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Está claro que el refugiado es una persona  que se encuentra fuera de su país debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad  o pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas y no puede, o no quiere, debido a dichos temores, acogerse a la protección de su país

Hoy por hoy, en el orbe la problemática del refugiado no se da sólo  tal problemática por las causas  apuntadas. También es un refugiado quien ha huido de su país a causa que su vida, seguridad o libertad se encuentran amenazadas por la violencia generalizada, los conflictos armados, las violaciones masivas de derechos humanos u otras circunstancias que hayan perturbado gravemente el orden público.

Al momento de iniciar esta columna transcurrieron sólo un poco más de 24 horas de que el presidente norteamericano Donald Trump dijera que “Venezuela es un desastre” y que “tiene que ser limpiado”.

La opinión de Trump fue expresada instantes antes de reunirse en la Casa Blanca  con el presidente de Chile Sebastián Piñera, quien tras tomar conocimiento de la apreciación, más rápidamente que un misil respondió que rechazaba “una eventual injerencia armada  en el país caribeño”, a sabiendas que no es necesario hacerlo para paralizar a Venezuela.

Piñera rechaza la ponencia militar de Trump, pero no vive dentro de una botella. Ya dijo al que lo quisiera escuchar en los foros internacionales que “Venezuela  no es una democracia, que la división de poderes no existe y que el estado de derecho es ilusorio”.

 Esas y otras penurias deben ser soportadas por los venezolanos, las que seguramente seguirán evaluándose en el Grupo de Lima, conformado por 14 países americanos, creado en Perú  en 2017 con el objetivo de buscar soluciones para la crisis política y social de Venezuela.

Entre el manojo de ofertas de solución por el Grupo no está contemplada la invasión militar que, al igual que Argentina Perú, Colombia, Canadá y Chile piensan desarrollar una labor humanitaria.

Responsabilidad humanitaria

El mecanismo de trabajar a favor de los refugiados –no sólo de los venezolanos-, al decir de uno de los especialistas del tema como Sebastián  Rabinovich pasa por la responsabilidad humanitaria, la que por otra parte-vale decirlo-, ha ido evolucionando.

La cuestión ha sido tomada por la ONGs como estrategia ante la demanda de acciones sustentada en la obligación moral, la sustentabilidad, las cuestiones ambientales, la licencia para operar responsablemente, la reputación lograda en el tiempo y su relación con el presupuesto.

A ello debe agregarse la responsabilidad social buscando, paralelamente, la disminución de costos suspendiendo programas inconducentes.

Rabinovich estima que “se optimiza todo cuando las empresas hacen lo que deben hacer y en función de ello ayudan humanitariamente teniendo como objetivo lograr mayor impacto social mediante el valor compartido. Esto es que las dos partes ganan mientras, paralelamente crean valores.

No nos equivoquemos: las empresas sí tienen influencia para generar hechos positivos para lograr mejoras y generar riquezas. La reacción con los programas humanitarios debe darse por medio de valores compartidos.

Esto se traslada a la localización de talentos, la ampliación del espectro de la búsqueda de personas con diversidad cultural, con los que se obtiene mayor satisfacción  laboral e innovación para ver las mismas cosas de otra manera.

La visión positiva de la problemática de la inmigración antes expuesta se contrapone con la que muestra, sin contrapisas, que la crisis de los refugiados  puede empeorar.

Dejando a Venezuela de lado como ejemplo y dando otros relacionados con otros territorios como el de Serbia, podemos decir que llegaron a ese país –sólo en el 2015-, hasta un máximo de 10.000 inmigrantes por día.

En ese año ya se hacía referencia a 60 millones de desplazados en el mundo y fueron expulsados de países como Siria, Afganistán, Irak, Gaza e incluso Haití, así como de una docena de países subsaharianos y del norte de África. Fueron los “embajadores” de países en los que las guerras son interminables e insolubles.

Las luchas intestinas despertadas por grupos extremistas hacen crecer actualmente  la inmigración a países sin conflicto armado y un ejemplo lo podemos dar con una encuesta de Gallup que estableció que un cuarto de la población afgana  quiere irse.

En Siria, se estima  que ya fueron desplazadas más de ocho millones de personas, a los que debemos sumar los más de cuatro millones de sirios refugiados en el Líbano, Turquía y Jordania.

Agregue el lector a esta “ensalada de penurias” varios millones de coptos en Egipto –la secta cristiana más grande de Oriente Medio-,  y los componentes de las  minorías antiguas como los Yazidis de Irak, quienes ya no poseen hogar, al igual que comunidades de cristianos asirios, nestorianos y caldeos del norte de Irak.

No escapan a este horror los yemeníes que abandonan sus tierras debido a que su situación se agrava día a día por la falta de alimentos y medicamentos derivados de la guerra y los bombardeos sauditas. Esto sin mencionar Eritrera, la fuente más grande de refugiados africanos de Europa. 

Cambio climático

A las razones expuestas que derivan en un caudal de inmigrantes desesperados se suma el cambio climático que afecta a Oriente Medio y África.

Siria soportaba una sequía cuando explotó la guerra y a esa circunstancia se sumó la imposibilidad de habitar territorios subsaharianos y los tifones que de tanto en tanto barren la bahía de Bengala con la consecuente expulsión de habitantes de sus hogares en Bangladesh.

Miles de migrantes van en la búsqueda de nuevos horizontes escapando de Irak y Afganistán. Se estima que dos millones de iraquíes ya se asentaron en Europa. Felizmente pocos libios decidieron emigrar y la inmigración no los alcanzó por la desastrosa situación que vivió ese país.

También desde la  República Democrática del Congo parten contingentes en razón de la guerra civil que se sufre casi de manera interminable.

En Rosario ya se iniciaron algunos conflictos con senegaleses –que tienen problemas para ir a bailar-, y el número de originarios de Gambia, Haití y República Dominicana se incrementa día a día.

Lo expuesto es sólo un pantallazo superficial de la problemática de la inmigración. En otra columna, seguramente la cuestión será profundizada, ya que falta aún referir datos sobre la incidencia de venezolanos en Argentina y Rosario, así como sobre el Proyecto Siria sobre el que se trabaja en nuestra ciudad. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com

 

 

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