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Por Ricardo Marconi (*) 

Sir Richard Dearlowe, en su momento jefe del Servicio Secreto Británico MI6 viajó de Estados Unidos, “por orden superior”, a solicitud urgente de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), más precisamente a la ciudad de Langley, Virginia para proporcionar archivos clasificados sobre Al Qaeda.

Entre los hombres del organismo estadounidense que lo recibieron estaba Ross Newland, un agente veterano que, meses antes, que había ingresado a la CIA para formar parte de un grupo que supervisaba el “Programa Predator”, destinado a eliminar terroristas con drones armados.

Newland se había incorporado a la Agencia, a finales de los setenta, luego de aprobar un posgrado y por ese entonces dicho organismo estaba a cargo del general Stanfield Turner, quien lo puso a trabajar como “Oficial de Caso”, esto es un objetivo a perseguir del principio al fin. El espía norteamericano se había licenciado en el Trinity College, en Connecticut y su padre era un empresario de nivel internacional.

Newland había vivido en América Latina y en España y tenía un castellano fluido, antecedentes que le permitieron sumar puntos para realizar un master en la London School of Economics.

En la residencia del embajador estadounidense en Madrid fue captado para trabajar en la CIA y aceptó mientras paseaba por los jardines de la representación de Estados Unidos por Néstor Sánchez, en esos días jefe de la Estación de la Agencia en Madrid.

Sánchez, había sido un espía veterano clandestino y fanático anticomunista que pasó por distintos cargos desde unos meses después de la fundación del organismo de espionaje y también había formado parte de numerosas operaciones encubiertas que luego fueron investigadas por el Comité Church, que merece, por su importancia, un análisis particular en otra columna.

Recomendación  

Sánchez recomendó en Londres a Newland y tres meses después fue evaluado en Virginia, donde pasó muy rápido el examen de ingreso (interrogatorio), ya que de él se sabía todo, hasta se conocía de él “el talle de cintura que utilizaba al comprar un calzoncillo”, según admitió Sánchez.

El 5 de noviembre de 1979 Newland se incorporó a la CIA y poco después que los estudiantes iraníes atacaran la Embajada Estadounidense en Irán.

Richard Dearlowe, ex jefe del MI6, el mítico servicio de inteligencia británico

A esa casualidad se le sumó que tras seis semanas de trabajo, paracaidistas soviéticos llegaran a Kabul, como anticipo de cientos de miles de soldados que invadirían Afganistán durante los siguientes meses.

La experiencia lograda por Newland fue reconocida por Sánchez que era su jefe en la División América Latina y lo invitó a participar en operaciones directas, ya que tenía experiencia recogida en Asia Central.

Y así terminó viajando rumbo a Bolivia “capital de la cocaína”, debiendo asumir la tarea de “cultivar fuentes en los cárteles de la droga”, por lo que se hizo pasar por un empresario que fomentó la amistad de los “camellos” de la ciudad de Santa Cruz.

Peleas de gallos 

Se hizo tan amigo de los que trasladaban la cocaína que, al poco tiempo se reunía con ellos para participar de apuestas por “peleas de gallos”.

Con los traficantes almorzaba y tomaba piña en habitaciones destartaladas, junto a una carretera que llevaba a la jungla y que tenía, a pocos metros, una “cocina de droga”.

Se tomaba descansos –pagados por la CIA-, en la ciudad de La Paz, y desde allí seguía de cerca lo que ocu8rría en la política de Bolivia, donde se hablaba seguido de presuntos golpes de Estado.

Y era de tal calidad la información que proporcionaba a sus jefes, que la Agencia podía predecir con suficiente antelación cada golpe de Estado que circulaba, a tal punto que el New York Times, llegó a mencionar, en algún caso, la posibilidad de que se desencadenara ese tipo de episodios por sus informantes de la CIA, que a sum vez recibía los datos de Newland.

Informes sobre corrupción  

La corrupción boliviana entre funcionarios de primer nivel, históricamente no es considerada como rara o excepcional. Newland escribió informes hasta el hartazgo sobre ese tipo de delitos generados por sujetos que se manejaban en el primer nivel del gobierno.

Es más, muchos de los funcionarios, al parecer, cobraban coimas de los cárteles, con conocimiento presunto del ministro del Interior, sobre el que se corría la voz en toda Bolivia que, a su vez, hacía lo propio con propiedades de “ranchos, joyas y dinero”.

Newland se preguntaba si “la CIA debía entrometerse en la guerra antidroga”. De lo que si estaba seguro era que la División para la que trabajaba se había convertido en el centro del universo de la Agencia”, que en 1985 lo condujo al espía al corazón de las guerras encubiertas de la época de Reagan.

Nuevo destino: Costa Rica 

Meses después de que la CIA minara la Bahía de Nicaragua llegó a Costa Rica y el Congreso estadounidense explotó de bronca. Así nació la necesidad de que las operaciones encubiertas de la Agencia “debían ser notificadas previamente”.

El calor castigaba durante el verano norteamericano del 2002 y Newland visitó la tienda de regalos existente en el interior de la Agencia para comprar una remera con un pequeño dron bordado.

Lo que no imaginó el espía que la inocente compra terminó siendo –junto con otros miles de compras-, una remera que tenía el bordado de uno de los programas secretos de la CIA. Así “saltó” que la Agencia lo vendía como un suvenir.

Orden secreta 

El presidente Saleh de Yemen, al enterarse del error, entre otros motivos, ordenó secretamente a los diplomáticos estadounidenses que “terminaran con sus vuelos en territorio yemení, utilizando el Predator, como lo venían haciendo desde hacía varios años y el presidente de EE.UU. dispuso el cese de los vuelos aparato con el que se mataba a control remoto desde Estados Unidos, donde estaban situados, en una dependencia secreta, los conductores de las naves que tomaban las decisiones de disparar, a veces, produciendo daños mortales colaterales e injustificados, ya que las muertes de civiles eran numerosas.

Tras abandonar la CIA, Newland fue contratado como consultor por “Amira” Ballarín, quien tenía contactos en África para combatir a terroristas somalíes que atacaban embarcaciones que trasladaban armas y misiles para gobiernos de diferentes países.

Ballarín le solicitó a Newland conseguir reuniones con el Sistema Nacional en Washington. La referida Ballarín se presentaba como presienta de Gulf Security Group, una empresa con sede en los Emiratos Árabes Unidos, con el objetivo de “perseguir y eliminar redes, infraestructuras y personal de al Qaeda, en el Cuerno de África”.

Luego de acto terrorista del 11-S, en el área en que estaba Newland a la cabeza, se volvió a experimentar la caza del hombre y el asesinato programado, mientras que, en la línea de enfrente, espiando y buscando información se utilizaban drones con los que se diezmaban enemigos en Yemen, en el norte de África, en Somalia o en distintos sitios desgobernados.

La muerte por control remoto fue para los agentes de la CIA y el Pentágono, el sistema más rendidor en la historia de la CIA.

Newland alabó la época en que Estados Unidos declaraba guerras, sin realizar bombardeos masivos o lanzar proyectos de artillería en pueblos remotos de Pakistán por medio de “asesinatos dirigidos”. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política

 

 

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