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“Exponer a los oprimidos la verdad sobre la situación es abrirles el camino de la revolución”. La frase es de León Trotsky, figura clave de la Revolución Rusa de 1917 y fundador del Ejército Rojo, de cuyo asesinato por un esbirro de Stalin se cumplieron ayer 75 años

Trotsky vino al mundo en el seno de una familia de pequeños terratenientes judíos en Yanovka, Ucrania, el 7 de noviembre de 1879, bajo el nombre de Lev Davidovich Bronstein.

Alumno brillante, en 1896 se trasladó a la ciudad de Nikolayev para terminar la secundaria y estudiar matemáticas. Allí comenzó su militancia, integrándose primero en los círculos del populismo agrario y luego se sumó al movimiento marxista.

En Nikolayev organizó la Liga Obrera del Sur de Rusia, cuyas actividades contra el régimen autocrático zarista hicieron que fuera detenido, encarcelado y, en 1900, deportado a Siberia.

Dos años después, se escapó y adoptó el nombre de León Trotsky –que tomó de un carcelero de Odessa–, con el que pasó a la historia. Viajó a Londres, donde conoció a Lenin y a los redactores del periódico comunista Iskra.

En 1903, en el Segundo Congreso del Partido Laboral Social Democrático Ruso, los bolcheviques (maximalistas) tuvieron como líder a Lenin, quien junto con Trotsky, Stalin, Zinoviev y Kamenov luchó contra los mencheviques (minimalistas), que representaban la tendencia moderada.

En 1905, Trotsky regresó a Rusia, participó en la primera rebelión contra el zar Nicolás II y en diciembre de ese año fue elegido presidente de San Petersburgo Soviético. Pero fue arrestado junto a otros miembros del partido y en enero de 1907 lo deportaron al oeste de Siberia.

Meses después escapó nuevamente y en el Quinto Congreso del Partido se encontró por vez primera con Josef Stalin. En los años siguientes realizó diferentes publicaciones, entre ellas el periódico Pravda.

El zar Nicolás II abdicó el 20 de marzo de 1917 y Trotsky regresó a Rusia. En agosto de ese año se convirtió en el número dos del Comité Central del Partido Bolchevique que lideraba Lenin.

En 1918, Trotsky fue propuesto comisario militar y de negocios navales, situación que aprovechó para formar el Ejército Rojo. Pero Lenin murió en 1922, y dos años después Stalin tomó el control de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Trotsky, el pensador revolucionario más avanzado de su época, formó la oposición de izquierda “marxista” para corregir la degeneración stalinista del Partido Bolchevique: advirtió que si desarrollaban una burocracia privilegiada y el partido sufría una erosión interna la supervivencia de la Unión Soviética estaría amenazada.

Trotsky pensaba que un Estado socialista autónomo encerrado en el nacionalismo era una locura en un país tan atrasado como Rusia. Como Lenin, creía que la Revolución Rusa era sólo el principio de una revolución socialista mundial, a la que debían dedicarle toda su energía. Pregonaba que eso sería posible utilizando las técnicas de producción que el capitalismo había desarrollado. Y sentenció: “No hay más que una alternativa: ¡O la Revolución Rusa desencadena un movimiento revolucionario en Europa, o las potencias aplastarán la Revolución Rusa!”.

Pero, aunque Lenin en su testamento político nombró sucesor a Trotsky, Stalin fue astuto y le ganó la partida: se convirtió en dictador, lo consideró su enemigo acérrimo y lo persiguió hasta aniquilarlo.

Así, en 1927 Trotsky fue expulsado del Comité Ejecutivo de la Komintern (Internacional Comunista o Tercera Internacional) y en 1928, exiliado a la ciudad de Alma Ata, en Kazajstán.

El 12 de febrero de 1929, Trotsky junto a su esposa Natalia Sedova y su nieto Esteban, a bordo del barco Ilitch, fueron deportados a Constantinopla, hoy Turquía. Pero ni Turquía, ni Francia, ni Noruega, países en los que pidió asilo, le dieron la residencia permanente por considerarlo un revolucionario peligroso.

Finalmente, tras una serie de gestiones realizadas por el muralista mexicano Diego Rivera ante el presidente Lázaro Cárdenas, en 1937 México le concedió asilo político.

Trotsky fue recibido el 9 de enero de ese año por Frida Kahlo, esposa de Diego Rivera, en el puerto de Tampico, desde donde viajó hacia la ciudad de México en el tren presidencial. Trotsky vivió en la Casa Azul, residencia de Frida –con quien vivió un breve pero intenso romance– y Diego Rivera en Coyoacán, hasta la ruptura política con éste en 1939. Ese año se mudó a una casa de la Calle de Viena también en Coyoacán.

En esa casa, Trotsky sufrió dos atentados. El primero de ellos ocurrió en mayo de 1940, cuando un comando de 20 hombres armados liderados por el pintor David Alfaro Siqueiros ingresó a la casa con la complicidad de Robert Sheldon Hart, un guardaespaldas de Trotsky que era un doble agente.

Los intrusos efectuaron unos 400 disparos. El propio Siqueiros disparó contra la cama donde dormían Trotsky y su esposa, sin lograr asesinarlos. Finalmente, los guardias de Trotsky repelieron a los intrusos.

Meses más tarde, martes el 20 de agosto de 1940, Trotsky sufrió un segundo atentado en esa misma casa, que resultó fatal.

Aquella tarde, el creador del Ejército Rojo fue golpeado en la cabeza por uno de sus colaboradores, el comunista catalán Ramón Mercader del Río Hernández –quien se ocultaba bajo tres nombres falsos: Jacques Mornard, Frank Jackson y Salvador Turkoos–. Se trataba de un esbirro a las órdenes de Stalin que había logrado infiltrarse en el círculo íntimo de Trotsky. Éste lo atacó por la espalda y lo hirió en la cabeza con una piqueta, mientras Trotsky revisaba un artículo que Mercader le había alcanzado para corregir.

Herido gravemente, Trotsky murió al día siguiente en el hospital donde era asistido.

Tras años de acosar a su antiguo camarada, el por entonces líder de la Unión Soviética José Stalin logró, el miércoles 21 de agosto de 1940, su objetivo de ser la única voz del comunismo soviético. Con Trotsky, quien defendía la “revolución permanente”, desapareció el último rival de Stalin y una alternativa al comunismo soviético. Una vez más, el feroz Stalin se había salido con la suya. (Jackemate)

 

(*) Periodista – Profesor Universitario

Fuente: El Ciudadano y la Región

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