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Por Lic. Diana Farcuh

 

 

 

Queremos anotar algunos aspectos de la personalidad de Manuel Belgrano que denotan sus ideas sobre la vida militar. En sus ‘Memorias’, el general relata cómo su ingreso a las milicias urbanas durante las Invasiones Inglesas, lo motivó a tomar lecciones de táctica y manejo de armas. Belgrano era muy celoso

sobre las actividades de la oficialidad y de la tropa. Sabía que esta última debía ser vigilada con gran cuidado y era partidario de que las armas estuvieran custodiadas por fuerzas veteranas y por jefes de reconocida trayectoria.

Por eso, nunca permitió que finalizados los ejercicios reglamentarios de tiro, o las instrucciones con manejo de armas, ningún soldado o civil se retirara portando las mismas, aunque se tratase de los cuchillos.

Además, como consideraba a la religión un medio eficaz para obtener los logros revolucionarios, y mantener la subordinación y el orden entre sus soldados, nombró a Nuestra Señora de las Mercedes, Generala del Ejército. Los triunfos eran dedicados a la Virgen y cualquier acción era propicia para agradecer a Dios sus favores.

Belgrano se destacó por cuidar con gran celo de la disciplina de sus huestes, tratando de dar conjuntamente con sus oficiales, el ejemplo que los combatientes necesitaban.

Al hablar de tropa nos referimos a hombres sin preparación militar, arrastrados muchas veces de sus hogares por las levas periódicas y que a la menor oportunidad aprovechaban para desertar.

Atento a esas circunstancias, agravadas muchas veces por la falta de sueldos, ropa, alimentos y armas, el general reglamentó su ejército para remediar estos males.

También se preocupó por el uso y administración de la justicia militar. La deserción fue castigada ejemplarmente, con el propósito de evitarla. Y determinó, por un reglamento interno de la fuerza, que se estableciese el Tribunal de Honor, formado por cinco jueces elegidos por los oficiales.

Todos los oficiales tenían obligación de delatar a sus compañeros que hubiesen cometido algún delito. El Tribunal establecía penas y aquel que reincidía podía ser expulsado del cuerpo.

Además, fue partidario de que sus soldados tuvieran trabajos para realizar aun cuando estos no fueran necesarios, así los desviaba de la ociosidad a la que calificaba como madre de todos los vicios.

Así lo hizo en Tucumán, donde montó su campamento de La Ciudadela, y dispuso que los soldados cultivaran huertas para su consumo, evitando molestar a los habitantes con pensiones y requisas.

Y consciente de la necesidad de conocer el terreno para atacar o defenderse del enemigo, organizó una Compañía de Guías formada por prácticos de la región, para el trazado de cartas topográficas que fueron de gran utilidad.

El trato a los prisioneros y la guerra de guerrillas fueron otras de sus concepciones, así como el hostigamiento permanente al enemigo. Y para estímulo de sus tropas y el pueblo hizo trascender los hechos victoriosos con fiestas populares, fuegos artificiales y la publicación de un Diario de Operaciones.

Y confiando en que solo la educación permitía la independencia de los hombres, puso en marcha una Academia Práctica para sus oficiales y subalternos y otra Escuela de Matemáticas, similar a la creada por la Primera Junta de gobierno, a instancia suya, en Buenos Aires, para capacitar oficiales para los grados superiores.

Para lograr un ejército modelo, dispuso que todos sus jefes ejercitaran los cuerpos a su cargo, en el manejo de las armas y en evoluciones de batallón.

Dos personajes tuvieron gravitación sobre Belgrano. Uno fue el Capitán de Caballería Jorge Or, y el otro el barón Eduardo de Holmberg. El primero se encargó de dar lecciones de sable o espada y manejo de armas tanto para la infantería como para la caballería.

Holmberg, fue nombrado Jefe del Estado Mayor, en todo lo concerniente a artillería e ingenieros, y auxilió en la fabricación de morteros, obuses y cañones.

Sobre temas sanitarios, Belgrano determinó la práctica del baño asiduo de la tropa, la vacunación contra la viruela, el aseo de los cuarteles y la visita semanal de un facultativo que debía controlar la salud.

El 15 de abril de 1819, algo relajado tras la firma del Armisticio de San Lorenzo, escribía Belgrano al gobernador de Córdoba Álvarez de Arenales: “Mis hermanos de armas, y aun yo mismo, estoy sin poder lavar mi ropa por falta de jabón, es preciso ocurrir a esta necesidad de la mayor importancia para la salud; en consecuencia, espero que V.S. me remita doscientos o trescientos panes de este útil, con la posible celeridad”.

Su lema era: “Sin Ejercito no habrá jamás Patria”. Lo decía en su carta al Dr. J. B. Oquendo, y agregaba: “…la fuerza en orden, disciplina y subordinaciones es la única que puede asegurarnos interior y exteriormente, todo lo demás es un error que traerá nuestra total destrucción”. Y siempre rescataba la importancia de los premios y el deber de los oficiales.

Estas ideas de Belgrano, reflejadas en su vida militar, se inscriben en el contexto de la guerra por la independencia, y también en el establecimiento del orden interior que propugnaba desde su perspectiva de general de un ejército nacional en operaciones. (Jackemate.com)

(*) Miembro de la Junta Provincial de Estudios Históricos

Fuente: www.ellitoral.com.ar

 

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