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Por Ricardo Marconi (*)

Al concluir la lectura de la angustiante denuncia de la Asociación Amigos de Mar del Sud en un viejo matutino porteño, la desesperanza me produjo un nudo en la garganta. Estaban desmantelando el Boulevard Atlantic Hotel de Mar del Sud – a 20 kilómetros de Miramar-, para vender las pocas piezas de valor que allí quedaban.

Aquella predicción de la conserje del hotel, que me había transmitido una tarde, a pocos metros de la playa de Miramar sobre lo que ocurriría seis años después, se cumplía inexorablemente.

De inmediato me invadieron los recuerdos y el salto mental en el tiempo me instaló en el interior del automóvil con el que junto a familiares, luego de recorrer unos 15 kilómetros, en una ruta despojada de vehículos y con un tibio sol cayendo sobre el horizonte hacia el oeste, nos introducía a una de las avenidas principales de Mar del Sud.

Esa tarde, en nuestro propósito de dirigirnos a la costa para disfrutar del mar, llegamos a una playa mínima y ventosa, donde flameaban banderas y globos multicolores de una fiesta que nos  perdimos, quizás, por llegar tarde y fue en ese momento que tomamos debida cuenta de la existencia  de una decadente edificación que dominaba la avenida de dos manos donde habíamos estacionado y en cuyo frente un sujeto, de aspecto menesteroso nos invitaba a comprar entradas para conocer  “la verdadera historia del Boulevard Atlantic Hotel y de los fantasmas que aún viven allí”.

Mis sobrinos, intrigados por la existencia de “los espectros” hicieron una presión insostenible sobre nosotros, los mayores, y casi sin darnos cuenta, de un instante para otro, estábamos caminando, con las entradas en las manos hacia un oscuro y tétrico salón, donde ya había más de dos decenas de personas, sentadas en sillas mugrosas, escuchando la presentación de quien sería el guía turístico de la construcción, quien en realidad era tan sólo uno de los tantos “okupas” del lugar.

El relator, tras agradecer nuestra visita sobre el inicio de su disertación, nos pidió que cerráramos la puerta del hall de ingreso “para que los fantasmas no sintieran bajas temperaturas, ya que en las noches se escuchaban sus estornudos».

“Ustedes saben –nos dijo- aquí en Mar del Sud, por las noches baja mucho la temperatura y las estufas no funcionan”.

Ingreso al fantasmal hotel de Mar del Sud

No terminamos de sentarnos y el guía se lanzó con su historia. Allí comenzamos a enterarnos que en 1889 el Banco Constructor de La Plata, dirigido por Carlos M. Schweitzer adquirió a Fernando Otamendi las tierras donde se desarrollaría un lujoso complejo turístico en el que hoy se encuentra el pueblo que nos ocupa.

La iniciativa nació a partir de las características especiales que tenía la zona comprendida entre los arroyos ‘La Tigra’ y ‘La Carolina’, donde estudios de ingenieros, topógrafos, geólogos y hasta meteorólogos determinaron la existencia de un microclima, arenas iodadas y ferruginosas en la costa atlántica y  profundas capas freáticas con aguas puras, bendecidas con minerales naturales, factores que conformaban una importante fuente energética con efectos “misteriosamente especiales” sobre los seres humanos que redundarían  en su mejor estado de salud y longevidad.

Como inicio del complejo, según pude saber, comenzaron a construir un hotel monumental, el legendario Boulevard Atlantic Hotel.

Se desencadena el desastre

El desastre económico desencadenado en 1890 trajo como resultante la quiebra de la entidad crediticia constructora y el proyecto se derrumbó, quedando lo erigido en el hotel en manos de un condominio conformado por las personas que figuraban en los antecedentes de dominio del Registro de la Propiedad.

A fines del año siguiente, reclutados en Europa por la organización del Barón Hirsh, llegaron al puerto de Buenos Aires, en el barco “Pampa”, 818 exiliados judíos “pampistas” que escapaban de las persecuciones y masacres de Rusia del Este.

Fueron alojados en el Hotel de los Inmigrantes de Buenos Aires y luego amontonados en un tren se los derivó a Mar del Plata, donde se los subió en carretas con destino a Mar del Sud. Allí se los alojó durante unos meses en el Boulevard Atlantic.

¿Inmigrantes fantasmas con frío?

Muchos inmigrantes murieron en un tornado y sus cuerpos fueron depositados por un tiempo en el frío sótano del hospedaje.

La etapa posterior de la durísima vida de los sobrevivientes rusos blancos prosiguió nuevamente en Buenos Aires. Allí se los embarcó con destino a San Antonio, Entre Ríos, donde hoy forman una de las colonias de los gauchos judíos.

El hotel, una construcción neoclásica funcionó en manos de diversos concesionarios, según relataba el “personaje” que hablaba sin cesar, mientras pedía que lo acompañaran por las decadentes instalaciones que en 1972 fueron alquiladas por Eduardo Gamba, un “visionario” de ese tiempo para algunos, un “chanta” para otros.

En 1993 los últimos huéspedes pasaron por la conserjería del hotel que tuvo que ser cerrado por problemas edilicios y por el incendio de la cocina. Gamba, pareja de la heredera del inmueble hizo lo indecible para hacer sobrevivir el lugar con visitas guiadas, reseñas históricas y relatos dignos de Sthepen King.

Este “visionario” fue quien aprovechó los estudios realizados en el siglo pasado, luego actualizados por el Instituto de Biosicoenergética de la Argentina, para destacar las propiedades del complejo de energías geológicas que determina coordenadas favorables para el desarrollo de ejercicios biosicoenergéticos.

“Estos -según Gamba- se concretan en las esferas física, emocional e intelectual de los seres humanos que utilizaban el hotel como centro de operaciones que se extendieron a una reserva forestal cercana, única en su tipo en todo el continente americano por su variedad de coníferas próximas al Océano Atlántico”.

En síntesis, un lugar ideal para realizar encuentros y ejercicios relativos a la energía humana en combinación con la fitoplásmica.

Como a Gamba le iba fenómeno en lo económico, compró   la manzana entera donde estaba el hospedaje y continuócon su actividad hotelera –esotérica hasta 1993, año en que por cuestiones judiciales dejó de funcionar.

Monumento histórico con fantasmas incluidos

El hotel fue declarado monumento histórico en 1988, pero en el pueblo todos –autoridades incluso- luego se lavaron las manos y el hotel comenzó a derruirse hasta que Eduardo Gamba, nuevamente con una salida genial, utilizando el pretexto de proteger y preservar el lugar construyó sobre la superficie libre del terreno diez aparts hoteles.

Un posterior ocupante, silenciosamente -pero de manera continuada-, comenzó a desmantelar el lugar, a pesar de que no lograba presentar documentación alguna que lo designe propietario.

Sólo los lugareños pudieron establecer que la finca figuraba a nombre de su ex esposa, -fallecida hace más de una década-, por lo que en su favor hablaba de una herencia vacante.

Luego de ser reconocido legalmente, vendió el lugar y en el 2012 el Grupo Marum hizo una propuesta para recuperar el edificio, con una inversión millonaria para construir posteriormente un complejo de residencias sobre los fondos del lote.

Pero, una vez más, la idea fue abandonada y quedaron en el camino cuentas sin pagar.

De las habitaciones que recorrí con mis familiares, -las que dan a un amplio patio interno-, que los mendigos utilizaban para colgar a secar sus calzoncillos y camisetas.  Para que se secaran, apoyaban otras de sus andrajosas prendas sobre muebles tapados con sábanas sucias.

“Sólo quedan -según la cronista del diario-, agujeros donde había pisos de pinotea”. Incluso se agrega en el informe periodístico, que hasta las aberturas de las piezas que daban a una galería de más de 100 años de antigüedad, han desaparecido, exponiendo con meridiana claridad un desguace del que “sólo restaba arrancar las escaleras que conectaban la planta baja con el primer piso, que ya están vendidas”.

El esqueleto del Boulevard Atlántic iba camino a su demolición inexorable, salvo que la Provincia de Buenos Aires aceptara la herencia vacante y lo entregara al municipio de General Alvarado, que es el acreedor mayor de todas las deudas para comenzar a recuperar el hotel, ya que si ello no ocurre los fantasmas que allí habitan -según el guía turístico trucho-, no tendrán donde protegerse del frío de las noches en  Mar del Sud. Serían “fantasmas en situación de calle”, pensé irónicamente.

La inexorable marcha del tiempo

Cronos, el rey de los titanes y Dios del tiempo humano, hijo de Urano y Gea, así como padre de Zeus, me mostró su poder inextinguible en otra crónica periodística en la que se mostraban, sin tapujos y sin anestesia, cascos de obreros apilados y horadados por la tierra junto a andamios tirados junto a los clásicos restos de mezcla.

Escombros esparcidos denotaban el abandono de un inversor privado que paralizó la recuperación de la señorial arquitectura original que nuevamente parecía condenada a un irreversible olvido.

Un hotel de 76 habitaciones 

Dos palmeras estaban y, me dicen, perduran en el tiempo, ubicadas en el patio interno, con trazos academicistas, y un predio de 4.500 m2 que contenían 76 habitaciones.

El pretendido primer hotel de lujo de la costa atlántica contaba con dos canchas de tenis, una de bochas y otra de fútbol.

Eso sí: no tenía baños privados y, según cuentan quienes conocen la historia, mucamas de guantes blancos pasaban a buscar las “pelelas”. Eran épocas donde la lista de huéspedes del hotel se renovaba a diario.

Los nuevos trabajos de restauración, que se habían planificado, en sus primeros avances, presentaban distorsiones respecto de su inauguración en 1891 y terminó por desconocerse el destino final de aberturas, pisos de pinotea, rejas de balcones y el techo de pizarra negra, materiales que a fines del siglo XIX habían llegado en carreta desde Mar del Plata para avanzar con la obra destinada a destacar el pequeño balneario.

Horacio Domenicone no habría cumplimentado “la documentación exigida en lo atinente al profesional responsable, a lo que deben agregarse falencias en la seguridad.

Tampoco respetó el patrimonio arquitectónico”, según declaró en su momento el secretario de Planeamiento de General Alvarado, Alfredo Aguilar, al diario La Nación.

El funcionario resaltó que había “paredes sin apuntalar que corrían el peligro de derrumbe y se había reemplazado la cubierta histórica de lajas por techos de chapa”.

Domenicone, como dueño e inversor  y los hermanos Michenzi  continuaron trabajos de restauración y se ganaron múltiples críticas al cambiar molduras originales por pre moldeadas, mientras desaparecían modillones en la línea de aleros, reduciéndose de 85 a 64 en el monumento histórico municipal. Un clásico argentino entre los contratistas.

La situación del hotel fue analizada por la Defensoría del Pueblo bonaerense y la posible expropiación fue rechazada por la Fiscalía de Estado e incluso hasta hubo un pedido de informes legislativo.

Hasta hubo un relevamiento, en 2009 por parte de la Universidad de Cochabamba. Seguramente habrá hecho notar la existencia de cascos de obreros apilados y cubiertos superficialmente por tierra, andamios en falsa escuadra y la inexistencia de tablones donde hacer pie, junto a restos resecos de mezcla con que se realizaron los últimos revoques y escombros por todo el patio, seguramente esparcidos por el fuerte viento costero de Mar del Sud.

El especialista en preservación patrimonial Pablo Gigera, sin hesitar, afirmó que hubo “daños irreversibles” sobre el inmueble, ya que “se eliminaron molduras”.

Todavía tengo en mi memoria como las enormes palmeras se elevaban al cielo en el patio de más de 125 años de historia y la oscuridad del antro donde se relataban los suplicios de los “fantasmas que sufren el gélido clima en los sótanos del Boulevard Atlantic Hotel de Mar del Sud”, según el okupa relator. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com

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