Fórmulas absolutistas de poder, saqueos de riquezas en niveles extremos y violencia con finales sangrientos, seguidos de declaraciones de mandatarios anunciando el final de la guerra en Libia con el retiro de tropas, conforman el punto de partida de caminos hacia la institucionalidad en ese país.
Las sectas y clanes extremistas que llevan adelante, desde el gobierno, el desarrollo de una nueva forma de mistificación del terror, en función de la idea del enemigo impalpable, están siendo estudiados por expertos de la SNA (Análisis de Redes Sociales), quienes aplican técnicas de diagramación interoperativa con la asistencia de sociólogos y matemáticos.
Las ideas del gobierno, buscaron –con idéntico mecanismo que el Talibán-, congregar adeptos alejados previamente del mundo profano para instalarlos en el iniciático, en el que se quebrantan principios fundamentales del ser humano relacionados con la fraternidad sin prejuicios de raza, sexo, ideología, clase o condición económica.
El núcleo del pensamiento Talibán en ese sentido puede definirse con este concepto: “Acapararemos una exquisita parcialidad de contactos que únicamente esté al alcance de unos pocos, es decir, de nosotros”.
La expansión del terrorismo cotidiano es analizada por la SNA, que procesa información atendiendo a las relaciones entre personas, grupos y organizaciones que conforman nodos en una red.
Para ello toma como parámetros el número de conexiones directas que posee un núcleo, el número de caminos que conectan a los pares de nodos que se cruzan a través de uno determinado, la influencia que es una medida de eslabonar a otros céntricos que sean favorables y las ligazones de actores que conforman distintos nodos.
El especialista en análisis de redes secretas Pablo Alegretti apunta que “el liderazgo es un factor crítico en las organizaciones insurgentes” y agrega que “para preparar, comandar y enfocar la violencia política, religiosa y social, se requiere que el liderazgo establezca las bases de un plan a largo plazo -que contemple una guía alternativa en corto tiempo-, sin dejar de lado la coordinación y la coherencia orgánica”.
Los líderes insurgentes
Los líderes insurgentes tienen la obligación de hacer conocer su causa para ganarse el apoyo popular y ese deseo se acompaña –como en los casos de Iraq, Afganistán y Libia, de una campaña de terror contra aquellos que no comparten las metas de los insurrectos.
Muammar Kadafi, desde febrero pasado, tiempo en el que se inició la revolución en su contra, hizo lo imposible por aniquilar y suplantar los lazos entre el pueblo y los líderes del nuevo orden triunfante, comprometido a realizar elecciones en ocho meses.
De esa manera el líder muerto, mientras apoyaba militarmente a otros grupos terroristas como las FARC de Colombia, buscó establecer una legitimidad demagógica a través de sus movimientos militares, de su ejército paralelo y de su intento de manipular los medios de comunicación extranjeros.
La ideología panislámica de Kadafi, esto es una teocracia islámica extremista, no logró eliminar la insurrección y “la necesidad de justicia para todos”, primó sobre su locura absolutista que le imposibilitaron consumar su estrategia de apoyo circunstancial a grupos que exportaban terrorismo a países como Yemen.
No pudo quebrar Kadafi el objetivo estratégico de la insurrección, trasuntada en la toma del poder político y el derrocamiento de su gobierno a sangre y fuego, con el claro apoyo de la OTAN.
Los rebeldes lograron su propósito de destruir la legitimidad del gobierno kadafista y para ello no se privaron de hacer uso de operaciones tácticas psicológicas y físicas con ataques intimidantes y militares en casi todo el territorio libio.
Si avanzamos finalmente, en el caso libio, puede advertirse que el Partido de Liberación Islámico y la Fraternidad Musulmana han estado entre las organizaciones importantes que han causado incertidumbre en el régimen estatal.
Su crítica a la parálisis y a la corrupción del Estado se complementó con un clásico de estos tiempos: la redistribución equitativa de la riqueza.
Para hacer frente a Kadafi, la oposición reclutó estudiantes de las universidades y de las academias militares, quienes trabajaron en la instauración de la cohesión social en centros urbanos fragmentados por los estragos económicos y la presión demográfica.
El Movimiento de Mártires Islámicos y el Grupo Libio Islámico, dos grupos de los recién llegados a la escena política de Libia, cuentan entre sus adeptos a veteranos de ese país en la guerra afgana, quienes, nos dicen, quedaron decepcionados debido a las perspectivas económicas de Afganistán.
Ambas organizaciones son hábiles practicantes de la violencia, cuyo nivel alcanzó nuevas formas de ferocidad en momentos previos al 11 de septiembre del 2001.
Abatido Kadafi, llega el momento de producir una nueva escena política en un territorio contagiado por el despotismo y la tiranía para beneficio de una población cercana a los 6 millones de habitantes que producen anualmente 150 mil millones de dólares y que hasta el presente eran marginados de las ganancias que producían 50 mil millones de dólares, los que no llegaban ni como migajas al pueblo, acorralado por la miseria, sufriente de un pésimo sistema sanitario y educativo, que favorecían el saqueo del pirata que con su familia –ahora destruida- manipulaban los hilos del poder grotesco de Libia. (Jackemate.com)