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Al celebrar las fiestas navideñas, también  nos aprontamos a  conocer  a través de los medios  la sucesión de accidentes ocurridos por el manipuleo de pirotecnia.

La generalidad indica a los  menores  como  las víctimas principales y a los mayores como los comprometidos directos. Porque son los adultos los compradores de esta  mercadería siniestra y quienes la entregan a sus vástagos sellando en ese momento su discapacidad a percibir los efectos del acto.

Responder NO al pedido de cohetes, cañitas voladores y la aparente inocua estrellita es un acto de amor y  amparo. Pero no solo en este caso debemos tomar conciencia.

 Al abrir los ojos vemos la sucesión de culpas del grupo familiar al proteger con actitudes “cancheras” el consumo de alcohol o la conducción de rodados en condiciones anormales. No se dan cuenta que someterse a esta “viveza” es provocar la destrucción de sus descendientes. Nos guste o no.

Sin embargo, falta sumar otro detalle. Pasadas las horas de celebraciones, suele florecer en el hombre experimentado hombre de la casa, la estúpida idea de usar un arma de fuego y disparar al aire.

Esa insensatez convierte al ejecutor en garante de una muerte absurda pues  la fuerza de un  proyectil en su caída mata  igual que un disparo directo al cuerpo.

Las guardias médicas se convierten en muestrario de lo referido. Los “grandes” llegan  desesperados con sus hijos. Las lesiones  en la vista por  esquirlas o las heridas causadas  por un cohete son una realidad.  El daño ya está hecho

El pensador Jaime Barylko afirma que “el autoritarismo es lo menos deseado, pero el miedo al autoritarismo paralizó a muchos padres que no se atreven a intervenir en la vida de los hijos aun cuando estos corren peligro de cualquier índole”.

Señala en su bibliografía destinada a los padres  “tu deber es intervenir, procura dialogar no castigar, pero no te quedes de brazos cruzado, porque eso es abandonarlo. Por eso no es bueno ni la permisividad abandónica ni la disciplina autoritaria”.

En síntesis, tengamos unas  fiestas seguras. Actuemos con prudencia. Ejerzamos la función  de padre con  amor para comprender que el júbilo ficticio de un niño puede convertirse en un manantial de lágrimas. (Jackemate.com)      

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