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Resulta paradójico que sea Japón, el país cuya población debió soportar el lanzamiento de dos bombas atómicas -las que lanzó el Estado Norteamericano sobre las  ciudades de Hiroshima y Nagasaki-, donde un año después se guarda hermetismo acerca del desastre nuclear en la planta de Fukushima

En efecto, a lo largo del último año las consecuencias del desastre devastador en los reactores nucleares no solo no se detuvo sino que se expandió, al punto tal, que la onda radioactiva está llegando a ciudades como Tokio con las derivaciones letales que esto significará para la salud de los habitantes en una urbe densamente poblada.

La información que se ha difundido y se difunde respecto del desastre atómico es fragmentaria, esporádica y parcial, se manejan como secreto de Estado y esto hace que la cuestión haya quedado casi invisibilizada en los medios de prensa, reducida a breves menciones. 

En el paroxismo militarista reinante en el mundo del presente, pero sin duda concreto y ciernes, la nuclearización de las sociedades contemporáneas implica además de un riesgo potencial por las fallas y desperfectos en las plantas e instalaciones atómicas, la militarización de estos predios y el creciente control social sobre las poblaciones.

El silencio sobre un tópico de alta gravedad como una fuga nuclear, no sólo no aleja los peligros, los multiplica exponencialmente sometiendo a grandes contingentes humanos a situaciones de previsibles e infaustas consecuencias a breve plazo.

Es preciso que tomemos plena conciencia que nuestro protagonismo es fundamental en cuanto exigir cambios sustanciales en la matriz energética ya que tanto la civilización del petróleo como la basada en la producción nuclear implica miseria, control y sometimiento para las mayorías en todo el Planeta Tierra. (Jackemate.com)

 

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