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Por Ricardo Marconi (*)

Los argentinos, hacia 1946, habían iniciado la proyección de la construcción de un pretendido Centro Experimental Atómico en la isla Huemul, del lago Nahuel Huapi. Asimismo, se hicieron comentarios insistentes en esferas gubernamentales acerca de erigir el mismo Centro en un lugar indeterminado de Tierra del Fuego. Juan Domingo Perón, tentado con proporcionarle a América Latina un ejemplo de liderazgo apoyó la propuesta.

Perón tenía la intención de hacer realidad una de sus obsesiones: la de que Argentina se convirtiera en una potencia bélica por sí misma, de naturaleza nuclear.

Y ello avaló la intención de un equipo de charlatanes que se autocalificaban de “científicos”, de proponer a la Casa Rosada que el lugar ideal para hacer realidad la intención presidencial eran las aguas del Lago Agrio, en el paso Copahue, donde decían, se habían acumulado naturalmente, niveles insólitos de agua pesada, a lo que habían agregado a sus teorías, la teoría que sustentaba “una riqueza especial de uranio”.

Juan Domingo Perón vivió esa situación como una revelación y de inmediato decidió poner manos a la obra, convocando al coronel González para tomar el mando del Ejército en la zona de Los Baños, hacia fines de la década, por lo que se convirtió el coronel en jefe del Servicio Atómico Argentino de isla Huemul.

Obviamente, la situación crítica en lo financiero del país no fue un obstáculo para que, de manera instantánea, se canalizaran cantidades de recursos hacia el proyecto que con el correr del tiempo fue considerado como “delirante”.

El problema a tener en cuenta 

Todos los destinados al nuevo Servicio tenían claro que el problema más significativo  para acceder a las aguas del lago, era el de internarse  en sus aguas, ya que para concretar ese accionar había que acceder  a una porción del territorio chileno de la frontera , pero Perón estimó que no era importante esa dificultad y resolvió ocupar la zona del volcán Copahue, para abastecerse de agua pesada y uranio, a la vez  que buscaba proveerse de carbón para las plantas proyectadas, desde Río Turbio, donde tendría lugar otra de las grandes controversias limítrofes, debido a que los argentinos penetraron el subsuelo chileno y atravesaron subterráneamente la frontera en años posteriores en su afán de incremental la producción.

Cuestiones internas 

A lo comentado, Argentina comenzaba a lidiar, en Buenos aires, con una serie de problemáticas internas, derivadas de la que se señalaba como una mala gestión estatal y ello determinó que-momentáneamente-, era necesario dejar de lado los programas atómicos, cuyo único objetivo, era mostrarse temible ante los países del continente, especialmente Brasil y Chile.

A este último país, Perón no le perdonaba dos desmantelamientos consecutivos de sus planes hegemónicos en el cono Sur, ni el súbito aborto al plan de “cordillera libre”.

Afirmaciones fantásticas 

En marzo de 1951, en medio de un incipiente cataclismo económico argentino, Perón creyó tener una carta segura para guardar las apariencias ante Chile y Brasil y decidió –apoyado por los diarios y los medios de comunicación bonaerenses-, por cadena nacional afirmaciones, que como mínimo, pueden ser consideradas de fantásticas.

En la red nacional de radio Perón afirmó: “Estados Unidos desarrolló la bomba atómica y la energía atómica bajo presión de la necesidad y el peligro provocados por la guerra. La fisión nuclear de uranio era por entonces la única posibilidad de producir energía atómica. La Argentina, durante el mismo período, se dedicó intensamente a establecer si valía la pena copiar la fisión nuclear o si era preferible correr el riesgo de crear un camino nuevo que condujera a superiores resultados, pero que también podía conducir al fracaso”.

En oposición con los proyectos extranjeros, los técnicos argentinos trabajaron sobre la base de reacciones termonucleares, que son idénticas a aquellas por medio de las cuales se libera energía atómica en el Sol”.

“Los resultados de éstos y otros ensayos previos, condujeron a que el 16 de febrero del corriente año, se efectuaran con pleno éxito los primeros ensayos que, sobre esta nueva base, llevaron a la liberación controlada de la energía atómica.

“Será interesante que los técnicos de los países extranjeros sepan que, en el transcurso de nuestros trabajos en el reactor termonuclear, los problemas de la llamada bomba de hidrógeno han podido ser estudiados intensamente”.

Con sorpresa pudimos comprobar que las publicaciones de los más autorizados científicos del extranjero están enormemente lejos de la realidad. Afortunadamente, hemos logrado suplantar el oneroso proceso “Tritón” con la aplicación de materiales menos costosos y de más fácil obtención…”

“He querido informar al pueblo de la República, con la seriedad y veracidad que es mi costumbre, sobre el hecho que será trascendental para su vida futura y no lo dudo, para el mundo”.

Caldo de cultivo 

Las palabras públicas de Perón fueron el caldo de cultivo de mitos aún persistentes, como el de secretas “armas nucleares” que poseería nuestro país. Toda una leyenda urbana que pretendía hacer creer que nuestro país poseía dicho armamento y más potentes que las de Estados Unidos, destinadas a intimidar a naciones vecinas y a causar una agitación en los medios de comunicación sin ninguna base de sustentación.

Y, como era de esperar, comenzaron a exigir   a nuestro país más antecedentes y pruebas sobre el programa de armas nucleares argentinas. Y como no se evacuaron las respuestas, la resultante no fue otro que la incertidumbre con medios deseosos de conseguir primicias.

La realidad obligó, al poco tiempo, a esconder el supuesto plan nuclear, al igual que el pretendido Heisemberg argentino de esta imaginaria bomba atómica, ya que el profesor Richter, fue considerado por los especialistas, como un embustero alemán quien prácticamente desapareció de la vida pública.

Experimentos secretos 

La excusa de las reservas informativas se amparó en el carácter secreto de los “experimentos” y se ordenó a la prensa no volver a hablar de la bomba nuclear, que a todas luces no era otra cosa que un fraude y un montaje circense.

La revelación de las supuestas notas técnicas de Richter sobre el proyecto y los edificios desmoronados que quedan en la isla Huemul, demuestran que el plan nuclear argentino era un engaño monumental y un oscuro negocio con la utilización de dineros fiscales.

El proyecto, finalmente, fue cancelado en medio de una polémica monumental en 1952, coincidiendo con el inicio del segundo mandato de Perón, quien modificó drásticamente su actitud hacia Chile con planes de integración comercial, como el Tratado de Unión aduanera del 21 de febrero de 1953, lo que no impidió que la crisis argentina se profundizara internamente hasta 1955, año del derrocamiento urdido por sus camaradas de armas y por el que él consideraba su amigo: Eduardo Lonardi, en el principio de la que se denominaría la “Revolución Libertadora”. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política

 

 

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