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Por Ricardo Marconi (*)

En la cerrada noche de setiembre de 2008, la embarcación somalí, de bandera ucraniana navegaba con dirección a Mombasa, Kenia, bañada por la tenue luz de la luna semiescondida tras la bruma. Imprevistamente, desde la costa, utilizando esquifes motorizados, un grupo fuertemente armado rodeó la nave y con movimientos rápidos y precisos dominó a la tripulación de 17 ucranianos, tres rusos y un letón.

Los piratas somalíes se dirigieron a la bodega del barco y fueron ellos los que se sorprendieron de lo que consideraron su buena suerte: hallaron sorprendidos una carga clandestina de treinta y tres tanques rusos T-72, docenas de cajas de granadas y un arsenal antiaéreo.

La tripulación fue obligada a señalar que el cargamento había sido enviado por el gobierno keniata para armar las milicias del sur de Sudán para ser utilizado en su enfrentamiento contra el gobierno de Jartum, implicando ello una transgresión del embargo de armas dispuesto por la Organización de las Naciones Unidas.

Millones de dólares en juego 

Los somalíes, ni lerdos ni perezosos, fijaron un rescate millonario en dólares para liberar la tripulación, la nave y el cargamento. En cuestión de días, los secuestradores del “Fainá” vieron como la marina estadounidense rodeaba el barco y como helicópteros sobrevolaban la cubierta para evaluar el estado de la tripulación y el poder de fuego del grupo somalí.

Como era de prever, las negociaciones se extendieron durante semanas, debido a que los dueños del “Fainá” se negaban a cumplir el pago a los piratas, por lo que estos últimos exigieron a otro mediador desplegando una bandera con un nombre: AMIRA

Negociaciones 

A las pocas horas Michelle “Amira” Ballarín estaba entrometiéndose en las negociaciones de rehenes con el grupo pirata. Ella –vale aclararlo-, contaba con antecedentes en este tipo de episodios, ya que había trabajado como representante de clanes somalíes con el objetivo de negociar el rescate, aunque en la situación que nos ocupa, los dueños de la naviera no querían la intromisión de Ballarín, ya que ello implicaba, de arranque, “aumentar el costo del rescate”.

El ministro de Relaciones Exteriores ucraniano Volodymir Ohryeko, en febrero de 2009, escribió una carta a la por entonces secretaria de Defensa de EE.UU. Hilary Clinton para decirle que “Amira actuaba como una intermediaria de corsarios”.

En el área a su cargo, Hilary al recibir la transcripción de la carta, se enteró que Ballarín era conocida en área gubernamental a su cargo y cuando el presidente Obama llegó a la presidencia, Ballarín ya había firmado un contrato con el Pentágono para conseguir información secreta en Somalia.  Ese documento era tan solo uno de los firmados por Ballarín con diversos resultados.

Vale dar un ejemplo: En el 2006 Ballarín organizó una resistencia sufí para combatir al grupo terrorista Al Shabaad, a la vez que organizó varias empresas con nombres imprecisos como Black Star, “Archangel” y le Gulf Security Group. También se transformó en socia “en las sombras” de servicios de inteligencia.

Incluso, me dicen, construyó reformas en un hotel histórico de la zona rural de Virginia para transformarlo en una instalación secreta para almacenar información clasificada. Su propuesta a la CIA no tuvo éxito.

Contrato de oficiales y espías retirados

Ballarín contrató entonces a oficiales retirados del ejército norteamericano, así como a espías en la misma condición laboral, incluyendo al agente de la CIA Ross Newland para que trabajara como consultor. A Newland ya lo hemos citado en otras columnas y, oportunamente, abundaremos sobre su vasta experiencia y participación en operativos clandestinos.

Desde sitios remotos se concretan los ciberataques o se controlan las comunicaciones por Internet

La intermediaria Ballarín, junto con el exsargento mayor del Ejército Perry Davis –boina verde retirado-, valoró la idea de buscar bases en las islas de Filipinas e Indonesia para entrenar tropas para llevar adelante misiones antiterroristas clandestinas, en África mayormente.

Incluso, Ballarín escribió una carta a la CIA desde su sede en Emiratos Árabes Unidos con el objetivo de ofrecer la “persecución y muerte de hombres y redes”, así como “el desmantelamiento de infraestructuras y de terroristas de Al Qaeda en el Cuerno de África”.

La CIA le negó a Ballarín la posibilidad de ser contratada para “explotar informativamente” su relación con fuentes políticas en África.

Lo extraño es que, al parecer, la CIA pagaría en ese momento a Erik Prince y Enrique Prado por lleva a cabo un programa de asesinatos dirigidos con el nombre de Programa Blackwater.

Luego de recibir la negativa, la mujer que mencionamos hizo la propuesta de espiar para los militares. En ese sentido tuvo más éxito y la pareja laboral Ballarín-Davis fue citad a una oficina ubicada frente al Pentágono. Se trataba de la de Apoyo Técnico para Combatir el Terrorismo (CTTSO), que suministra el capital inicial a programas militares clasificados antiterroristas.

Ballarín y Davis esbozaron un programa humanitario para enviar alimentos para recibir como contraprestación información. Los alimentos debían llegar al puerto somalí para ser cargados en camiones y derivados a puestos de ayuda de todo el país. Estaba previsto que toda la data conseguida se enviaría a la CIA para que luego la usara el Pentágono a los efectos de capturar a lideres de Al Shabaad.

Pago anticipado 

El Pentágono le pagó anticipadamente 200 mil dólares a Ballarín y si el programa avanzaba habría más dinero. Así se allanó el camino en Somalia, aunque el director de la CIA, Michael Hayden calificó al movimiento Al Shabaad como insignificante.

Sin embargo, desde el edificio de cinco puntas se impulsó el incremento de las comunidades clandestinas en África en el otoño del 2008: El apoyo llegaría a través del mando militar de Stuttgart, Alemania.

Envío de armas 

Obama dispuso enviar cuarenta toneladas de armas y municiones al acosado Gobierno Federal Transitorio Somalí, respaldado por Naciones Unidas, que sólo controlaba un pequeño territorio de Mogadiscio y había temor, de que Al Shabaad expulsara al gobierno.

El primer envío llegó en 2009, pero el gobierno somalí la conservó durante mucho tiempo u vendió las armas que Washington había comprado para ellos ene l mercado negro de armas de la capital de Somalia. A finales de ese verano se podía encontrar en el denominado Bazar, un M16 estadounidense, por menos de mil dólares y un AK-47 a precio casi regalado.

Era evidente que Somalia se estaba convirtiendo en un paraíso para las operaciones, donde abundaban tanto misiones antiterroristas como planteos enloquecidos de contratistas para capturar piratas.

Entre estos últimos estaba el caso de Erik Prince, antiguo jefe de Blackwater Wordwide, quien formó un grupo de mercenarios sudamericanos para ayudar a crear una fuerza antipiratería en el norte de Somalia, pero esto formaría parte de otra historia en territorio africano. (Jackemate.com)  

 

(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política

 

 

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