Por Ricardo Marconi (*)
En aquel 22 de setiembre de 1904 el vendedor de frutas ambulante Dominik Valachi, nacido en Nápoles, se hallaba muy nervioso y ansioso. Es que acababa de ser padre en Nueva York, más precisamente en Harlem del Este, donde vivía junto a Marie Casale, una emigrante napolitana que dio a luz a Joe Valachi, como lo había hecho en otras 16 oportunidades, de los cuales sólo seis sobrevivieron.
Fueron tres varones y tres mujeres; Joe fue el segundo. Uno de los hermanos debió ser internado en un psiquiátrico; otro llegó a sus últimos días como vagabundo atropellado por un automóvil y las tres mujeres se casaron. Dominik y su familia, para sobrevivir muy pobremente en el tiempo haciendo changas, pagaba un dólar semanalmente, con el solo objetivo de obtener protección de la mafia.
La familia se repartía en tres habitaciones, sin agua caliente ni baño y con ducha comunal, sufriendo frío en invierno por no tener ropa de cama, ya que se abrigaban con bolsas de cemento vacías, que eran cocidas por la esposa de Dominik, aunque –vale subrayarlo-, eso le provocaba a la familia problemas en la piel.
Joe para evitar alergias cutáneas no dormía en la casa todas las noches y sí lo hacía en una playa de estacionamiento, logrando así evitar la picazón que le producían las chinches.
Faltaba mucho a clase y terminó expulsado del colegio católico por golpear con una piedra en un ojo a una profesora, llegando por ese motivo sólo a séptimo grado, debido ingresar a un correccional católico: el Instituto Tutelar Católico de Nueva York, de donde salió al cumplir catorce años.
Sobre esa experiencia traumática de Joe Valachi en el Bronx señaló que “era muy duro vivir allí. Había muchas malas personas entre algunos de los Hermanos que nos educaban, quienes –dijo para el periodista Peter Maas-, se pasaban el día metiendo mano a los niños, siendo el peor Abel, quien estaba al frente de un taller de sastrería y nos pegaba con la vara de medir por puro gusto. Y un buen día felizmente se murió y nos obligaron a todos los chicos de los cinco pabellones a formar cola para verlo por última vez y despedirnos respetuosamente de él. Creo que éramos trescientos. Yo estaba casi al final; cuando llegué me faltó poco para desmayarme: tenía el pecho cubierto de escupitajos y yo también lo escupí”.
El inicio como malviviente
Joe, comenzó su vida delictiva robando en tiendas mediante el sistema denominado “alunizaje”, que no es otro que romper vidrieras con piedras, hierros u otros objetos o sencillamente arrojando un vehículo –que él conducía-, sobre las vidrieras.
Progresó rápidamente en el mundo delictivo consagrándose a las apuestas, la usura, los tragamonedas y, ocasionalmente, al tráfico de drogas.
Al tal punto se hizo de dinero ilegalmente que pudo comprarse un caballo de carreras. Pero tanto fue el cántaro a la fuente … que terminó condenado a nueve meses en Sing Sing y al salir ingresó a una banda de irlandeses, italianos y judíos, pero no duró mucho tiempo libre y cayó con sus huesos nuevamente en la misma cárcel.
Allí fue apuñalado por un sicario de Ciro Terranova. Logró sobrevivir tras soportar un puntazo, que implicó una cicatriz de 38 centímetros que se iniciaba bajo el corazón y terminaba en su espalda. En Sing Sing aprendió mucho en su “formación criminal” con los especialistas de la cárcel y, al salir, en 1929, formó su propia banda de seis italo-estadounidenses.
Pasó la Ley Seca y la Guerra Castellammarese entre Joe Massería y Salvatore Maranzano, tras lo cual –como ya relatamos en otra columna-, Lucky Luciano fundó La Comisión y en el interregno de la guerra alcanzó la categoría de “postulante” a la Cosa Nostra, debiendo pasar periódicamente una prueba y al concluir ese proceso ingresó en la familia de Luciano como sicario.
El beso de la muerte
En prisión, cumplió posteriormente con dos sentencias por tráfico de drogas y coincidió en la cárcel con el padrino Vito Genovese y recibió de él el “Beso de la muerte”, aunque no se conoce la motivación de ese acto condenatorio, al que logró sobrevivir de tres intentos de asesinato en la propia prisión, promovidos por Genovese, una en las duchas, otra con comida envenenada y una tercera en el patio de la cárcel.
Ello hizo que se volviera paranoico y asesinó a un recluso que se le acercó en el patio y nada tenía que ver con condena decidida por Vito. La víctima de Valachi murió con la cabeza destruida a golpes producidos con un tubo de acero, en la penitenciaría de Atlanta, donde también estaba Genovese. En realidad, Joe se adjudicó la planeación de treinta y tres ejecuciones, en las que no intervino de manera personal.
El primer arrepentido
El acoso que sufría en prisión terminó por motivar su decisión de ser el primer arrepentido “o pentito” de la mafia italiana norteamericana, ofreciéndose a la fiscalía de Nueva York, con lo que rompió la ley de la omertá.
Así, el soldado de la familia Genovese, de poderoso alcance en la mafia organizada de Nueva York, testificó, incluso antes que el comité del Congreso sobre el crimen organizado, que dirigía el senador John L. Mc Clellan, anunciase públicamente la existencia de la mafia.
La espectacular memoria de Joe hizo estragos sobre la organización en lo referido a sus operaciones y modo de actuar, sino también sobre asesinatos sin resolver y el organigrama de las principales familias del crimen y el lugar que ocupaban cada uno de los miembros.
Su testimonio fue transmitido por radio y televisión, así como publicado, con lo que la policía accedió a la existencia de la Comisión en Apalachin, Nueva York.
Allí estaba la casa del gánster Joseph Bárbara, quien actuaba como anfitrión de un centenar de jefes –dones y padrinos-, de la totalidad de Estados Unidos. La mafia invisible había terminado sus días.
Valachi intentó ahorcarse en prisión por “arruinar su vida”, aunque otros piensan que testificó para protegerse de venganzas con la protección del gobierno y para evitar la pena de muerte por el asesinato que cometió el 22 de junio de 1962, oportunidad en la que confundió a la víctima con un sicario del mafioso Joseph Di Palermo, que había intentado matarlo con anterioridad.
Los trascendidos, nunca confirmados, indican que Genovese había ofrecido a cualquier sicario la suma de 100.000 dólares, ya que pensaba que Valachi lo había traicionado negociando con las autoridades una reducción de pena a prisión menor, violando la omertá. Otros dicen que el propio Valachi aseguró que esa era una versión falsa.
El Departamento de Justicia estadounidense, inicialmente, encubrió a Valachi y luego habría impedido la publicación de sus memorias, tras lo cual, en 1968, Peter Maas publicó The Valachi Papers.
Dos años antes Valachi había intentado ahorcarse en su celda con un cable eléctrico, pero en 1971, murió de un ataque cardíaco en la Institución Correccional Federal de La Tuna, Texas, no llegando a cobrar los 100.000 dólares que le habían prometido. (Jackemate.com)
(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política