Hora local en Rosario:
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Sin saber demasiado, uno aparece en la muestra de trenes más importante del planeta y descubre que esa metáfora tan trillada del progreso -la de una locomotora que avanza hacia su destino- todavía puede ser más precisa. Es una feria sobre la evolución, como cuando se hacen congresos de tecnología y se presentan teléfonos invisibles

Pero quizás sea más superador aún porque lo que verdaderamente se expone aquí en Berlín (En Alemania, dónde si no) es una idea posible del futuro, de la vida práctica que nos espera. Al mundo desarrollado, por lo menos. O a la Argentina, si tenemos suerte.

Después, a medida que uno camina por ese domo descomunal de las afueras de la capital alemana, en un tarde de primavera que duele de tan bella, aprende que, por ejemplo, la línea H del subte de Buenos Aires está en un nivel avanzado de automatización.

“No en niveles, por decirlo de algún modo, qataríes -dirá un ejecutivo de la compañía Siemnes, la responsable de esos sistemas que mueven pasajeros días tras día-, pero sí en ese camino”.

Se recuerda, además, aquéllo tan de nuestra matriz: que la Argentina tiene una deuda eterna con la infraestructura, que fue pionera del transporte ferroviario a principios del siglo XX, pero que luego se estancó, se quedó, fue superada por Chile, Brasil, México, tantos otros.

De hecho, hay funcionarios argentinos dando vueltas por aquí, intentando pescar inversores para nutrir al Plan Ferroviario Argentino, es decir, el proyecto mega con el que Gobierno Nacional se propone refundar la red de trenes del país (de carga y transporte de pasajeros) tan pertrecha tras el vaciamiento menemista y la corrupción kirchnerista (esto, claro, es opinión).

Pero no es motivo de esta crónica profundizar en la discusión política, sino llevar al lector de viaje por el nuevo milenio del transporte masivo; subir y bajar de coches, vagones y locomotoras que quitan el aliento y están ahí detenidas para que uno las recorra como niño.

La mañana fue diáfana. El desayuno vinco con salchichas y papas y birchermuesli. Después el cronista se trepó a un tren que arribó en horario a la estación Tiergarten y contempló el paisaje de árboles y paredes estampadas de arte urbano en un viaje hacia las afueras.

Bajó en destino y presentó credenciales para ingresar a la muestra, fascinado con ese mundo desconocido que se abría.

Ahora, finalmente, está en una cola de 20 o 30 personas. Es un catalogo de gente del mundo: ejecutivos, ministros y asesores de países pobres y ricos, fanáticos y el cronista de Clarín esperan su turno para subir a una joya de la técnica, el tren de alta velocidad Velaro D, un maravilla que puede alcanzar los 300 kilómetros por hora.

Según indican los anfitriones de Siemens, su fabricante, ya opera con éxito por supuesto en Alemania pero también en un trayecto curioso: Estambul – Ankara. No es tan fácil como decir si es posible o no que un tren de este tipo funcione en la Argentina. Remember 2008.

El famoso anuncio de que se instalaría un tren bala entre Rosario y Buenos Aires fue sin dudas una expresión de deseo aventurada sin fundamentación ni proyecto real alguno que la respaldara. Lo explican los entendidos que andan por aquí.

En Argentina no existen condiciones de ningún tipo para que haya un tren bala, pero sí muchos de los buenos, como estos que se ven acá hasta en experiencias de tres dimensiones.

Pero olvidemos eso. Ahora el juego consiste en caminar por la formación Velaro. Atravesar los pasillos, sentarse en sus asientos, como si uno fuera un pasajero más, observar detalles de diseño, los monitores con hiperconexión, mirar, tocar, preguntar a los guías y la frutilla del postre: sentarse en el asiento del maquinista para experimentar una simulación.

Como si uno fuera quien conduce a través de vías que avanzan por bosques y periferias y que permiten contemplar la trastienda de las casas y los edificios.

Ha sido un tiempo de trenes para este viajero. En marzo del año pasado, meses antes de Berlín, había tomado trenes en la India, viejas formaciones inglesas en el país de lo increíble. Coches de pasajeros, con hileras de seis asientos por ancho y 80 por largo. 20 coches. Una locura. Y la máquina iba al Taj Mahal.

“Pero esto, en contraste con todo, es la sofisticación, el refinamiento”, dice una japonés, sentado en la butaca, mientras mira por la ventana a la gente pasar y piensa si comprar o no comprar.

Es curioso: la idea de ser un advenedizo en estos territorios implica que se puede mirar desde la inocencia, sin miedo a la falla de interepretación.

El enviado se pierde entre pasillos que conducen a stands y más stands de compañías que fabrican piezas indescifrables y sí: aparecen los chinos. Se ve la maqueta de un tren que por los insólitos fue noticia.

Resulta familiar porque ante de verlo ao vivo el cronista le dio click a un video publicado en Internet con la misma maqueta. Parece una nave espacial con dos piernas, amuradas a rieles montados sobre los bordes de una avenida. Genera una especie de arco que se mueve con pasajeros encima y permite que los autos pasen debajo mientras las formación avanza.

Un delirio que “los dos chinos" ferroviarios estos que lo exhiben prometen lanzarlo en 2020 en Pekín. Y así, entre cócteles y conferencias, aparecen italianos que serán noticia muchos meses después en la Argentina. Celebran un acuerdo con el Gobierno argentino. Comentan que fiscalizarán el estado de tendidos ferroviarios entre Buenos Aires y la Costa.

Vendrán a decirnos, meses más tarde, que la Argentina es la realidad y que pasaremos otro verano sin tren a la Costa. (Jackemate.com)

 

(*) Enviado especial de Clarín a Berlín

                                       

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