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Por Ricardo Marcioni (*)

En un día de bajísimas temperaturas de finales del otoño de 2001, en la sala de situación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), el expresidente de Estados Unidos, George W. Bush, firmaba una orden secreta que daba a la referida agencia, la potestad que había pedido en la década del 70: La de exterminar enemigos de Estados Unidos. La de Bush no sería una firma más. Era una forma de otorgar a un organismo una licencia legal para matar.

Precisamente, por esa época, dos agentes de la CIA dirigían la presentación reservada: José Rodríguez – a él aludimos en oportunidad de referirnos a las actividades de la Agencia en Centro América-, y Enrique Prado, segundo en el mando.

En ese cónclave, se dijo que el Centro Antiterrorista estadounidense estaba captando a equipos de asesinos para infiltrarlos con la finalidad de eliminar a presuntos terroristas para “desactivarlos”.

Nominados 

Entre los nominados para ser puestos fuera del sistema, estaba Mamoun Darkazani, un sirio que había ayudado a organizar los ataques del 11-S, quien vivía en Alemania. Y a ese nombre se agregaba el de Abdul Qaeder Khan, un héroe de Pakistán por su trabajo para desarrollar la bomba atómica pakistaní y por transferir secretos nucleares a Irán y Libia.

Abdul Qaeder Khan, otro de los nominados del secreto accionar de la CIA

Las imágenes que ofreció a su personal en la reunión enunciada, dejaban un mensaje “encubierto” e inquietante: La CIA estaba en condiciones de acercarse a sus estudiadas víctimas al punto tal que podía sacarles fotos para luego eliminarlas sin que nadie advirtiera maniobra alguna.

Dick Cheney, vicepresidente de Bush, me dicen, ya le había ordenado a titular de la Agencia que se “pusiera a trabajar para lograr hacer realidad determinados objetivos” como los que acabamos de referir.

No hay que dejar de señalar que Barak Obama –como 44º presidente norteamericano-, estuvo comprometido, al menos en lo que concierne a nivel del plan antes de ser autorizado. Obama, posteriormente, designó a John Brennan como conductor –desde un despacho sin ventanas, desde el sótano del ala oeste de la Casa Blanca-, del Centro de Operaciones de las guerras clandestinas y asesinatos dirigidos.

Obama decidió, además, que Brennan y Stephen Kappes, subdirector de la CIA en esos años, mantuvieran su puesto en la sede central de Langley para continuar con los asesinatos a través de los drones en Pakistán, bajo su supervisión.

Hay que dejar claro que Obama se resistía a continuar con el mecanismo de las detenciones secretas y hasta se atrevió a prometer el cierre de Guantánamo, donde se hacían interrogatorios coercitivos –lo que no pudo cumplir-, sólo logrando que Cheney lo culpara por negar a la CIA herramientas para mantener a salvo el territorio norteamericano.

El accionar de un abogado 

Aprovecharemos para comentar, en función de lo expuesto, que un abogado, de apellido Rizzo, habría tenido un papel destacado para obtener la aprobación del Departamento de Justicia para el Programa de Detenciones e Interrogatorios antes mencionado.

El abogado se habría sorprendido de la línea dura que mantenían los ayudantes de Obama, ya que habría declarado: “Dijeron que comenzarían a matar gente porque no podrían interrogarlos. Una vez desaparecidos los interrogatorios, lo único que quedaba eran los asesinatos”.

Obviamente, ningún miembro prominente del partido de Obama criticó los ataques con drones y, por lo tanto, se generaron las condiciones políticas secretas para iniciar una escalada de ese tipo de misiones para eliminar a señalados como terroristas.

El uso del “bisturí” 

Brennan, como director de la CIA estimaron en privado que Obama “podía utilizar un bisturí, en lugar de un martillo para llevar la guerra más allá de zonas conflictivas” y la primera autorización para golpear con el “martillo” fue Abaitullah Mashsud, líder de los talibanes pakistaníes, desde los tiempos en que Art Keller escuchó su nombre mientras trabajaba en una de las bases de la Agencia en zonas tribales. Se trataba del grupo Tarik-i-Talibán Pakistaní (TTP)

Dejar de ser hombres misteriosos       

Michael Hayden, el último director de la Agencia durante la gestión Bush, en el verano de 2011, le habría dio a este último: “Los hombres de la CIA deben dejar de ser hombre de intriga y misterio. Deben cesar en su tarea de conducir la caza del hombre y las operaciones de asesinatos dirigidos, ya que ello los está incapacitando para cumplir su función fundamental, esto es espiar”.

Hayden pensaba que los últimos cuatro directores de la Agencia, se habían enfrascado en un “frenesí de asesinatos tras la muerte de Osama Bin Laden, abatiendo a miembros de Al Qaeda, incluyendo a Atihah Aba Al Rhaman, el vínculo de Laden con el mundo exterior, en el tiempo que estuvo escondido en Abbottabad. 

Obama “El Padrino” 

Barack Obama, considerado como ‘El Padrino’, ordenó asesinar a Osama Bin Laden en Pakistán

Los agentes de la CIA y el personal del Ministerio de Defensa, desde sus despachos en sus respectivas centrales comparaban a Obama con Michael Corleone en “El Padrino” cuando ordenaba la eliminación calculada de sus enemigos, mientras sus abogados exponían opiniones favorables sobre este tipo de acciones que concretaban el Mando Conjunto de Operaciones Especiales y la CIA, lejos de zonas declaradas de guerra.

La muerte de un ex decano  

Uno de los abatidos fue Harold Kolh, un exdecano de la Facultad de Derecho de Yale, quien criticaba con ferocidad la política de Obama y condenó los interrogatorios de la CIA, pero al unirse al gobierno se habría pasado horas leyendo volúmenes de información secreta con la finalidad de pronunciarse sobre determinados hombres que debían vivir o morir.

Y terminó defendiendo las operaciones que nos ocupan, alegando centralmente, que “en tiempos de guerra el gobierno tenía la obligación de garantizar a los sospechosos un juicio justo antes de incluirlos en las listas de asesinatos”.

Kohl había estado leyendo informes sobre terroristas, esto es jóvenes que fueron reclutados para cumplir sus dos primeras misiones. Terminó-al parecer- conociendo más a los terroristas que a sus propios alumnos.

Para concluir está introducción al Programa de Asesinatos de la CIA, debemos apuntar que, durante los meses de vigencia del mismo, antes que tuviera que dimitir ignominiosamente por una aventura extraconyugal con su biógrafa, David Petraus aceleró las tendencias sobre las que le había advertido Hayden.

Presionó a la Casa Blanca para conseguir dinero y ampliar la flota de drones para la CIA y dijo, sin preámbulos, a miembros del Congreso que, en su mandato, la Agencia estaba llevando a cabo más operaciones encubiertas que en ningún otro momento de la historia.

En ese sentido, vale apuntar que Petraus, a su llegada a Langley, ordenó la operación que, hasta ese momento, ningún director de la agencia había dispuesto: eligió como objetivo de un asesinato a un ciudadano estadounidense… (Jackemate.com)

 

(*) Licenciado en Periodismo – Postítulo en Comunicación Política

 

 

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