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Por Ricardo Marconi (*)

El general David Mc Kierman, máximo responsable como comandante en la ya concluida Guerra de Afganistán habría estado llevando a cabo un plan desarrollado por empresarios para transmitir informes regulares desde una red de fuentes por todo el país, a través de la frontera con Pakistán.

El militar pretendía obtener información fiable sobre el accionar de los pakistaníes insurgentes en la frontera con Afganistán y dentro del territorio afgano. Ello era así porque los datos que le suministraba la Agencia Central de Inteligencia no lo satisfacían plenamente y, para colmo, los fondos que pretendía no se los habían aprobado.

Esas razones, entre otras de menor cuantía, fueron sus quejas fundamentales en la reunión confidencial que mantuvo con funcionarios del Departamento de Estado en el otoño de 2008.

En el cónclave, se encontraba el espía estadounidense, experto en propaganda psicológica Michael Furlong –al que nos hemos referido en otra columna-, quien en dicho año viajaba permanentemente entre la ciudad de San Antonio, de Estados Unidos y la capital afgana de Kabul.

Furlong se encontraba en la reunión esperando que lo autorizaran a iniciar sus proyectos sobre información calificada y secreta para los generales que tenían destino en el territorio afgano.

El ofrecimiento  

La propuesta de Furlong era la de cartografiar la estructura tribal  en el sur de Afganistán, donde los norteamericanos tenían mayores problemas y llevar a cabo encuestas a la población para luego de obtener los datos, entregárselos a los generales de campo para que actuaran en consecuencia -ya que la guerra iba para la Coalición de mal en peor-, en razón que los talibanes estaban recuperando territorios en las regiones de oriente y meridionales del país y habían asesinado a funcionarios afganos, a la vez que habían establecido un “gobierno en las sombras”, en Kandahar y Helmand.

Ataques  

 La red rebelde de Husáin Haqqani había implementado sus ataques contra puestos de avanzada de Estados Unidos en Afganistán y se estaban incrementando las bajas de las fuerzas de la Coalición.

Era evidente que los comandantes estadounidenses necesitaban más tropas en los distintos territorios donde había una lucha franca, a lo que había que agregar helicópteros de guerra y unidades de inteligencia en las zonas rurales y urbanas de las ciudades.

David Mc Kierman se retiró condecorado después de servir a su país 37 años

En el Congreso de EE.UU. el almirante Mike Mullen, jefe del Estado Mayor conjunto dijo: “En Afganistán hacemos lo que podemos”, en Irak –otro frente de conflicto estadounidense-, lo que debemos”.

Para hacerlo breve, Mc Kierman se vio en la necesidad de aprobar la suma de 22 millones de dólares a la empresa privada AFPAX Insider para que le entregara, luego del trabajo a realizar, la nómina de activistas de Pakistán y los teléfonos de portavoces talibanes que estaban disponibles para los periodistas. Los teléfonos se reunieron en una base de datos clasificados que mantenían oficiales en Bagram.

Un episodio extraño

Furlong había logrado acceder a las reuniones del Centro de Operaciones de Guerra estadounidense para asistir al armado de las encuestas sobre la propaganda y de las operaciones psicológicas en Afganistán y esa situación, vale decirlo sin tapujos, generó uno de los episodios más extraños de las guerras secretas desde 2001 y el resultado parecía cantado: El espía fue expulsado.

A pesar de ello, el 5 de octubre de 2008, el agente que nos ocupa acudió a Langley con un grupo de miembros destacados del Departamento de Defensa para presentar un plan de obtención de información al Centro Antiterrorista estadounidense (CTC).

Fue una reunión muy particular, ya que el agente de inteligencia eligió minuciosamente sus palabras para no molestar a la CIA. Allí hizo énfasis en que reunía información meteorológica para ayudar a las tropas de Estados Unidos en Kabul.

Asimismo, aseguró que las operaciones se coordinarían desde esa reunión en más, con la Agencia que operaba en Kabul e Islamabad.

En Kabul 

Cuando llegó Furlong a Kabul, el jefe de Estación lo acusó de reunir data para misiones letales en el interior de Afganistán y uno de los componentes de la base afgana escupió al piso para mostrar su desagrado, tras lo cual el atacado empezó a los gritos. El programa fue calificado por un abogado de la CIA como “peligroso”.

El atacado expuso que el objetivo era el de reunir información para proteger a soldados estaba en sintonía con los poderes del Pentágono, con independencia del lugar del conflicto.

A finales del 2008 Furlong –rascando la olla del presupuesto de Defensa-, consiguió 1 millón de dólares para su proyecto como capital inicial de un fondo de emergencia militar y colocó la misión bajo el control, de “La Compañía”, como se conoce popularmente a la Agencia de Inteligencia estadounidense.

Más millones de dólares  

Eso no fue todo. En abril de 2009, dicho experto en obtener fondos secretos consiguió otros 2,9 millones de dólares en contratos con el gobierno en el marco de la aprobación de miles de millones para las guerras de Irak y Afganistán. La falencia, me dicen, estaba en la poca supervisión sobre cómo se gastaba el dinero.

El odio de los jefes de Estación contra “el generador de fuentes económicas”, era inconmensurable, ya que ellos se la pasaban peleando contra el Ministerio de Defensa para conseguir migajas.

Los dueños de la contratista, de apellidos Pelton y Jordan, veían poco de ese dinero antes aludido, y comenzaron a sospechar de Furlong, al que acusaron indirectamente de gastar discrecionalmente.

A pesar de ello, Pelton seguía viajando regularmente a Afganistán para reunir información de los “viejos de las tribus” sobre los movimientos de los talibanes y de los “Señores de la Guerra”, quienes apoyaban a Estados Unidos, hasta que comenzaron a abrirse del acuerdo para poder seguir manejando su negocio de la droga.

Pelton no viajaba solo. Lo hacía acompañado de militares que iban vestidos de civil por las carreteras para conseguir data en la frontera paquistaní. Incluso corrían el riesgo de ser atacados por un dron de la Coalición que los confundiera con terroristas.

También viajaba, en avión, pero en la dirección opuesta, hacia las fronteras de Afganistán e Irán, donde se reunía con otro “señor de la guerra” en Herat: Ismael Jan, con quien evaluaba su apoyo en la lucha contra el talibán, según el periodista Mark Mazzetti.

El presidente norteamericano Barak Obama, imprevistamente, echó en enero de 2009 al general Kierman y lo sustituyó por el general Stanley Mc Christal, con lo que se consolidó, en una nueva reunión el proyecto de Furlong. A la reunión asistió el teniente general Michael Flynn, el oficial de mayor rango de inteligencia en Afganistán.

Furlong regresó de un viaje     

Lo hizo desde fuera de Afganistán y envió un correo electrónico a Jordan y Pelton para decirles que “los nuevos comandantes tenían poco interés en continuar su relación económica con ellos”.

En Dubai se había reunido con otros contratistas que hablaban Jari, Pashtu y Árabe, aunque no les dio a conocer los nombres de los que desde ese momento en más manejarían una especie de “CIA en las sombras” con el objetivo de reunir datos para llevar adelante operaciones especiales. Sólo les dijo que el jefe era un sujeto al que mencionaba como “El viejo”.

El viejo: un experimentado espía  

“El viejo” no era otro que el legendario espía Dewey Clarridge –sobre el que en su oportunidad brindaremos un extenso informe confidencial-, con el que se asoció.

Al crear una red de espionaje privado, Furlong, transgredió normas elementales del Pentágono que prohíben al Departamento de Defensa utilizar contratistas para efectuar operaciones de espionaje humano.

El trasgresor, que sabía que con el tiempo la prohibición se había “difuminado”, respondió con munición pesada a quienes lo acusaban desde la Agencia de hacer “espionaje por su cuenta”.

La CIA consideró la necesidad de sacarse de encima a Furlong y el jefe de Estación en Kabul expuso, en un cable confidencial, acusaciones en su contra.

El acusador señaló que Furlong pretendía, palabras más, palabras menos, dirigir una red de espías extraoficial y señaló que “tener un puñado de contratistas privados moviéndose por Pakistán y espiando para el Pentágono, sin coordinar sus tareas y eso podría tener consecuencias desastrosas, como la muerte de 12 árabes en un supuesto refugio de Al Qaeda, en Waziristán del Norte, a finales del 2009”.

Algunos de los muertos estaban trabajando como agentes dobles para el Directorio para la Inteligencia Interservicios (ISI) y los jefes de dicho organismo paquistaní explotaron furiosos. Obviamente, la CIA le echó la culpa a Furlong, con el que entró, desde ese momento en una guerra interna abierta contra todos.

De nuevo en el limbo 

El experto contratista que nos ocupa terminó nuevamente en el limbo, a pesar de que no le habían imputado –ex profeso-, ningún delito, y por esa circunstancia no podría defenderse al no tener acceso a sus registros clasificados.

Furlong se escondió del periodismo que lo acosaba y el informe final del Pentágono lo señaló, calificando la operación de espionaje como “no autorizada” y lo responsabilizó de “engañar a sus superiores sobre la lealtad de su trabajo”.

Directamente se le dio de baja en el Departamento de Defensa y el Pentágono concluyó que “si nadie unió las puntas sobre lo que hacía Furlong, era porque nadie quería hacerlo”.

“Yo sólo puse en práctica lo que los jefes querían que hiciera”, declaró Furlong a la prensa internacional y terminó mal. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política

 

 

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