Por Ricardo Marconi (*)
En la columna que el lector está accediendo, sobre las explosiones ocurridas en el Líbano, nos concentraremos en la situación política y económica del país, ya que lo atinente al número de fallecidos, heridos y desaparecidos, los mismos se modifican a cada instante. A la república libanesa, un país de Oriente Próximo, bañado por el Mar Mediterráneo al oeste, el gravísimo episodio que soporta no le podría haber ocurrido en peor momento.
El Líbano se halla soportando una economía prácticamente destruida, con un futuro en ruinas y una dirigencia política desintegrada, a lo que se suma una inflación galopante y un porcentaje de desempleados que aterra.
Dos impensadas explosiones, inimaginables siquiera para grupos terroristas terminaron por profundizar aún más una situación crítica que dejó a la intemperie a miles de habitantes que perdieron sus viviendas y toda posesión personal en un mar de espanto y sufrimiento con seres queridos desangrándose en las calles o apilados en la morgue, a lo que debe sumarse el hospital saturado, mientras el ulular de las ambulancias invade todo.
Casi sin clase media, ya empobrecida, un gobierno con las puertas cerradas en el Fondo Monetario Internacional, deberá encarar una reconstrucción mucho más crítica que la estaba acostumbrado a soportar con los bombardeos y con el accionar de Hezbollah, sólo comprometido con los intereses de Irán.
Y hago referencia al Fondo porque el día de las explosiones iba a decidirse una nueva gestión ante el organismo para armar una estrategia que le permitiera sobrevivir al Líbano.
También Hezbollah, ante los graves sucesos ocurridos, se queda sin motivaciones para aislar al Líbano y los funcionarios libaneses, divididos entre sí, ya no tienen capacidad de respuesta.
En definitiva, Líbano seguirá, por mucho tiempo más, un país muy desigual, donde el 1% más rico posee el 40% de la riqueza. (Jackemate.com)
(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com