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Por Ricardo Marconi (*)

Los seres humanos tienen la característica de utilizar el secreto como práctica y los secretos, en el tiempo, atraviesan tanto la vida pública como la privada. El psicólogo Jorge Besso afirmó que “el secreto es el terreno predilecto para la eterna disputa entre la fidelidad y la infidelidad. El mayor de los secretos es lo que cada uno desconoce de sí mismo y que los otros saben o intuyen mucho antes”.

De todos los secretos, el profesional es el más utilizado y los pequeños y grandes hechos que son ocultados, están directamente vinculados a las transgresiones, a las que son proclives los humanos, al punto tal que se puede afirmar que la práctica de la transgresión está en la esencia de nuestra especie.

En el campo de los episodios que se ocultan, es nuestro propósito, en esta columna, el de inmiscuirnos en una de las reuniones más ocultadas de las que se realizaron en la Casa Blanca, ya que en ella se analizaron operaciones de espionaje y bélicas secretas que modificarían el espectro de la política y la seguridad internacional.

Asimismo, el lector de esta columna tendrá la oportunidad de conocer detalles de la Operación “Vacunación”, realizada de manera meticulosa para detectar a Osama Bin Laden y a sus seguidores en Pakistán.

El 13 de marzo de 1993, el empleado de la Casa Blanca caminó a paso lento por el pasillo del ala oeste hasta detenerse ante dos guardias de civil que se hallaban custodiando la puerta de ingreso a la Sala de Situación de la planta baja.

Les mostró su identificación y los custodios tras las verificaciones de rigor utilizaron el documento que se les había entregado para permitir el ingreso a quien lo solicitaba.

Este ingresó al pequeño y sencillo lugar, bajó una llave ubicada en el lado izquierdo de las aberturas y se encendieron a pleno las luces que iluminaron la mesa de madera rectangular, con capacidad para diez personas sentadas y otras veinte sillas ubicadas contra las paredes, recubiertas con madera y con un material que impedía la propagación de los sonidos fuera del lugar.

Además, había una silla más alta, donde se sentaba habitualmente el asesor de Seguridad Nacional y, esporádicamente un funcionario de mayor jerarquía del área aludida, esto es el presidente de los Estados Unidos Bill Clinton.

En minutos se iniciaría una de las reuniones más importantes en las que se analizarían temas cruciales que implicaban la puesta en marcha o el debate de la seguridad en los territorios de Oriente Medio, Haití y Bosnia.

A modo de ejemplo de la importancia de las cuestiones en tratamiento, vale señalar que en ese cónclave el 42º presidente de los Estados Unidos, decidió, tras escuchar a sus asesores, el envío de tropas a los Altos del Golán ante el requerimiento de fuerzas terrestres. A minutos de estar habilitado el lugar se hicieron presentes asesores y se fueron ubicando en las sillas laterales y posteriormente comenzaron a llegar los funcionarios de primer nivel.

Esa mañana la mesa contó con la asistencia de Les Aspin, secretario de Defensa, a quien el resto de las principales figuras de gobierno lo tenían como un incapaz crónico.

La gente del Pentágono le tenía antipatía porque no quería a las fuerzas armadas en situaciones complicadas y se resistía a implicar a EE.UU., en la guerra de los Balcanes.

El jefe del Estado Mayor Conjunto Colin Powell fue otro de los concurrentes, a quien se agregó casi de inmediato Nancy Soderberg, consejera principal para la Política Exterior del presidente y tercera en orden de importancia en el esquema de seguridad de la Casa Blanca.

La nómina de asistentes se completó con James Woolsey, director de la CIA; León Fuerh, asesor de Seguridad Nacional del vicepresidente Al Gore; Samuel Berger, consejero adjunto de Seguridad Nacional; Warren Christopher, secretario de Estado y Madeleine Albright, embajadora ante las Naciones Unidas. Finalmente llegaron a la reunión el vicepresidente y el presidente, comenzando el cónclave.

Posicionamientos  

Powell, de arranque, se opuso a involucrar al país en el conflicto de los Balcanes ni en cualquier otra situación estratégica. Tampoco mezclar a la Fuerza Aérea en objetivos de índole política e incluso, a modo de versión, trascendió que habría retenido información clave.

Woolsey, al pedírsele su opinión, planteó hipótesis sombrías, mientras que Albright expuso que había que “hacer uso de la fuerza si era necesario”. Por su parte Fuerh apoyó a la embajadora con su habitual estilo agresivo y pretendía que se apoyara a la diplomacia, haciendo uso de las fuerzas armadas. Ya hemos hecho referencia a la toma de posición final del Clinton.

La amenaza            

Se habló en el encuentro de la constante amenaza de Saddam Hussein y hubo evaluaciones en torno de la posibilidad de restaurar en el poder, mediante las armas, a Jean Bertrand Arístides, siendo ello rechazado de plano.

Luego hubo manifestaciones entorno al envío de tropas a Bosnia, siempre y cuando hubiera acuerdo entre las partes involucradas.

La utilización del poder militar para obligar al presidente Slobodan Milosevic, a cumplir los requerimientos de la comunidad internacional fue otro de los temas evaluados.

Christopher, con su modo tímido, cortés, disciplinado y poco rígido –de riguroso traje y corbata como siempre estaba vestido-, le comunicó a Clinton y Gore la posibilidad de alcanzar dos acuerdos: Uno entre Israel y Palestina y el restante entre Israel y Siria.

Con el primero Christopher pretendía una mayor autonomía Palestina y la retirada progresiva de las tropas israelíes de los territorios ocupados. En cuanto al proceso de paz con Siria, los israelíes mostraban flexibilidad y consideraban la devolución de los Altos del Golán, tomados en la guerra de 1967.

El expositor, en ese momento de la reunión explicó que el ex primer ministro de Israel Isaac Rabín había puesto el tema de la doble ciudadanía sobre la mesa de deliberaciones y lo consideró como “muy alentadora”.

En ese punto Clinton bregó por el análisis de la situación de la OLP en el esquema de negociaciones. Obviamente el país del Norte buscaba la retirada total a cambio de la paz total, esto es una especie de “acuerdo paraguas”, que permitiera la pacificación.

Autorización 

Christopher hizo uso de la palabra nuevamente para pedir autorización a los fines de instalar miles de soldados estadounidenses en la frontera israelí-sirio y la respuesta, si era positiva en esa reunión, se la trasladaría a Assad.

El presidente se preocupó por la reacción del Congreso, ya que los soldados debían estar preparados para el combate, por lo que no debían ser Cascos Azules. Quien esto escribe pudo saber que Assad nunca aceptó la propuesta.

Es más, en el recinto donde tenía lugar la reunión nadie pestañó cuando Powell presentó un cálculo de lo que costaría, en ese momento, un batallón estadounidense en el Golán por el lapso de 12 años: “Un par de millones de dólares”.

Clinton respondió: “Creo que vale la pena”. Él se había percatado de la necesidad de mostrar liderazgo y aclaró que ya había desafiado al presidente Bush a que restaurara la democracia en Haití y pusiera fin a la guerra de los Balcanes.

Vacunar para espiar 

El doctor Shakil Afridi llevaba trabajando más de un año con la CIA cuando su controlador le dio nuevas instrucciones en enero de 2011, mes en el que fue arrestado Raymond Davis [1] y el cirujano pakistaní acababa de concluir el largo protocolo que la Central de Inteligencia había establecido para encontrarse con su contacto estadounidense.

Habitualmente dos hombres recogían a Afridi en un lugar previamente designado –a veces en una estación de servicio de la Shell y en otras en un supermercado, al aire libre-, lo cacheaban para detectar micrófonos o armas y luego le ordenaban que se tirara en el asiento trasero del auto en que habían llegado los contactos.

Le ponían una manta encima y el vehículo, luego de zigzaguear por diversas arterias de Islamabad llegaban a un lugar donde le permitían descender al “pasajero”. Allí “Sue”, una mujer estadounidense lo estaba esperando en el interior de un automóvil Toyota Land Cruiser.

La casa donde se ocultaba Osama Bin Laden estaba cerca de una escuela militar pakistaní

Precisamente “Sue” le adelantó al médico que debía prepararse para poner en marcha una campaña de vacunación contra la hepatitis B, la que estaba destinada a mujeres de edades comprendidas entre los 15 y 45 años.

Y le dio instrucciones para que empezara en las ciudades de Cachemira –Bagh y Muzaffrabad-, y en la zona de Jyber Pastunjwa, centrándose en la ciudad pastoril y con una base militar. El período debía ser por 6 meses y en tres fases.

Afridi –que hacía los cálculos de costo de las operaciones y agregaba mentalmente su beneficio económico, mientras la mujer hablaba, le pasó el valor operativo por 5.3 millones de rupias -55.000 dólares de ese tiempo-, y la representante del organismo de inteligencia no objetó el monto, ya que necesitaba el aporte de Afridi, en razón de que el mismo tenía la posibilidad de moverse con comodidad por ciudades y pueblos de Pahstán, sin levantar sospechas de la inteligencia pakistaní en la provincia de Ayber, en las zonas tribales.

El médico, al parecer, era famoso por sus presuntos pedidos de coimas a quienes les adquiría materiales para el hospital a través del mercado negro.

Es más, entre sus pacientes era famoso por charlatán y debido a que le gustaba contar chistes procaces a sus colegas médicas y, para colmo, siempre estaba al límite de la ética profesional. En definitiva, era toda una “maravilla” de la medicina.

Estaba entregado al objetivo permanente de obtener dinero extra y entre sus víctimas se hallaban los combatientes de Bagh, los que recibían tratamientos innecesarios, hasta que se enteró Mangal Bagh, el “Señor de la Guerra” del grupo Lashkar e Islam

Mangal Bagh lo convocó a Afridi a su casa y le exigió que para seguir vivo debía pagar una multa de 10.000 dólares por engañar a su gente. Afridi se negó y fue secuestrado por una semana hasta que admitió pagar.

Afridi se hallaba en su consultorio en Peshawar, en noviembre de 2009 cuando un individuo que le dijo ser   el director de zona de Savethe Children- una organización benéfica internacional-, y su nombre sería Mike Mc Grath.

El mismo se interesó por el trabajo de médico y lo invitó a cenar y hablar en una zona elegante de Islamabad. Obviamente Savethe Children se negó a trabajar para la agencia norteamericana para reclutar agentes. Sin embargo, Pakistán clausuró la labor de la entidad en su territorio.

Allí Afridi se reunió con una mujer rubia, alta, de alrededor de 38 años y de aspecto británico que se presentó como Kate y que a la postre sería su primera controladora de la CIA.

Vale apuntar que la central de espionaje de Langley antes del 2005 comenzó a enviar espías a Pakistán como profesionales encubiertos a zonas tribales para buscar pistas o el paradero de Osama Bin Laden, evitando captar periodistas estadounidenses, religiosos o voluntarios de agencias de paz.

En 1996, el director de la CIA John Deutch habría dicho que “podría haber casos excepcionales cuando se producían amenazas extremas contra la nación y ya hemos indicado que luego del 11-S no nos privamos de hacerlo, en razón de la gravedad de los acontecimientos”.

Volviendo al caso Afridi, durante dos años hizo campañas de vacunación y recolectó datos en las zonas tribales. A tal punto llegó que recogió el ADN de agujas utilizadas para obtener el paradero de Osama Bin Laden, así como de otros miembros de Al Qaeda para comparar datos con los que se poseía en la CIA.

Finalmente, el costo de las 6 campañas alcanzó a 8 millones de rupias y hubo en ese lapso otros controladores: Toni y Sara. En 2010 volvió “Sue”. El médico espía contaba con una portátil y un transmisor seguro para comunicarse con la CIA.

Una nueva orden   

Sue ordenó a su controlado que ajustara su labor en Bidal Town, un barrio de clase media cercano a una academia militar, una especie de West Point pakistaní. Incluso, me dicen, una funcionaria de apellido Mamraiz no aceptó colaborar con Afridi, pero luego se le ordenó a la mujer que lo hiciera.

Por último, agentes de la Agencia centraron su interés en Bidal Town y más puntualmente en el complejo amurallado de la calle Pathan, que los satélites estadounidenses observaban puntillosamente. Los agentes no le dijeron nunca a Afridi quien se encontraba allí, ya que la única forma de saberlo era ingresando a una de las casas.

El día que el vacunador hizo su tarea con los habitantes de la calle Pathan los únicos que rechazaron las vacunas vivían en el misterioso complejo. Era gente que sólo salía de la casa raramente y quemaban la basura en vez de sacarla.

El ‘seal’ que se presume puso fin a la vida del jefe de Al Qaeda, Osama Bin Laden

Fue una enfermera de Afridi quien consiguió el celular de uno de los hombres que vivían en la casa. Llamó al número utilizando el celular de su jefe y habló con un hombre que dijo que estaba en la casa y que podía volver a llamarlo en la tarde por estar ocupado.

El equipo de vacunación no logró ingresar al complejo y Afridi viajó a Islamabad con los kits de vacunas para que obtuvieran los ADN y su controladora le abonó los 5.3 millones de rupias en efectivo.

Tras ello se inició la operación final para capturar a Bin Laden por intermedio de un grupo Seal, tema que merece un desarrollo especial, en base a datos de primer nivel acerca del episodio en el que se intentó capturar vivo a Laden en Pakistán.

Las historias planteadas forman parte de los contornos históricos de las guerras como, por ejemplo, las de Afganistán e Irak. Estados Unidos ha perseguido a sus enemigos utilizando grupos operativos de altísimo rango profesional y hasta robots que permiten a quienes los utilizan reducir sus bajas mortales y heridos matando a distancia.

Con el correr de los años la CIA y el Pentágono utilizaron mercenarios para que establecieran redes de espionaje clandestinas, tomándose la precaución de apoyarse en servicios de inteligencia fiables y materializando hasta un personaje del Pentágono, -fumador empedernido- que provocó un escándalo al desempeñar papeles destacados en el conflicto Irán-Contra y que sería destacado a un trabajo de espionaje en Pakistán.

El presidente Barak Obama llegó a sufrir este tipo de acciones como una alternativa a las costosas guerras para derribar gobiernos y para ocupar territorios. Con ese mecanismo los norteamericanos han logrado resentimientos entre aliados y, a veces, ha contribuido a la inestabilidad en lugares donde trató de proporcionar orden frente al caos.

Esa forma de guerrear logró resultados positivos, pero también ha producido conflictos que llevaron a la posibilidad de iniciar una guerra imprevista, por lo que ha optado llevar adelante operaciones clandestinas.

El lector debe saber que luego del ataque del 11-S fue Sir Richard Dearlove, jefe del Servicio de Inteligencia Británico MI 6, el que viajó a Estados Unidos para solidarizarse en Langley, Virginia, oportunidad que utilizó para comunicar a la cúpula de la CIA que había recibido el acuerdo para abrir sus registros a la Agencia sobre miembros de Al Qaeda.

Dearlove era un licenciado en el Queens College de Cambridge, donde se reclutaban agentes y había prestado servicio en África, Europa y en Washington, donde firmaba sus informes con su nombre en clave: C, en tinta verde.

Viajó a Estados Unidos en su avión Ascon -1 y en el centro de espionaje se le mostró el dron Predator en acción, nave aérea que posee una serie de ventajas militares dignas de ser expuestas en otra columna.

Con el tiempo, el presidente George Bush (hijo) heredó un servicio de espionaje con un número reducido de agentes que, para colmo, se hallaban desanimados por los conflictos internos. Y Bush, a partir del 2001, decidió disponer un accionar distinto que en breve lapso se transformó en una cacería global para diferenciar a la CIA del burocrático Pentágono. Tras los ataques del 11-S, la Agencia Central de Inteligencia y el Centro Antiterrorista (CTC) iniciaron su expansión. De esta forma el CTC se convirtió en el corazón de la CIA.

Autorización para matar 

Al CTC El fueron derivados agentes clandestinos y analistas retirados de ASIA y Rusia e irónicamente hablaban entre ellos de la “calle Osama Bin Laden” o “El camino de Zawahiri”, con el que se denominaba a un pasillo interno donde estaban ubicados cubículos donde trabajaban los espías.

La situación internacional estaba en estado tan crítico que el ex presidente Bush le exigió al director de la CIA George Tenet que fuera a su despacho diariamente para informarlo acerca del “catálogo”, de complots, conspiradores terroristas y para conocer las acciones que se tomaban día a día para proteger al país, teniendo en cuenta que el vicepresidente Richard Cheney había arrancado al Congreso la potestad de tener una licencia para matar, que había autorizado con su firma.

La autorización, vale recalcarlo, tenía también su lado negativo: Los análisis de inteligencia se hacían de manera más reducida y táctica sobre el terrorismo y el presidente veía diariamente el trabajo hecho a primera hora en el Despacho Oval.

Así Bush se aseguraba tener en sus manos las idas y venidas de los operadores destacados de Al Qaeda y el nivel de apoyo con que contaba la organización a nivel mundial. Ello permitía predecir el impacto de las operaciones de la CIA y sus consecuencias cada 24 horas. Tenet vivía con el corazón en la boca.

Determinación de objetivo 

Era la “determinación de objetivo” la terminología que se utilizaba para tomar decisiones sobre qué funcionarios de gobiernos extranjeros debía ser elegidos para ser informados o qué extranjero podía convertirse en informante de la Agencia. Con el tiempo el mecanismo varió y se convirtió en “localizar a alguien considerado una amenaza, capturarlo y matarlo”.

Los enfrentamientos entre el segundo de Tenet -J. Cofer Black- y James Pavitt, -jefe de Operaciones-, se intensificaron a inicios de 2002 y finalmente Black se retiró para cumplir otra función, siendo reemplazado por José Rodríguez, un alto funcionario del CTC que se había unido a la CIA a mediados de la década del 70.

Tenía el título de abogado y trabajaba –como ya informamos en otra columna-, en la División de América Latina, el Centro de Operaciones para Nicaragua, El Salvador y Honduras en la década del 80, a la vez que trabajó en las investigaciones sobre el caso Irán-Contras, a la vez que había prestado servicio en Estaciones de la Central de Inteligencia de América Latina, incluyendo Bolivia y México, donde a su caballo favorito -le gustaba montar-, lo llamaba “Negocios”.

En 2001, luego de afrontar problemas internos en la Agencia, recuperó su posición y acompañaba a Tenet a las reuniones que su jefe hacía, a las 17, en las que funcionarios del más alto nivel recibían actualizaciones diarias sobre operaciones llevadas a cabo en Afganistán y otros territorios.

Fue precisamente rodríguez, en una de esas reuniones que planteó que los combatientes talibanes capturados en Afganistán fueran retenidos por largo plazo y propuso a la cárcel de Ushuaia, en Tierra del Fuego, Argentina para “depositarlos”.

Otro agente sugirió las “Islas del Maíz”, en el Caribe, frente a Nicaragua y por último Rodríguez, en broma proporcionó la idea de la Bahía de Guantánamo. Todos los asistentes se rieron pensando en la cara que pondría Fidel Castro, pero luego viraron su opinión y comenzaron a opinar que “la solución tenía sentido”.

Era una instalación estadounidense en Cuba y Guantánamo estaría fuera de la jurisdicción de los tribunales estadounidenses. Finalmente, allí se construyó la prisión, en un extremo del complejo carcelario y se aplicó en el lugar la máxima seguridad, dándosele el nombre de Strawberry Fields-campos de fresas-, porque los prisioneros estarían allí –como cantaban los Beatles-, para siempre.

El aludido Black, con experiencia en el área de Oriente Medio poseía conocimiento íntimo de las redes de Al Qaeda, mientras que Rodríguez era muy cercano a Pavitt, quien se habría puesto a investigar secretamente a Black. (Jackemate.com)

 

[1] Su historia merece un relato circunstanciado en otra columna especial.

 

(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com

 

 

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