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Con los últimos acontecimientos vividos  en nuestro país, como resultante de la discusión legislativa derivada de proyectos del Ejecutivo, se demuestra una vez más que la humanidad –genéricamente expuesta-, no ha cambiado. Simplemente, continúa realizando con mayor eficiencia lo que viene haciendo desde que se expandió en la Tierra

Quizás, como consecuencia de esa determinación agresiva es que comenzamos a entender que de manera lenta, pero constante, nos acercamos a la perspectiva de enfrentarnos a la total destrucción de nuestra especie y debido a ello –y con razón-, nos aferramos de manera desesperada a la idea de que ello no es inevitable y de que el hombre no está  tomado  por el instinto violento.

Si admitimos nuestra naturaleza violenta en razón de la mortal eficacia de las armas actuales, no serán pocos los que estimen que no hay esperanza alguna para  nosotros.

Con el falso presupuesto de que las superpotencias desarrollan elementos destructivos para asegurar la paz mundial, los países que no poseen –como el nuestro-, armas nucleares  dependemos de su decisión de avanzar sobre la destrucción del orbe.

Especialistas  en sociología se posicionan ante la temática planteada aduciendo que “por ser naturalmente propensos a la violencia, aprendemos fácilmente los métodos violentos”.

Otros argumentan que estamos “montados” de una manera que nos impulsa a crear situaciones que propenden al aprendizaje de la violencia.

Los etólogos explican como algunas especies animales enfrentan dicha cuestión  entre sus miembros en el marco de una misma población: Argumentan los estudiosos que “debe existir cierta cuota de agresión, a fin de asegurar el proceso selectivo y varias funciones menores”.

Agregan que la agresividad “generalmente” es contenida y se expresa ritualmente para  que no desemboque en una actividad violenta extrema que destruya la población.

Esos mismos especialistas, sin embargo agregan que es necesario estimular algún grado de violencia para oponerse  violentamente a las amenazas externas, implicando ello un equilibrio entre la no violencia interna y la agresión generada para resistir el ataque proveniente del exterior, esto es un mecanismo de preservación de la integridad personal y social.

En política internacional, la respuesta al agresor se logra –para no llegar a la violencia explícita-, a través de coaliciones que pretenden continuar con una estructura estable. Si tiene el lector alguna duda, analice lo que ocurre con Corea del Norte.

La agresión  y la violencia humana, como la que vivimos en las últimas horas, en nuestro país, se da también con igual ímpetu entre los animales.

 El hombre no posee un especial instinto criminal que lo distinga de algunas bestias, según estudiosos como  Fisher, Edward Hall y Sherwood Washburn, aunque  no obstante, la depredación violenta y organizada ha sido siempre monopolizada por los varones, lo que se considera  como el paso decisivo en el desplazamiento humano hacia la ciencia de la guerra. Pero ese es otro tema, a considerar en otra columna. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com

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