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Por Jorge Galíndez (*)

De “palabra santa” a la necesidad de un cambio de estrategia

 

 ¡¡Hola, campeón!! ¡¡Tengo buenas noticias, hoy te vas de alta!! Juanchi de 40 años cumplía su día 23 de internación. Sano previo, ingresó a Terapia Intensiva con un cuadro de Dengue grave que  luego complicó con una infección nosocomial. Respondió muy bien al tratamiento por lo que el cuadro parecía superado para satisfacción de todos.

-Cómo que se va hoy de alta? Reaccionó de mala manera, Celina, su esposa. Esta mañana vino el infectólogo y le dijo que hasta que no normalizara todos los estudios de acá no se iba!!

Tranquila Sra. entonces lo voy a hablar con el colega, le dije mientras me retiraba incomodo de la habitación. “Éstos nunca se ponen de acuerdo, sí no es por una cosa es por otra”! la escuché murmurar insatisfecha mientras cerraba la puerta de la habitación.

Este pequeño episodio que he de decir se solucionó satisfactoriamente, me llevó a recordar una vez más el alcance, la potencia y las implicancias que nuestra palabra tiene para pacientes y familiares donde la claridad en la comunicación es fundamental para una buena relación y donde la confianza es imprescindible.

De ser palabra santa hoy no podemos negar el innegable avance del fenómeno de su creciente desvalorización.

Seguramente todos hemos vivido situaciones donde nuestros diagnósticos o tratamientos han sido puestos en dudas, muchas veces sólo expresados en sutiles gestos de desconfianza o preguntas insinuantes  que esconden la insatisfacción por nuestra opinión.

Es frecuente y hemos debido de acostumbrarnos también a que nuestra palabra sea cotejada con la opinión, de amigos, familiares o vecinos muchas veces médicos y otras simples opinadores de buena fe.

Es evidente que el sencillo acceso a todo tipo de información en manos de personas no habituadas al razonamiento médico abre la puerta  a  dudas y conclusiones no siempre acertadas.

Sin embargo, es necesario que admitamos nuestra parte de responsabilidad en este tipo de situaciones y que analicemos cuando han sido provocadas por una falta de comunicación efectiva y afectiva de nuestra parte, muchas veces atribuidas al apuro, la falta de empatía y, porque no decirlo, a cierta dosis de soberbia que todos cargamos.

Bueno es de entender que cuando nuestra palabra es desvalorizada, no sólo tiene consecuencias para nuestro ego sino y esto es lo importante, puede conllevar consecuencias negativas directas para la salud de los pacientes.

Vayan como ejemplos las derivaciones, a veces severas, al retrasar el inicio de un tratamiento y aún más grave cuando la negativa es a recibir la atención adecuada. Mucho se ha escrito sobre este tema pero rescato dos libros que me permito recomendar.

“La Palabra del Médico” del destacado Profesor, el Dr. Ignacio Di Bartolo, donde el autor describe de una manera casi poética tres momentos claves de nuestra profesión. Nuestra palabra en la intimidad del consultorio, como docentes y en nuestra vida social y

«La Palabra Médica» del Dr. Ernesto Gil Deza, prestigioso oncólogo, donde profundiza sobre la utilización de la comunicación como una herramienta terapéutica y reflexiona con gran calidad sobre el porqué la palabra médica es diferente a los otros decires de las personas

A veces los ejemplos son tan concluyentes que no necesitan mayor explicación. Centrémonos por un instante sobre el valor de tres letras, VIH, y el impacto que puede tener en la vida de una persona.

Si no conocemos la forma, los modos, el tiempo a dispensar y la calidez en comunicarlo, con seguridad habremos de  causar un stress psíquico que producirá, en nuestro paciente, una huella  de difícil elaboración.

Lamentablemente pienso que la desvalorización de “nuestra palabra” es un proceso que no va a detenerse debido a múltiples causas algunas ya enunciadas.

 

El universal acceso a “las informaciones” que circulan en internet y redes sociales sin contexto (y en muchos casos falsas), la extrema difusión de temas médicos en la prensa y la publicidad de las llamadas medicinas alternativas, son sólo algunos de esos factores.

Pero también están aquellos en los que sí podemos influenciar para evitar que prolifere el descreimiento. Por ejemplo, ocuparnos en reducir nuestros propios errores de comunicación y entender que hay que extremar los cuidados en la forma de expresarnos y porque no decirlo, muchas veces bajarnos de la torre de marfil donde suponemos estar, y encontrarnos en el exacto lugar de una compleja relación que, de por sí, es desigual, pero que nos exige respeto, paciencia y comprensión.

Y por sobre todas las cosas, es imperioso que en estos tiempos de inteligencia artificial nuestro mandato sea no sólo impulsar con todas nuestras fuerzas la revalorización de la palabra médica, sino y mucho más importante, re jerarquizar nuestra  querida profesión, en toda su grandiosa concepción. (Jackemate.com)

 

(*) Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela Eva Perón

 

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