Por Ricardo Marconi (*)
El trauma transgeneracional es un impacto, una transferencia donde el dolor emocional, físico o social sufrido por una persona, en un momento dado, que se transmite a las nuevas generaciones de formas que van mucho más allá del simple comportamiento aprendido.
Hablamos sobre todo de epigenética y acerca de cómo la influencia del ambiente puede modificar la expresión de determinados genes.
El tipo de trauma que nos ocupa es denominado también intergeneracional y tiene su origen en un estudio en décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Las indagaciones científicas tuvieron su punto de arranque tras el conflicto mundial cuando se conjugaron trabajos que pudieron comprobar cómo las generaciones supervivientes del holocausto mostraban determinadas conductas, esto es pesadillas, problemas afectivos y de comportamiento, dónde se exponía que el trauma original del abuelo seguía contenido de muy diversas formas en los nietos.
Antropólogos para ampliar dicho posicionamiento se han referido al estilo de crianza y al patrón educativo. A quien esto escribe le consta que el peso del recuerdo y la posterior narrativa consciente o inconsciente, a repetición, envuelve a toda la dinámica familiar, haciendo que el pasado se expone con crudeza y aflicción envolviendo a la familia del afectado directo. Dichos antropólogos estiman que lo sucedido trasciende más allá.
Umberto Eco expresa con claridad: “La mente se desarrolla como el cuerpo a través del crecimiento interno, la influencia del medio ambiente y la educación. Su desarrollo puede ser inhibido por la enfermedad física o por un trauma”.
Se ha evaluado por especialistas que el impacto genético “puede ocasionar el miedo y el sufrimiento expresado en esos niveles de cortisol elevados que durante años terminan por causar estragos orgánicos”.
He escuchado en innúmeras oportunidades de calificados psicólogos que los traumas no canalizados y no desahogados pueden llegar a traducirse en estrés postraumático e incluso en depresiones.
Las generaciones posteriores
Las generaciones posteriores a la que sufrió el trauma original no desarrollan en todos los casos trastornos transgeneracionales, pero, al parecer, son mucho más vulnerables a la ansiedad, al estrés y a la depresión e Incluso, a veces, tienen la clara sensación de que está haciendo algo mal.
Peter Loewenberg, psico-historiador y profesor de la Universidad de California, es uno de los mayores expertos en el estudio de los traumas transgeracionales y explica que “un duelo no afrontado o un trauma no gestionado, conforma una especie de cortocircuito neuronal”.
Él estima que ese impacto llega hasta nuestro ADN, alterándolo, de forma que los descendientes quedan atrapados “en una especie de solidaridad colectiva e inconsciente con el trauma original”.
La epigenética dio un salto cualitativo desde la genética más ortodoxa para explicar determinados fenómenos. Así, nuestro estilo de vida, el medio en que vivimos, nuestra dieta, así como hechos traumáticos pueden generar cambios genéticos en nuestra descendencia a partir de la generación de una “etiqueta” química que se denomina “epigenoma”.
Y así volvemos al principio de esta columna para apuntar que científicos del Hospital Monte Sinaí demostraron en su momento que “los efectos del estrés postraumático de los supervivientes del Holocausto activaron al epigenoma capaz de alterar la expresión genética de una persona.
Todo esto para explicar el mito de Drácula
Vlad ‘El Empalador’ es conocido en el orbe por un retrato de Vlad III de Valaquia, que se encuentra en la Cámara de Arte y Curiosidades del Palacio de Ambras. La imagen es una pintura al óleo de 1560, copia de un original hecho en vida del príncipe.
En rumano no es otro que Vlad Tepes o Vlad Drácula (en rumano Vlad Dráculea), de Sighisoara, Transilvania ,1428/1431- 1476/1477 fue príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462. Es considerado un héroe nacional de Rumania.
Vlad Drácula fue el segundo hijo del príncipe Vlad II Dracul de Valaquia. Vlad y su hermano menor, Radu, estuvieron como rehenes en el Imperio Otomano en 1442 para asegurar la lealtad de su padre. Dracul y su hojo mayor, Mircea, murieron asesinados después de que Juan Hundayi, gobernador regente de Hungría, invadiera Valaquia en 1447.
Hunyadi colocó en el trono a Vladislao II, primo segundo de Dracul, quien en el otoño boreal de 1448 lo acompañó en una campaña militar contra los otomanos y estos últimos decidieron apoyar a Vlad para ocupar el trono de Valaquia.
En octubre de 1448 invadió el principado, pero Vladislao regresó y se refugió en la corte otomana. Luego optó por dirigirse a Moldavia –se estima en 1450- y luego a Hungría.
Las relaciones entre Hungría y Vladislao se deterioraron, por lo que en 1456 Vlad invadió nuevamente Vlaquia, aunque en esta oportunidad con el apoyo de los húngaros.
El príncipe murió enfrentando a Vlad, que se hizo del trono valaco para comenzar, de inmediato, a concretar una “purga” entre los nobles (boyardos) valacos, a los fines de fortalecer su posicionamiento.
Asimismo, entró en conflicto con los sajones de Transilvania, los que apoyaron a sus rivales, Dan y Barasab Laiotâ –hermanos de Vladislao-, y a su medio hermano ilegítimo, Vlad el Monje.
Vlad saqueó las aldeas sajonas, llevándose a los capturados a Valaquia, donde ordenó empalarlos. La paz terminó por restablecerse en 1460.
El sultán otomano Mehmed II envió a dos emisarios para comunicarle que debía rendirle vasallaje, pero los hizo capturar y empalar. Así en febrero de 1462, atacó el territorio otomano y masacró a decenas de miles de turcos y búlgaros.
Mehmed respondió con una campaña militar contra Valaquia para reemplazarlo con su hermano Radu. El príncipe intentó capturar al sultán en Târoviste, durante la noche del 16 al 17 de junio de 1462. Los otomanos abandonaron el principado, pero cada vez más valacos abandonaron a Radu.
Vlad viajó a Transilvania para buscar ayuda del rey Matías Corvino de Hungría, a fines de 1462 y este ordenó apresarlo. Vlad estuvo cautivo en Visegrád desde 1463 hasta 1475 y durante este período, las anécdotas sobre su crueldad comenzaron a extenderse como un virus en Alemania e Italia. Finalmente, por petición de Esteban III de Moldavia, se le liberó en el verano de 1475.
Combatió en el ejército de Corvino contra los otomanos en Bosnia, a principios de 1476 y las tropas húngaras y moldavas lo ayudaron a que Basarab Laiotâ –que había destronado a Radu-, abandonara Valaquia en noviembre de 1475.
Basarab regresó apoyado por los otomanos a finales de aquel año. Vlad murió enfrentándolo en las cercanías de Bucarest antes del 10 d enero de 1477.
Libros que describieron la crueldad
Los libros que describen las crueldades de Vlad son los que más se venden en territorios de habla alemana y en Rusia, las historias sugirieron que Vlad pudo fortalecer el gobierno central mediante la aplicación de castigos brutales y los rumanos opinaron lo mismo en el siglo XIX.
El escritor Bram Stoker se inspiró en el príncipe para crear su personaje del vampiro del conde Drácula.
Han transcurrido 600 años del “trauma Vlad Drácula” en Rumania y el país ha logrado la resiliencia –ventaja de supervivencia-, para no temerle a nada, según sus habitantes.
Vencer el trauma los ha transformado en más fuertes para enfrentar la “maldición de Vlad el Empalador” y para vencer el estigma de “las brujas que viven en el bosque”.
El esfuerzo de los rumanos les ha dado, además, la capacidad de procesar el estrés y el pensamiento de los habitantes del orbe, los que suponen a Rumania como un territorio maldito. Por el contrario, exponen los rumanos un espíritu de supervivencia poco común, lleno de valor ante las dificultades que azotaron al país en cientos de años. (Jackemate.com)
(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com