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El formulario tenía una designación abstrusa, con reminiscencias de una saga de filmes de espionaje: SF-86. El misterioso nombre  hace las veces de una llave  que habilita la seguridad de acceso a información confidencial que el estado norteamericano  generalmente denomina  como  “clasificada” en todas sus escalas de secreto, incluso hasta el nivel de la Presidencia

Cualquier funcionario de alto nivel  posee el conocimiento básico de que el formulario debe completarse en forma obligatoria y consiste en responder interrogantes sobre la historia personal, laboral y familiar  e, incluso, posee un casillero en el que quien completa los datos  debe indicar tuvo acceso a representantes de otras potencias, cercanos y continuados en los últimos siete años. Se incluyen en esos “representantes” a la esposa del declarante y a convivientes.

Jared Kushner, yerno del presidente, al ser designado como asesor de Donald Trump, dejó el espacio  en blanco hasta que el escándalo explotó cuando  se advirtió –investigación de CBS News mediante-, un centenar de contactos extranjeros.

Para colmo, en plena campaña presidencial estadounidense, Kushner  y el hijo del presidente –Donald Jr.-, mantuvieron  en la Trump Tower una entrevista con la abogada rusa Natalia Veselnitskaya,  que tuvo como clientes a espías de la  ex KGB.

La reunión  -según terminó admitiendo el hijo del presidente-,  se realizó para lograr  información comprometedora sobre Hillary Clinton, a los fines de desgastar, mellar, pulir la carrera presidencial de la esposa del ex presidente Clinton.

La historia que nos ocupa  -la del SF-86-, expone a un conjunto de funcionarios norteamericanos, incluidos el titular del Ejecutivo, como componentes de una gestión  llena de secretos  personales que explican , por sí mismos, el menosprecio de la verdad.

Kushner, por no llenar debidamente un formulario y el hijo  de Trump, fueron citados por los comités de Inteligencia del Congreso estadounidense que investiga las “interferencias“ rusas en la campaña política. 

Un ejemplo que demuestra, una vez más, que las mentiras tienen patas cortas, excepto en Argentina donde ponerlas en evidencia implica años. (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – rimar9900@hotmail.com

 

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