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A comienzo del ciclo lectivo, es común escuchar comentarios en los medios acerca del fracaso en los exámenes de ingreso en las distintas universidades del país

Ausencia de determinados conocimientos o errores puntuales tales como no saber quiénes formaban el segundo Triunvirato o desconocer el año de muerte de un determinado autor literario, parecieran ser faltas imposibles de obviar para un ingresante al nivel superior.

Referido a este tema, la semana pasada se conocieron los resultados de la evaluación del primer semestre para el ingreso a Medicina en la UNLP del año próximo.

Algunas de las preguntas para responder con múltiple ‘choice’ de historia de esta disciplina eran: "¿Cuántas tablitas de arcilla provenientes de la medicina sumeria se hallaron referidas a obstetricia, a interpretación de los sueños y a sustancias con propiedades curativas?"; otra, "William Harvey escribió ‘De motu cordis’ en 1628. ¿Cuántos ejemplares se publicaron en la primera edición?, ¿Cuántos ejemplares de esa primera edición se conservan en la actualidad?"

Y, por último, "Thomas Parr (nacido en 1483) era un inglés longevo a quien atendió William Harvey en vida. Cuando murió, la autopsia la hizo el propio Harvey: ¿Cuál fue la causa de la muerte? ¿Qué edad tenía Thomas Parr cuando murió?"

Como era de esperar, en este primer semestre, apenas 5 de los 1257 alumnos aprobaron los exámenes correspondientes a las materias  de este período.

 Me pregunto, en realidad,  si ese conocimiento ausente será vital para el  futuro profesional de un médico  y/ o influirá en el buen desempeño universitario. No caben dudas que, cuando se busca un culpable y/ o responsable, el peso recae sobre la escuela secundaria, señalada como una herencia lábil, atomizada y memorística.

 Ahora bien, por qué no pensar otras formas de evaluar a los ingresantes o de plantear las preguntas con un sentido determinado y una significación lógica para dicho alumno. 

Evaluar  no es tarea fácil. Si para ello se toma como objetivo  el rendimiento, esto es, calificar la situación del alumno en función de un ‘normo tipo’ fijado anteriormente, el resultado puede llevarnos a caer en respuestas rígidas.

Tener claro qué evaluar es fundamental y, para ello, el contenido enseñado es muy importante. Cuando se habla de contenido escolar se hace referencia a aquellos conocimientos específicos de una disciplina, pero adecuados a un determinado grupo y a su respectivo contexto.

Es lo que Chevallard llama transposición didáctica; es decir, las transformaciones que sufre el saber erudito, específico de una ciencia, para ser enseñado,  según el docente, el alumno y el medio socio- histórico.

Sin embargo, al qué evaluar hay que sumarle el para qué, una pregunta impostergable que  llevará a establecer el cómo hacerlo.  Para ello, es fundamental partir de la idea que el docente no es el experto en certezas incuestionables, sino que es el mediador entre los alumnos y el conocimiento, es quién realiza una relaboración del contenido escolar  para presentarlo a los alumnos y quién puede promover en ellos la capacidad de diálogo reflexivo, la posibilidad de reconocer, juzgar y por qué no alterar las normas sociales que rigen su comportamiento y el de los demás.

Enseñar a aprender  es una  necesidad y una exigencia para que los estudiantes puedan proponer nuevos temas, para que disfruten y reajusten algunos conocimientos, y desechen otros. Evaluar es mucho más que acreditar, es un compromiso con la práctica.

El futuro médico podrá buscar en Internet a qué edad murió el hombre más longevo del 1400, pero lo que no podrá hacer solo es aprender a buscarlo o elegir el camino correcto frente a determinados síntomas; es la Universidad la que le dará las herramientas necesarias para tomar decisiones en el momento oportuno.

La evaluación, en todos los niveles del sistema, debería dejar de ser un momento estresante para convertirse en una instancia más de aprendizaje y, de esta manera, no deje en el camino posibles futuros buenos profesionales.

Aprobar es mucho más que hacer  ta-te-ti  y “pegarle” a la respuesta. Los docentes debemos  empezar a pensar creativamente los instrumentos de evaluación a fin de posibilitar un mundo nuevo; de esa manera, junto a los estudiantes estaremos preparados para enfrentar la vida en sociedad. (Jackemate.com)

 

 

* (Pedagoga – Docente Nivel Superior) – www.carinacabo.com.ar 

 

 

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