba con la venta de sus cuentos largos para un semanario folletinesco que presentaba una historia completa en cada número. Incluso escribió poemas que se publicaron en Tygodnik Powszechny, el semanario católico de Cracovia. Y dos novelas cortas que nada tenían que ver con la ciencia ficción.
En 1947, a los 26 años lo nombraron ayudante de investigación del Círculo para la Ciencia de la Ciencia, funda por el doctor Mieczyslaw Choynowsky, a quien le presentó un trabajo sobre la teoría de las funciones cerebrales, que él inventó y un tragado filosófico.
Dijo que los dos trabajos eran un disparate, pero lo tomó bajo su tutela, motivo por el cual leyó textos de lógica, metodología científica, psicología, psicotecnología, la historia de las ciencias naturales y otras cuestiones.
Como no sabía inglés, estaba, en algunos casos, obligado a descifrarlos. Ello no sucedía con textos en francés-aprendido en su casa-, latín y alemán, e incluso ruso.
El caso Lysenko
Se involucró en el caso Lysenko, pues en su investigación resumió la controversia entre él y genetistas soviéticos. La posición que tomó respecto del caso señalando que la teoría de Lysenko sobre la herencia de los caracteres adquiridos era descabellada -tuvo razón-, le costó consecuencias dolorosas para el mensuario.
En esos años se informó muy bien sobre los desarrollos de las ciencias, pero el círculo de Cracovia funcionaba como una agencia de clearing para la literatura científica estadounidense y canadiense, aunque en el caso de esta última, en menor medida para todas las universidades polacas.
Basado en esas lecturas escribió Edén, en 1959; Solaris (1961), El Invencible (1964), entre otras. Allí incorporó problemas cognitivos.
Sus escritos son el instrumento para realizar reflexiones filosóficas acerca del desarrollo tecnológico, los avatares de la comunicación y la inteligencia.
Su padre murió en 1954 y a fines del 50 pudo comprar una pequeña casa para su esposa y él, en los suburbios de Cracovia.
A fines del 60 estableció su primer contacto con Franz Rottensteiner, de Viena, Los dos escribían entonces ensayos críticos y polémicos para revistas de aficionados (fanzines), anglo norteamericano de ciencia ficción –sobre todo para la australiana SF Comentary de Bruce Gillespie, lo que les otorgó popularidad, aunque negativa, en el gueto de la ciencia ficción.
En ese tiempo consideraba que los escritores de ciencia ficción norteamericanos eran científicamente ignorantes y ello se notaba en su abominable calidad literaria. Luego comprendió que se había equivocado.
Con el tiempo admitió que Verne, Wells y Stapledon habían creado algo nuevo para su tiempo y distinto de lo que hacían otros escritores. Comprendió que cada uno de ellos había entrado en tierra abandonada desde una dirección diferente e hizo suya alguna “provincia” de ese territorio yermo hasta entonces. Comprendió en el tiempo que tanto Wells como Stapledon debían ser comparados con
inventores del ajedrez o las damas. Habían descubierto nuevas reglas de juego y sus sucesores se limitaban a aplicarlas, con meras variaciones. Luego surgieron híbridos y posteriormente se aplicaron esquemas rígidos y mecánicos.
Stanislaw, en un período –él lo consideró el tercero de su producción-, escribió reseñas de libros inexistentes y prólogos de trabajos que serían publicados en el futuro, en ese momento inexistente.
Provocación
En un período posterior escribió Provocación. Era la reseña de un episodio ficticio en dos volúmenes, atribuidos a un historiador y antropólogo alemán inexistente a quien llamó Aspernicus. El primer volumen se llamó Endlosung als Erlösung (La solución final considerada como redención); el segundo Fremdköper Tod (Muerte de un cuerpo extraño).
El trabajo puede resumirse como una singular hipótesis historiosófica sobre las raíces, aún no reconocida del Holocausto y el papel que la muerte, especialmente la muerte masiva, ha desempeñado en las alturas de todos los tiempos.
Historiadores profesionales tomaron su extravagancia como la reseña de un libro real, e incluso muchos especialistas intentaron “conseguir el libro” inexistente.
Todo transformarse en libro. Aunque sí reconoció que vivió con placidez el nacimiento y desarrollo de sus ideas durante más de tres décadas y media. Lo que escribía fue planeado desde el comienzo para luego transformarse en libro.
Ese mecanismo fue utilizado para elaborar sus primeras obras e incluso las del que denominó el “grupo Solaris”. Sus ideas nacían de la nada, crecían como en Retorno de las Estrellas y vivía sus trabajos desde la posición de un lector.
Incluso, en un momento determinado de la última mencionada dijo “encontrarse en determinado momento de su escritura “frente a un paredón”.
Sin embargo algo debe decirse sobre su método creativo: Primero: no hay una correlación positiva entre la espontaneidad de su escritura y la calidad del trabajo resultante. Dio nacimiento a Solaris y Retorno de las estrellas de un modo similar.
Sin embargó, creyó que “retorno…” es un libro pobre porque en el segundo los problemas subyacentes del mal social y su eliminación se tratan de manera muy primitiva, demasiado improbable y falsamente.; segundo: La espontaneidad creativa no es garantía de que existiera el desarrollo cierto de toda una narración, es decir una trama que pueda terminarse sin forzarla; tercero: Este proceso de escritura que se caracteriza por los marcados signos de una creación por ensayo y error, siempre ha sido obstruido por bloqueos o callejones sin salida que lo obligaron a replegarse ante la falta de “materia prima” .
Por ello Solaris no pudo ser terminado en un año y sólo pudo ser concluido cuando tomó conciencia del capítulo final.
En los casos en que escribía cuentos lo hacía casi de un tirón y sólo se detenía entre sesión y sesión de escritura o cuando se le ocurría una idea complementaria que enriquecía el texto o modificaba la trama. Explicó en varias oportunidades que “no había forzado sus textos” e incluso ha suspendido los mismos para dejarlos descansar por meses o más de un año”.
Aprendió a evitar la espontaneidad en su metodología para escribir. Cuando el espacio imaginativo se agotaba se concentraba en conducir sus reservas de ideas para llevarlas a la superficie a los efectos de lograr algo básico.
En esos tiempos escribía notas breves con ideas adicionales que lo conducían, casi inexorablemente, a lo que estaba elaborando como tema central.
En otras oportunidades bosquejaba contornos de historias que llenaría más tarde. O escribe sinopsis y reseñas críticas o ensayos breves o ensayos que denomina “historiosóficos” o “enciclopedias de civilizaciones extrañas” y sus estrategias militares, que obviamente no tienen un propósito determinado pero que pueden ser utilizados en algún momento para otra historia o cuestión.
Obras
Su primera novela “El hospital de la transmigración” (1948), recién fue publicada en 1955 por problemas de censura del gobierno comunista.
Su inicio en obras, de tono utópico, fue “Los astronautas” (1951), y dos años después se unió a Bárbara, una estudiante de medicina.
Escribió sobre contactos humanos y sus relaciones con seres extraterrestres. Así surgió “Diarios de las estrellas”. Más adelante, sobre el futuro tecnológico escribió “Fábulas de robots”, “Ciberíada” y “La paz en la Tierra”.
En 1976 fue expulsado de la Sociedad Norteamericana de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía, por sostener que el género norteamericano era de mediocre para abajo. Algunas críticas sostuvieron que el enfoque de Lem y el estándar norteamericano no eran incompatibles.
Estimaba Lem que “en el enfoque yanqui primaban los robots, los viajes espaciales, el viaje en el tiempo mientras que los aliens y las guerras de las galaxias, así como el viaje a las estrellas son antropomorfos y están anclados en la ilusión.
A lo que se debe agregar que lo no humano está fundido con lo humano: Ho hay problema existencial ni metafísico, ni mágico, ni científico que no tenga su realización antropomórfica, y con el cual, por lo tanto, podemos dialogar y eventualmente vencer”.
Su legado
Stanislaw Lem murió a los 84 años, en la ciudad polaca de Cracovia, el 27 de marzo de 2006. Legó libros que vale la pena leer y releer para adentrarse en los laberintos de la ficción que tanto se parecen a situaciones dilemáticas de esta época contradictoria y turbulenta por os niveles de violencia del Estado.
Los críticos especializados en ciencia ficción sostienen que Lem acomete el problema de la otredad: no la otredad que hoy esté en boga, que hace hincapié en algunas costumbres o en vestuarios o en dietas y aún en religiones ligeramente diferentes, sino la otredad radical que es por definición indecible.
En El Invencible, los exploradores hallan que los restos de un cohete que se estrelló han evolucionado fabricando a su vez máquinas que obedecen al principio de la selección natural y han dado, transcurriendo los siglos, minúsculos avioncitos de metal, que viajan en bandadas y son capaces de reproducirse… y justamente allí está la cosa : los avioncitos no son seres vivos en el sentido que conocemos, y sin embargo responden a la ley básica de la evolución.
No son robots, porque los de Asimov, por ejemplo, fueron construidos por humanos; el eventual robot nacería de los restos del invencible, sería natural y moldeado por las fuerzas de la naturaleza, mucho más alejado de nosotros que cualquier ameba.
Se afirma que Lem tiene parentesco conceptual con Kafka, ya que trata lo fantástico de parecida manera, que con sus colegas que lo expulsaron. La verdad que bien expulsado estaba, se lo merecía. Era demasiado para esa asociación. (Jackemate.com)
(*) Licenciado en Periodismo – rimar900@hotmail.com