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Por Ricardo Marconi (*)

El ser humano cazador, para los que hoy en Rosario estamos vivos, no es un personaje distante. Todavía sigue siendo una realidad, aunque actualmente viva apiñado en algunas zonas de la ciudad, en viviendas hechas de ladrillos de descarte de obras privadas, recolectados y unidos con mezcla de baja calidad, techos de chapa y pisos de tierra, en muchos casos sin luz eléctrica y con un sanitario que no es más que un pozo ciego contaminado.

Obviamente, otros están en una situación mucho peor, como aquellos que en la ciudad duermen en la vía pública, sólo con una manta  y comiendo  gracias al aporte de la cocina de los exsoldados solidarios que combatieron en Malvinas, enfrente de la plaza de San Luis y San Martín o en otro sitio de Rosario, a lo que hay que sumar un par de hogares que les permiten a los abandonados a su suerte, pasar la noche bajo un techo, un baño, una cama y comida digna de 19 horas hasta las 7 del día siguiente e, incluso, en algunos casos, se les entregan prendas  con abrigo para suplantar los harapos que sufren el desgaste lógico del tiempo el resto del día.

Otros “cazadores” también viven “agrupados” en la cárcel o en las seccionales en las que cumplen  condenas por sus delitos o, en muchos más casos como procesados.  En todos los casos  se encuentran en el marco de estructuras sociales y políticas civilizadas que a nivel del orbe son afectadas minuto a minuto por el crecimiento cuantitativo que se aproxima a los 10 mil millones  de seres humanos.

Mientras tanto, el resto seguimos programados para cazar y para sobrevivir en un mundo de acechadores, debido a que continuamos montados según el modelo primate, montaje  que fue ajustado y reajustado en innúmeras oportunidades durante millones de años antes que nos desprendiéramos de nuestro orden zoológico como seres distintos.

Nuestra herencia abarca los millones de años de vida de un primate cazador, que, desde hace muy poco tiempo cuenta con un cerebro  capaz de crear símbolos. Sin embargo, cuando nos sentimos impotentes ante la matanza de habitantes de nuestra ciudad, la violencia descontrolada, la decadencia en que hemos caído y captamos, de vez en cuando, la inexorable naturaleza de la cuestión racial y los prejuicios religiosos, así como cuando damos la espalda al espectáculo espantoso que nos ofrecemos  a nosotros mismos con la creciente muerte de nuestros congéneres, apelamos a las mentiras y coartadas que nos brinda nuestro intelecto.

A los fríos ojos de los habitantes de la provincia de Santa Fe, no somos más que una especie en apuros y en permanente trámite de adaptación social para no dejar de ser la primera de ellas que tiene a su favor el poder suficiente para  gravitar en su propia supervivencia y esto se logra  de una sola manera: tomando conciencia de lo que somos y actuando en función de la misma.

El enfrentamiento interpersonal al que estamos siendo sometidos los habitantes de Rosario está dejando de lado  la posibilidad  del autocontrol por parte de los delincuentes comunes, de las bandas organizadas y de los grupos narcos que operan con más fuerza desde el 2013 en adelante. Por el contrario, a este ritmo de homicidios, entre otras lindezas, estamos cercanos a  batir el récord de 2022: 287 asesinatos.

Hoy por hoy, ingresando al meollo de esta cuestión, debemos decir que el autocontrol se está diluyendo ante el pensamiento avasallante para la actual generación  de delincuentes y de algunos políticos y es por ello que nos estamos enfrentando día a día a situaciones que las generaciones anteriores hubieran calificado de impensadas. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política

 

 

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