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Por Ricardo Marconi (*) 

“Hoy las dictaduras mediáticas pretenden suplantar a lo que 30 o 40 años atrás hicieron las dictaduras militares. Son los grandes grupos económicos los que usan a los medios y deciden quién tiene o no la palabra, quién es protagonista, quién es el antagonista.” (Aram Aharovian periodista venezolano, fundador del canal latinoamericano Telesur)

Es el propósito de la presente columna periodística aportar información confidencial de las Fuerzas Armadas, utilizada para formar a los soldados y estamentos intermedios, con el objetivo de entrenarlos comunicacionalmente en Rosario.

Ya en nuestro libro de investigación periodística e histórica “Conspiración comunicacional en gobiernos de facto. El miedo como construcción mediática”, publicado por la Universidad Nacional de Rosario, dimos a conocer los mecanismos mediante los cuales los gobiernos y los medios de comunicación se ponen de acuerdo para que, a la hora de jerarquizar la información, se dé cabida a aquella que favorezca los postulados, pensamientos e intereses del Estado al que pertenecen y no del gobierno, ya que este último se basa en corrientes políticas y cada medio de comunicación apoya a una.

Cuadernos instructivos

Para cumplir con su objetivo, las fuerzas armadas, en golpes de Estado, utilizaron “Cuadernos de instrucción”, los que las áreas de inteligencia militar del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea hicieron circular en los cuarteles desde 1971 hasta “bien entrada la década del 90”, según el exlicenciado en Psicología Marcelo Ghiraudo.

El especialista -ya fallecido-, indicó que el referido trabajo que nos ocupa “trataba sobre una serie ordenada de cuadros explicativos que requirieron de un orientador para ser comprendidos e impartidos”.

“Ello implica –continuó- que no sirvieron para la autoformación ni para el cultivo individual de los destinatarios, sino más bien, constituyeron una ayuda memoria del dictante”.

Recuerdo que en una entrevista que le realicé, mientras fumaba su enésimo cigarrillo con fruición agregó: “Un aspecto muy común de este tipo de textos, es la tendencia a reducir problemas complejos a sencillos esquemas de educación moral”.

Y añadió, en medio de una voluta e humo mientras el mismo se diluía en el patio del instituto educativo donde dialogábamos: “Podría decirse que no existe un adoctrinamiento moral, y eso es cierto. El problema aquí no reside en que el tipo de adoctrinamiento sea “moral”, sino que la guía de referencia sirva como compendio de errores teóricos, una clasificación sobredimensionada de falacias y, en ese sentido, lo cuestionable es que este tipo de “educación moralizante”, se convierte en el tiempo, en un acto político legitimador. Peor aún, plagado de errores de razonamiento”.

Sin diferencias con manuales de la ‘Guerra Fría’

Ghiraudo tenía claro que “el instructivo no difería en nada de los manuales que durante la “guerra fría” los países del Primer Mundo repartieron a las Fuerzas Armadas de los países periféricos de ambos lados de la ya inexistente Cortina de Hierro” y de ello surgió para el autor que, de esta manera, quedó claro que se dio por sentada la existencia concreta de valores inmóviles y trascendentes que el entrevistado sostuvo refiriendo: “no han sido explicados ni se saben ciertos, más que por los autores del libelo”.

Cuadernos para la guerra interna

El cuaderno elaborado en esos tiempos aciagos – como le gustaba decir a María Estela Martínez Cartas de Perón,  buscó poner blanco sobre negro una situación calificada como de guerra en la que, obviamente, debe haber dos bandos: uno es el que conformaban los seguidores de una cierta categoría de sujetos perteneciente al “tipo argentino” que por definición arbitraria de Ghiraudo encarnó “el modo de vida argentino” y otros que impiden la realización de esta “deriva natural hacia el tipo ideal”, último grupo al que se le niega “la pertenencia al conjunto y se lo muestra como un agente extraño, llegado de otra galaxia, de modo que su eliminación queda eximida de cualquier consideración ética o moral”.

En la segunda parte del conjunto de imágenes que conforman el cuaderno se introdujo al destinatario del “curso” en el habla de un componente ideológico y en él “se hizo –apuntó el entrevistado-, una verdadera militancia de la ignorancia y un abuso grosero del recurso patriótico, que parecía responsabilizar a Dios de las burradas cometidas y por acometer por parte de las bandas organizadas que asaltaron el Estado desde 1955”.

A Ghiraudo no le gustaba joder a nadie con el humo de sus cigarrillos mientras pitaba. En sus respuestas, en un momento dado, helenizó sus consideraciones, encontrando en cada párrafo una falacia ad verecundia, donde se recurre al “prestigio” de la divinidad o la entidad abstracta “Patria”, indistintamente, para justificar cuestiones en la que ni Dios ni la Patria tienen injerencia ni responsabilidad.

En definitiva, un verdadero compendio de vaguedades sin valor alguno que ni siquiera resultaba dañino en el grado que sus organizadores hubieran querido.

“Flaco favor le hicieron los autores del cuaderno a sus superiores asesinos, ya que el compendio no logró conmover ni una baldosa y se mostró inútil para ayudar a pensar claramente”, según el ex psicólogo, dueño de una personalidad descollante.

Recuerdo, como si fuera hoy, que en un momento dado argumentó: “Los “intelectuales” que escribieron los pasquines-cuadernos deben estar ahora en el infierno, rascándose la cabeza para encontrar una veta comunista a los componentes de resistencias europeas o alguna roja inspiración a los nacionalistas”. Subrayó ello Ghiraudo,  mientras hacía uso del tic inveterado de rascarse la cabeza.

“No la pegaron ni siquiera en una” explicitó el analista, para señalar sin detenerse con su ronca voz: Los Tupamaros gobernaron el Uruguay con recetas liberales; el allendismo hizo lo propio en Chile sin cuestionar un párrafo la doctrina de Chicago, y hasta Raúl Castro lo dejo a Bush a la izquierda, cuando planteó en el Parlamento cubano una nueva ley de impuestos”.

Las víctimas que no podían defenderse

“De hecho, las aburridas víctimas de los mentores de los cuadernos, esto es soldados conscriptos, suboficiales y la oficialidad joven, junto a civiles “colaboradores” que eran –a veces, invitados a las charlas en las sedes de los comandos, entre ellos el de Rosario-, terminaron sus vidas viendo caer al comunismo real por su propia inconsistencia; a los moscovitas soportar horas de cola para comer un panchito en Mc Donald, en pleno Moscú –antes de irse por la invasión a Ucrania-, y en el más patético de los casos, añorando la Guerra Fría, ya que entonces tenían un enemigo y sus agentes infiltrados con quien pelearse”.

Con estas últimas apreciaciones, Ghiraudo, pretendió exponer indirectamente que cuando ingresaban los primeros días, las colimbas a los cuarteles, eran apabullados con arengas y presuntuosas charlas ideológicas llenas de principios simples con presupuestos erráticos, cuyo objetivo era polemizar sobre cuestiones estratégicas y justificación moral.

Las fuerzas militares remarcaban que era el procedimiento que nos ocupa, parte de un proceso legitimador y ‘desatanizador’ de las mismas, aunque sus ocasionales destinatarios no pudieran entenderlos, ya que no estaban básicamente formados en lo intelectual. Es más, algunos empezaron a conocer el cepillo de dientes y el inodoro dentro del regimiento donde corrían, limpiaban y barrían.

Amadrinamiento

Con el tiempo, muy breve por cierto, el “amadrinamiento”, término con el que se conocía entre los oficiales jefes a las charlas ideológicas, pasó a ser responsabilidad de los oficiales comunes y cuando estos se les “hinchaban los testículos” de tanto repetir siempre lo mismo, con las nuevas camadas de colimbas, le tiraban la responsabilidad a los suboficiales y estos últimos -para irse de franco-, les pasaban la pelota a los soldados más calificados, últimos orejones del tarro que se quemaban las pestañas tratando de entender los textos y las imágenes para poder transmitir sus conocimientos a los soldados que eran usados como carne de cañón en los operativos represivos, ya que en muchos casos utilizaban armas que se trababan en el momento más inoportuno y ello implicaba , sisa y llanamente , perder la vida.

Reuniones con gatúbelas

El lector podrá, a estas alturas, imaginar la desesperación del soldado más despabilado que el resto haciéndose eco de técnicas chinas de desologización planteadas “al uso nostro” en el interior de los cuarteles, mientras sus superiores, de franco, disfrutaban de sus familias, comilonas y abundante bebida en reuniones con “gatúbelas”.

Obviamente, los soldados argentinos de esos tiempos, no podrían llegar nunca a entender que se los estaba introduciendo en una lucha mortal y menos podrían llegar a comprender que la misma no sería política, sino ideológica.

Ghiraudo, mientras lanzaba sus volutas de humo al universo,  me hizo notar, finalmente, que la última cuarta parte de imágenes de las que se nutría el cuaderno que le tocó analizar, tenía por objeto exponer la guerra revolucionaria. Las primeras ¾ pretendían justificar la defensa nacional a través de un ejército popular. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política

 

 

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