“Flores, árboles, todo, no te creerías cómo era, mira”, dice entre lágrimas el doctor Radwan Abu Abed, mientras revuelve los escombros de lo que una vez fue su casa en Rafah, la ciudad del sur de Gaza que hace frontera con Egipto y ha sido objetivo de una intensa ofensiva de Israel desde mayo del pasado año.
Después que el alto el fuego acordado por Israel y Hamás detuviera el sonido de los disparos y las explosiones en la Franja de Gaza, el domingo a las 11.15 hora local (9.15 GMT), Abu Abed, de 53 años, pudo volver a su casa después de nueve meses.
Lo que encontró fue una pila de escombros entre los que se atisban algunas fotos familiares, prendas, y los restos de un jardín que, insiste, plantó con sus propias manos.
Junto a él, su mujer no para de llorar y le pregunta: “¿Qué vamos a hacer?”. El dentista asegura que tardó 25 años en terminar su hogar: “Con nuestras manos y nuestra sangre construimos esta casa y la volveremos a construir”, afirmó.
“Estas son las manos de un dentista”, cuenta, y agrega: “Con estos dados he hecho operaciones para devolverle la sonrisa a las personas. Pero ahora ¿quién me enseñaría su sonrisa?”, lamenta Abu Abed, asegurando que ha llegado a atender a pacientes gratis con tal de ayudarles.
Sin embargo, lamenta que no sólo Israel, sino “el mundo” le ha arrebatado no sólo la de sus clientes, sino también la suya.
Rafah devastada
La vivienda es ahora una de las 16.000 que han sido completamente destruidas en los 471 días que la ofensiva de Israel castigó Gaza, según los datos del Ayuntamiento de Rafah.
La ciudad sureña, que llegó a albergar a más de 1,5 millones de palestinos desplazados por la guerra hasta que las tropas israelíes entraron en la ciudad el 6 de mayo, se ha convertido en una amalgama de escombros que hace difícil a sus antiguos residentes reconocer cuáles pertenecen a su vivienda.
Entre quienes ahora la recorren no sólo están los que buscan los restos de su casa, sino también los equipos del servicio de Defensa Civil gazatí que tratan encontrar cadáveres desaparecidos entre los escombros. El Ministerio de Sanidad cifra los cuerpos que siguen entre lo queda de los edificios en 4.500, si bien los desaparecidos en el enclave superan los 11.000.
Junto al corredor de Filadelfia, la línea divisoria entre Gaza y Egipto, y uno de los elementos de disputa entre las partes durante las negociaciones del alto el fuego, la devastación es aún mayor: el Ayuntamiento asegura que el 100 % de las viviendas están destruidas en una franja de unos 9 kilómetros con una profundidad de entre 500 y 900 metros.
Los residentes de Rafah intentan volver a la que era su ciudad, pero no quedan infraestructuras básicas. Nueve hospitales y centros médicos de Rafah han sido completamente destruidos, al igual que cuatro de sus escuelas, mientras que otras se han visto afectadas por los ataques.
Las instalaciones de agua también se han visto muy afectadas: 3 estaciones de bombeo de aguas residuales han sido destruidas, y las demás están muy dañadas, según el Ayuntamiento. Además, 15 pozos de agua en la ciudad también han sido aniquilados.
El primer refugio de los desplazados
El 6 de mayo de 2024, Rafah era un hervidero de refugiados. Unos 1,5 millones de personas de una población de 2,1 millones se acumulaban en la ciudad sureña escapando de la guerra que asolaba a toda Gaza.
Ese día, sin embargo, Israel lanzó una operación que entonces anunciaba como «de alcance limitado» sobre la ciudad, después de ordenar su evacuación, bajo la premisa de que allí se escondían cuatro batallones de Hamás.
La ofensiva, que progresivamente se extendió hacia el oeste, movilizó a la población hacia una nueva “zona humanitaria” establecida por el Ejército junto a la costa, en la zona de Mawasi y los extremos oeste de Jan Yunis y Deir al Balah.
Es en esta zona humanitaria, que a pesar de haber sido calificada por el Ejército como “segura” ha sido objeto de numerosos ataques de la aviación, donde muchos desplazados ahora se preguntan qué encontrarán al volver a sus hogares.
Quince meses después, que dejan más de 47.000 muertos a lo largo del enclave, el doctor Abu Radwan insiste entre los restos de la que una vez fue su vivienda: “¡Mira! ¡Mira qué bonita era!” (EFE/Jackemate.com)