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La existencia de la mujer como tal en sí misma desde los albores del tiempo, milenaria y eterna. La mujer con su vastísima historia, sus diferentes ciclos y metamorfosis, muchas veces contrapuestos unos con otros, pero nunca dejando de ser esencia de pasión

La mujer en todas sus manifestaciones, como madre, como hija, hermana, novia, esposa. La mujer, que a lo largo de la historia, ha dado al mundo miles de hombres libres y miles de hombres esclavos. Que también ha visto hijos e hijas coronarse reyes o emperadores. Que ha visto y vivido con pobres labradores. Que ha padecido y ha presenciado padecer la injusticia. La anonimia. Y aun así. No cesó de dar vida.

Qué gran pintor no posee entre sus mejores obras. El retrato de una mujer. Qué gran escultor alguna vez tenuemente con su cincel no esculpió la figura la imagen de una mujer.

Qué músico, hasta el más prodigioso, no logró la armonización de sonidos musicales hasta convertirlos en la más sublime melodía que trajera a su mente, la sonrisa y la mirada de una mujer. Y con ella y en ella la beatitud del cielo.

Qué poeta, desde el más mediocre hasta el más talentoso, en algún momento no llegó a sentir el éxtasis en sus versos y el temblor en su mano al escribir una lágrima muriendo entre sus labios, esos versos, sin duda alguna, los inspiraba una mujer.

Una larga y vasta historia,  un comienzo remoto. Si Dios, como Padre Celestial, como Señor, como soberano, le es atribuido una imagen masculina.

Antes de Él, qué. Algo o nada. No sería de extrañarse la más bella, la más diáfana. No sería de extrañarse. La Mujer como madre de Dios. (Jackemate.com)

 

 

(*)  Ciencias Políticas (UBA) –  jorgelinalloveras@yahoo.com.ar

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