El hombre es esclavo de sus palabras y amo de su silencio, parecen ser palabras destinadas a la corpo política argentina. Luego de pasar un tiempo sombrío de nuestra historia, hace treinta años, los Derechos Humanos se institucionalizaron en el país y movieron a la ciudadanía a construir una sociedad diferente
Para ello, la institución policial fue objeto de todas las miradas en ese aspecto y se decretó convenientemente desarrollar una política educativa para que desenvuelva en el futuro, sus actividades dentro de un nuevo contexto.
Ante el cambio de paradigma, el policía descubrió que también tenía iguales derechos y obligaciones y que por ende, era un ciudadano.
Vio, leyó y escuchó como distintas organizaciones bregaban “por la satisfacción de sus derechos económicos, sociales y culturales, indispensable a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad”.
Y no entendía, porque no se lo enseñaron, porque no lo consideraron ciudadano. Sin embargo se ilusionó. Ahora sería diferente, Y siguió buscando.
Se sorprendió cuando analizó el artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos donde se explaya todo lo vinculado al trabajo.
Ahí el vigilante supo que era un trabajador similar a otros y “que tenía derecho a una retribución equitativa y satisfactoria que le asegure una existencia conforme a la dignidad humana y como toda persona, tiene derechos a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses”.
Sin embargo, en este punto las cosas para el subdesarrollo autóctono, no era tan así. El aprender a veces no es positivo para ciertos intereses. Una cosa es hablar de democracia para todos y otra aplicarla a las agencias de seguridad
Al parecer, es distinto sostener el respeto de derechos laborales de todo ciudadano y la consideración de los derechos de los policías. Vale decir, son ciudadanos, pero con restricciones. Democracia y Derechos Humanos para todos, ¿a la policía? Veremos
Los hechos acaecidos en el territorio nacional son producto de nuestra pobreza, propio de un país emergente. Estos desgraciados acontecimientos se pudieron y debieron evitar, pero para alcanzar ese objetivo, correspondió existir un pensamiento evolucionado y libre de mezquindades.
Por estos días, algunos funcionarios proclamaron la verticalidad como eje del funcionamiento en organizaciones de seguridad y apareció en la memoria dos palabras preocupantes: ¿obediencia debida?
Hablar ahora de las características particulares de la tarea de seguridad es vergonzoso. Rara vez analizaron al individuo con necesidades básicas insatisfechas, atormentado por problemas económicos, agotados por los horarios de servicio y obligado por las circunstancias a realizar horas extras para alcanzar un salario medianamente digno.
Y rara vez se acordaron que porta un arma de fuego.
Todo es incomprensible. La simple existencia de un sindicato legalmente reconocido, hubiera facultado a elaborar propuestas, transitar etapas y acaso los hechos nunca habría pasado del ámbito laboral. Por eso, seamos cautos con las palabras si después no se tiene saldo para materializarlas en cosas concretas. (Jackemate.com)