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Por Ricardo Marconi (*)

El Pappochelys, un antepasado de la tortuga, no llegó a saber la razón de su intenso dolor en la cadera, así como en sus tejidos blandos y el esclarecimiento de su padecimiento se conoció 240 millones de años más adelante en el tiempo.

La verdad surgió cuando fue hallado su fémur en el lecho de un lago alemán, con un lado desfigurado en razón de un tumor óseo maligno. También había afectado la pata trasera.

Los especialistas saben muy bien que la enfermedad advertida muy rara vez se muestra en un registro fósil y por ello lo señalaron como el caso más antiguo en una publicación que se encarga de temas oncológicos [1].

Era el caso de un amniota, el grupo que incluye a reptiles, aves y mamíferos y había sido detectado en un animal, de cuerpo ancho y cola larga, un pariente, sin caparazón de las tortugas modernas.

El crecimiento dentado del fémur llamó la atención de Yara Haridy, una paleontóloga en el Museo de Historia Natural de Berlín. Previamente había sido recolectada la pieza ósea por el Rainer Schoch, del Museo Estatal de Historia Natural de Stuttgart.

Haridy convocó para la indagación a Patrick Asbah, médico radiólogo de la Universidad de Medicina de Charité, Belín.

En su análisis, Haridy señaló que las marcas que dejan enfermedades y lesiones pueden arrojar luz sobre la vida de los animales antiguos en el marco de estudios de esos fósiles que recibe el nombre de paleopatología, en los que se combinan aspectos de ciencia forense con prácticas médicas modernas.

Fue escaneado el fémur con microtomografía computarizada y se identificó la inflamación como un osteosarcoma, un tipo de cáncer de hueso que también se encuentra en humanos. Es de destacar que se determinó oportunamente que las armaduras corporales de la tortuga se forman a partir de costillas planas y huesos.

Algunos especialistas sugirieron la posible presencia de un gen supresor de tumores en los vertebrados que, al fallar, permite que tumores benignos hagan metástasis, aunque ante la ausencia de evidencia fósil, no ha habido pruebas tangibles.

Se ha agregado a la incertidumbre, el criterio de algunos analistas de la especialidad aludida, que sostienen que algunos linajes animales parecen menos susceptibles al cáncer que otros, mientras que los tumores en invertebrados no se parecen mucho a los vertebrados.

En el 2001, un grupo de paleontólogos rusos identificó un probable osteosarcoma craneal en un anfibio del Triásico Temprano, mientras que, en el 2016, se comunicó un tumor de mandíbula hallado en un predecesor de los mamíferos de 255 millones de años de antigüedad.

“Ahora entendemos que el cáncer es un interruptor arraigado profundamente, que puede ser prendido o apagado”, aclaró Haridy, quien recalcó: “No es algo que sucedió al inicio de la historia humana. Ni siquiera de la historia de los mamíferos”.

Los primeros casos, como el que nos ocupa, se descubrieron en una cantera caliza cercana a la ciudad de Verberg, a 80 kilómetros de Stuttgart.

El análisis de Haridy se iniió tras detectar un hueso de muslo con una protuberancia enigmática. A partir de allí, Asbach observó el interior del hueso y su estructura interna.

En humanos, este tipo de cáncer se extiende a los pulmones y provoca dificultades respiratorias y para alimentarse, pudiendo provocar la muerte.

“Las manifestaciones actuales de las enfermedades no pueden utilizarse para reconocer afecciones pasadas”, explicó Bruce Tothschild, profesor de medicina de la Universidad de Kansas, e investigador adjunto del Museo Carnegie, quien ha estudiado el cáncer de dinosaurios.

“No somos tan diferentes de aquellos con los que compartimos y hemos compartido el planeta», afirmó Rothschild. (Jackemate.com)

 

[1] Revista Jama Oncology

 

(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com

 

 

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