Con todo el cabello peinado hacia atrás, aplastado como consecuencia de haberse colocado una media de mujer o una redecilla en la cabeza toda la noche, mirando hacia el horizonte, con los ojos entrecerrados por efecto de la luz solar que le golpeaba el rostro y vistiendo una de sus clásicas camisas cuadrillé y un saco claro, Charles Delaunay fumaba apaciblemente en el parque que bordea al Sena.
Mientras divagaba mentalmente sin aferrarse a la realidad circundante pensaba que su música preferida, el jazz, era sencilla, mundana y rítmica. Obviamente, a una connotada autoridad francesa del jazz, como él, nadie osaría discutírselo.
Tuvo el atrevimiento de fundar la primera revista considerada seria en la materia y en el París de 1935 decidió ponerle el nombre de Jazz Hot –jazz caliente- mientras escribía libros como Hot Discography.
Delaunay consideró siempre que Estados Unidos produjo obras musicales creativas y populares que han tenido considerable influencia más allá de sus fronteras y ente ellas el jazz que ofrece el ejemplo de integración de diversas culturas étnicas.
La importancia del jazz no fue reconocida en su lugar de nacimiento hasta que intelectuales del viejo mundo descubrieron, estudiaron y porque no decirlo, enaltecieron las virtudes de esa música y de “los incultos artistas estadounidenses que le crearon”, según le gustaba decir a Delaunay.
Los estetas norteamericanos menospreciaron al jazz que nacía bajo sus narices: “música vulgar, de cabaret barato”, decían con desprecio los elegantes; “música de burdel”, cuchicheaban despreciativamente los puritanos; “música de negros “se burlaban los norteamericanos racistas.
Para quien esto escribe no eran apreciaciones que deberían sorprendernos, ya que el ambiente selecto musical estadounidense era, en esos tiempos, más convencional que su equivalente europeo.
El jazz, producto musical del pueblo marcó profundamente toda clase de música, desde las canciones populares hasta las serias del que se llamaba “el mundo civilizado”.
Desarrollado a partir del ragtime y caracterizado por una síncopa sutil y contrastes extravagantes en la orquestación, era usada especialmente como música bailable, quedando ese criterio como definición en el tiempo.
Actualmente se escucha con mayor frecuencia en las salas de concierto de todo el mundo tanto o más que en la “Casa de los pies alegres”, que lo vio nacer y que fue testigo de sus transformaciones y diversificaciones.
El propio Delaunay sólo se animó a dar una definición en la que lo asociaba “a la música popular, tanto vocal como instrumental al que anunció en los Estados Unidos, a principios del siglo XX, como resultado de la conjunción de varias culturas, predominantemente la africana, la latina y la anglosajona”.
El disfrute de las artes, en los tiempos del nacimiento del jazz, estuvo reservado a un selecto grupo social y cultural mientras la gente común, relegada a la pobreza cultural no tenía acceso al mismo. El jazz no discriminaba, estaba dirigido a todos, sin importar el rango social o el grado de cultura.
El jazz primitivo podía ser captado en la misma forma en que un niño aprende su idioma nativo, ya que desde un principio tuvo una estructura sencilla que no requería del oyente estudios previos y del instrumentista sólo un aprendizaje elemental.
El creador de Jazz Hot sabía que el jazz se derivó de formas primitivas de música vocal entre la población negra de los Estados Unidos, esto es el blues, los espirituales y los cantos de trabajo. El contenido emotivo de esa música vocal, ya sea de carácter triste o exaltado, de enojo o de alegría, fue vertido a un lenguaje nuevo.
Así, el jazz incorporó formas más sencillas de música popular, esto es tonadas infantiles, canciones callejeras, sones populares, marchas y música bailable a las que transformó y, si la ocasión lo requería, hizo lo propio con la música de cámara, la ópera y la sinfonía, en un nuevo lenguaje musical. (Jackemate.com)
Por Lic. Ricardo Marconi