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Por Ricardo Marconi (*)

Aquella calurosa mañana del 18 de mayo de 1944, el sol iba ascendiendo a su cenit sobre las barracas del campo de concentración de Auschwitz y en el interior del laboratorio se hallaba, ensimismado en sus sádicas investigaciones, el doctor y antropólogo Joseph Mengele, “el ángel de la muerte” [1].

De pronto escuchó un golpe seco en la puerta de ingreso e inmediatamente, cuadrándose, uno de sus asistentes le comunicó que acababa de arribar un tren con su carga de dolientes, hambrientos y desesperados prisioneros, listos para ser carne de cañón de la esclavitud y posterior muerte, cuando perdieran su fuerza de trabajo.

El jefe nazi y su ayudante se acercaron al convoy y pidieron a sus a sus soldados que abrieran las puertas de los vagones, tras lo cual a los gritos y culatazos hicieron bajar a los niños, mujeres y hombres.

Hubo, en este caso en particular, un detalle que alegró al asesino Mengele, enfrascado en su uniforme, delantal y botas relucientes: el tren, que llegaba de Hungría traía entre otros cientos de prisioneros, a enanos, que dicen, eran amados por el criminal alemán.

El médico se encontraba, imprevistamente, con un fenómeno ciertamente famoso en los escenarios húngaros: Los componentes de la Compañía Teatral Liliput, compuesta por 7 enanos hermanos [ 2] –los Ovitz-, junto a personas de estatura normal, entre ellos los Slomowitz y los Fischmann, que eran sus empleados que tenían la tarea de asistirlos en los espectáculos que ofrecían. A Mengele se le hizo agua la boca y hasta se sonrió cuando los visibilizó saltando desde los vagones a tierra firme.

Josep Mengele, también conocido como ‘El Ángel de la Muerte’

El militar, que sentía fascinación por lo anómalo –los siameses, los gemelos, los enanos-, advirtió que tendría el material humano necesario para sus crueles experimentos. De inmediato ordenó a los soldados que los “liliputienses” fueran llevados a las barracas, donde sólo eran ubicados los prisioneros especiales. En realidad, los enanos no se salvaron solamente por su baja estatura.

Además, eran unos mentirosos compulsivos y manipuladores que lograron convencer a Mengele de que obtendría más beneficios personales si los salvaba de morir en las cámaras de gas.

El génesis de la historia

Para iniciar el relato meduloso de los enanos Ovitz debemos referirnos a Rozália, un pueblito de Maramures, localizado al norte de Transilvania, que antes de la Primera Guerra Mundial pertenecía a Hungría y hoy forma parte de Rumania.

Es un territorio montañoso, boscoso, oscuro y apto para las historias de duendes y leyendas, donde habitaron campesinos judíos de pobreza inmemorial: nos referimos a Sigment, donde nació el premio Nobel Elie Wiesel, otro húngaro que terminó deportado al campo de prisioneros de Auschwitz [3].

En Rozalía nació en 1868 Smimshon Eizik Ovitz, quien llegó a pasar, apenas, los noventa centímetros de altura y que vivía en el seno de una familia ortodoxa talmúdica que afirmaba que los defectos de nacimiento eran la resultante de “los pecados de los padres”.

Smimshon fue querido por sus progenitores y en sus años de juventud se dedicó a animar fiestas, tras lo cual, con los años cultivó su espiritualismo, siendo reconocido en su pueblo como una especie de sabio consejero de almas perdidas.

Al cumplir 18 años, gracias a una “celestina” profesional se casó con una mujer de estatura normal, la que lamentablemente murió joven. Ello no lo amedrentó, ya que logró unirse en matrimonio con otra mujer.

El “activo” enano tuvo varios hijos: Rozika, Franziska, Avram, Frieda, Micki, Erzsebert y Perla, a la que todos conocían con el nombre de Piroska. En su totalidad estaban afectados por un raro tipo de enanismo: La displasia particular, que afecta a un niño cada 60.000 y que tiene la característica de dejarles piernas pequeñísimas y frágiles, y una cabeza normalmente proporcionada y muchas veces de rasgos armónicos.

El jefe de familia enseñó a sus hijos a tocar instrumentos, cantar, contar historias y, fundamentalmente sonreír. Cuando llegaron a adolescentes fundó la Compañía Liliput y comenzó a recorrer diversas poblaciones con enorme éxito, presentando espectáculos musicales y obras de teatro breves.

Pronto tuvieron la mejor casa de la aldea y adquirieron un enorme auto para trasladarse de población a población, donde demostraron su talento, excelente oído para ejecutar melodías de moda y calidad interpretativa cuando ofrecían obras en idish, rumano, alemán y húngaro.

Precisamente Hungría, conducida por una dictadura, se alió con Hitler hasta que los rusos destruyeron sus ejércitos en 1943.

Un año más tarde ya quedaba claro que Stalin se asentaría en Budapest y el gobierno, desesperado, buscó alejarse de las fuerzas del Eje y lograr la paz por su cuenta.

Hitler advirtió la maniobra y el 19 de marzo de 1944 ordenó invadir al ladino y traicionero aliado que hacía lo indecible por no entregar a sus 800.000 judíos. Al final del camino los alemanes instalaron un gobierno más afín, formado por nazis.

La invasión encontró a los enanos y los detuvo al concluir una obra de teatro en medio de una zona rural, lo que probaba que la farándula húngara ignoraba las leyes antijudías dictadas en 1940.

Y con la Wehrmacht llegó Adolf Eichmann, quien de inmediato organizó la deportación de judíos que no estuvieran en Budapest, territorio al que no podía acceder para no dejar claro que el gobierno existente era títere de Hitler.

Los artistas de la prisión

Los Ovitz llegaron al campo de prisioneros junto con 400 mil compatriotas arrestados y fueron a formar parte del 20 por ciento de sobrevivientes de los nazis.

Mengele, tras tomar conocimiento del modo de vida de la familia Ovitz los puso de inmediato, junto a sus ayudantes, a trabajar como artistas para entretener a los jerarcas alemanes quienes visitaban el campo de prisioneros y les dio algunas ventajas respecto del resto de los detenidos.

Los enanos no usaban vestimentas a rayas y eran alimentados mejor que el resto de los prisioneros. Debían como contraprestación representar comedias musicales una vez por semana y aceptar ser sometidos a extracciones de sangre y de fluido raquídeo.

Ellos no se quejaban, ya que sabían que la estaban sacando barata en comparación con el resto de los detenidos que sufrían hasta mutilaciones de sus cuerpos para satisfacer el interés investigativo de Mengele.

En diciembre de 1944, las cámaras de gas dejaron de funcionar en Auschwitz y al mes siguiente Mengele logró escapar a Alemania, la primera escala de su fuga que terminaría en una paradisíaca playa de Brasil.

Había dejado una estela de 50 mil hojas con apuntes en la prisión y en el campo de Birkenau. Esos apuntes dejaron en claro que era un asesino y un cretino que había condenado a muerte a miles de inocentes.

Los Ovitz tuvieron la suerte de ver ingresar al lugar de concentración a los soviéticos el 27 de enero de 1945 y lograron pronto regresar a Transilvania, donde tomaron conocimiento del exterminio de su familia y de que su casa había sido saqueada por los vecinos.

Previsores

Los sobrevivientes habían sido previsores ante la posibilidad de un conflicto de envergadura y en el jardín de su casa devastada habían enterrado joyas que recuperaron para hacerse de un nuevo capital que les permitió reconstruir la empresa que habían tenido.

Lo hicieron luego de dirigirse hacia el oeste, más precisamente a la costa belga, y de allí, en 1949, se afincaron en Israel, donde volvieron a ser famosos. La vejez los encontró viviendo de la renta de sus dos cines erigidos en la ciudad de Haifa. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@gmail.com

 

[1] El “ángel de la muerte” Mengele torturó y disecó gemelos. A otros los hizo fusilar luego de experimentar con ellos. En algunos casos, los esqueletos de los enanos eran enviados al Museo de Berlín e incluso, en un caso, otros enanos vieron como a uno de ellos lo arrojaron en ácido. También sufrieron extracciones de dientes y los obligaron a tener relaciones sexuales con una gitana enferma de sífilis para ver como influía la enfermedad en los enanos.

[2] Los otros tres hermanos: Sarah, Leah y Arie, tuvieron talla normal.

[3] El complejo de prisiones estuvo formado por diversos campos de concentración y exterminio nazis en territorios polacos ocupados.  Había 45 campos satélites. Se estima que allí murieron un millón cien mil prisioneros (90 por ciento judíos), a lo que habría que agregar polacos, gitanos, prisioneros de guerra, comunistas y disidentes.

 

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