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Por Jorge Galíndez (*)

 

CAPÍTULO DOS

 

“A ese, ¡ECHALO”! La frase resonó como un trueno en la sala donde rendía la última materia para promocionarme al Ciclo Clínico. Diciembre de 1969, la dictadura del General Juan Carlos Onganía se encontraba en su apogeo.

Para esa época, rendíamos esta difícil materia en una única sala donde como todo mobiliario tenía una gran mesa cuadrangular y unas viejas sillas desvencijadas. Poco menos que hacinados, nos sentábamos un docente y un alumno alternados a su alrededor y sólo era posible rendir sí todos hablábamos en voz baja.

El profesor, en la cabecera, tomaba examen a otro alumno mientras mi examinador y yo estábamos en la “otra punta” a considerable distancia.

¿Se refería a mí?  ¡¡¡Desorientado miré a mi docente, cuando otra vez gritó “ECHALO”!!!

“¡Pero doctor, yo estoy rindiendo con Ud.!”. atiné a decir. “Flaco, no puedo hacer nada, andate” balbuceó humillado el canoso, sumiso e irrelevante docente.

Al día de hoy no encuentro explicación a tamaño abuso de poder que retrasó un año mi carrera ¿Había sido mi barba que para la época se consideraba desafiante? No lo sé.

Muchos años han pasado desde ese momento. Hoy con la herida cicatrizada, (como se verá al final del capítulo), mi interés por “los bronces” sigue vigente, aunque ya no me siento intimidado como aquella vez, sino todo lo contrario.

Hace un tiempo un amigo y colega me dijo “tenés que leer lo que dice Francisco Occtiuzi”, un médico cordobés que desdramatiza el tema ridiculizando a estos personajes describiéndolos como portadores de una rara y grave enfermedad a la que llama “broncemia” que ataca principalmente a médicos que transitan el ámbito universitario y académico

Sucintamente y con fina ironía el autor la describe como producida por un exceso de bronce en sangre y que con el paso del tiempo toma todos sus órganos y convierte a los afectados en estatuas que seguramente luego de su gracioso paso por la vida serán expuestas por toda la eternidad en algún lugar preferencial del ámbito donde han desarrollado toda su patología.

Hagamos un poco de historia y recurramos a los clásicos de la literatura occidental que desde hace siglos vienen observando estos excéntricos personajes a los que se los incluyen dentro de las sátiras debido a su falsa y pretendida superioridad sustentada en un ilusorio exceso de erudición.

La dramaturgia del Siglo XVIII ya hace mención del ridículo tonto erudito y mucho más adelante la figura del Quijote inmortaliza, ahora en tono de novela, a estos falsos sabios.

Más cercanamente en el siglo XX, Benito Pérez Galdós en su libro “El caballero Encantado” describe majestuosamente al burro erudito quijotesco satirizando ese enfoque que ya para la época eran considerados como obsoletos.

Pese a mi curiosidad no me ha sido fácil encontrar bibliografía actualizada sobre los broncémicos de los que habla Occtiuzi por lo cual decidí introducirme más a fondo en el tema para contribuir al mejor conocimiento de tan noble patología.

Los hombres mayores de cincuenta años son, por lejos, los más afectados, aunque últimamente se han descriptos casos de mujeres de igual edad.

Sí bien en la mayoría de los casos basta verlos caminar por el hospital para hacer el diagnóstico hay otros signos a los que debemos prestar atención,  siendo el más frecuente, la incapacidad de reconocer éxitos ajenos y el menosprecio por el trabajo y esfuerzo de otros.

Pero hay otro síntoma más sutil pero que es un claro indicador de enfermedad que se representa como la falsa humildad que Jorge Luis Borges destaca con claridad meridiana cuando escribe “No seamos como esos intelectuales que sufren de un exceso de humildad” a los que llama falsamente modestos y que yo agrego, son la peor cara de la soberbia.

Muchos años después siendo ya un médico formado y con cierta relevancia académica saliendo del Colegio de Médicos me encontré frente a frente con ese profesor que me debía un año de mi vida.

Para esa época la democracia estaba consolidada y el trato hacia los alicaídos “bronces” ya no era el mismo. La tecnología, ya había derribado muchas barreras que condicionaban el conocimiento y paralelamente se insinuaban nuevos modelos de liderazgos que los interpelaban, desafiaban y desplazaban.

Desgarbado, encorvado y barbudo tenía el aspecto de un inofensivo personaje del que nada había que temer y mucho menos presumir que se estaba delante de un otrora todopoderoso profesor de los años oscuros.

“Ud. no se acuerda lo que me hizo,  ¿no?” le dije reprimiendo mi furia. Sin levantar la mirada, me dijo. “No, no me acuerdo. ¡¡¡Bueno, yo te lo voy a hacer recordar por mí y por muchos otros!!! (Jackemate.com)

 

(*) Jefe del Servicio de Clínica Médica del Hospital Escuela ‘Eva Perón’

 

 

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