Por Mag. Alicia Pintus (*)
La pandemia ha desocultado problemas y necesidades. La Educación ha quedado en el foco de las preocupaciones. Entre deserción, fracaso escolar y calidad educativa cabe preguntarse cuál es el sentido de la escuela para la pospandemia
Ya por 1996, en «La educación encierra un tesoro», el Informe a la UNESCO de la Comisión internacional sobre la educación para el siglo XXI, presidida por Jacques Delors se planteaba cuáles era los cuatro pilares de la educación para el futuro: el aprender a conocer, a hacer, a estar y a ser.
Las escuelas han estado tradicionalmente centradas en el aprender a conocer, y han tratado de avanzar en el aprender a hacer, un saber procedimental necesario para que los hechos y conceptos que integran un curriculum escolar no queden estáticos ni atomizados, sino que se dinamicen en una comprensión reflexiva, que pueda hacerlos aplicables a ámbitos nuevos.
Es preciso que, al incorporar los conocimientos conceptuales, se desarrollen conjunta y específicamente habilidades intelectuales, como herramientas imprescindibles para potenciar la autonomía.
Sin el desarrollo de estas habilidades, propias de un pensamiento crítico, los conocimientos se volverán frágiles, superficiales, fácilmente olvidables y sin aplicabilidad. Queda mucho por hacer en este sentido.
Hay dos pilares sobre los que se ha avanzado bastante menos: el aprender a estar y el aprender a ser. Estos dos pilares tienen profunda conexión con lo que podríamos llamar «habilidades para la vida», porque uno refiere a la convivencia humana, y el otro, al descubrimiento y construcción del sentido existencial de un individuo.
Estas habilidades para la vida se engloban hoy en lo que se ha dado en denominar «Educación Emocional», que se hizo repentinamente evidente a partir de la pandemia, y todas las consecuencias que trajo en los abruptos cambios producidos en el mundo y en nuestras vidas cotidianas.
La Educación Emocional designa a un conjunto de saberes y prácticas educativas que hacen foco en la gestión de las emociones, con la finalidad de permitir afrontar mejor los desafíos que se nos ofrecen a diario.
La dimensión emocional es indisoluble de la dimensión cognitiva de los sujetos. Se espera que esto aporte al desarrollo integral de competencias para la vida social y personal, y con ello contribuyan al bienestar individual y colectivo.
¿Cuáles son herramientas y competencias que deberíamos aprender para optimizar nuestro desempeño en la vida personal y social?
Estas habilidades socioemocionales podríamos agruparlas en: a) referidas al mismo sujeto; b) referidas a otros.
En el primer grupo tendríamos habilidades tales como: autoconocimiento, autoestima y confianza en sí mismo, autorregulación, autonomía, resiliencia.
En el segundo grupo podríamos incluir: habilidades para la convivencia armónica y la resolución pacífica de los conflictos, donde aparece la necesidad de desarrollar habilidades para el diálogo, capacidad de escucha, comunicación asertiva.
Conjuntamente es necesario el aprendizaje de la gestión de las emociones tradicionalmente consideradas como negativas: tales como el miedo, el enojo o la ira, el pesimismo, la desesperanza, el estrés.
Esto está ligado a la resiliencia, esa capacidad humana que nos permite superar las situaciones adversas y salir fortalecidos.
Autonomía
La autonomía hace posible el liderazgo de la propia vida, y por tanto de nuestros aprendizajes. Ser autónomos significa ser capaces de tomar decisiones con criterios fundados y propios y ejecutar esas decisiones para lograr aquello que nos proponemos.
Si bien hay una interdependencia humana porque es imposible desarrollarnos en completo aislamiento, la autonomía supone una trama social donde cada quien se hace responsable de su propia existencia.
Llegar a ese estadío de la vida requiere de un proceso de maduración, que incluye poder autorregularse, estableciendo los propios límites y posibilidades, y eso depende de una ajustada autoestima, que se genera en el conocimiento de sí mismo.
Todo esto contribuye a poder confiar en nosotros mismos, sabiendo con claridad cuáles son nuestras fortalezas, debilidades, virtudes, defectos, etc.
La buena comunicación es la plataforma básica donde se desenvuelve nuestra vida social, que incluye tanto los aspectos que denominamos «personales» como los profesionales. Escuchar y dialogar son actividades elementales para las relaciones interpersonales.
Frecuentemente damos por supuesto que sabemos escuchar y dialogar porque lo hacemos desde antes de que podamos recordar cómo aprendimos a hablar. Es como si se tratara de características incluidas en nuestra naturaleza humana, y que, por tanto, no necesitan ser aprendidas. Muy lejos estamos de esa presunción.
Interacciones
Si fuera así, no tendríamos tantos problemas en nuestros vínculos interpersonales. Son habilidades socioemocionales que se aprenden y que deben ejercitarse permanentemente, para que nuestras interacciones sean vitalizantes y enriquecedoras, en vez de provocarnos malestar.
Por todo eso es que la asertividad constituye una habilidad fundante de la convivencia: poder decir lo que no nos gusta o nos molesta sin herir a los otros.
Un «buen decir» que encuentra el justo medio entre nuestros intereses y deseos y los de las demás personas, que se complementa con una empatía que nos permite situarnos imaginariamente en el lugar del otro, y comprenderlo.
La Educación Emocional puede y debe ser enseñada conjuntamente cuando se enseñan los demás contenidos escolares. Aprender a sobreponerse a las dificultades y los obstáculos, a descubrir la propia caja de herramientas para enfrentar las situaciones estresantes, los temores, el enojo o la apatía es tan importante como cualquier otro contenido del curriculum escolar.
Hace tiempo que esto viene mostrándose como un saber imprescindible para insertarse en un futuro incierto. La pandemia no ha hecho más que acelerar esta evidencia, y mostrarnos la relatividad de lo que estaba establecido que debíamos enseñar y aprender.
La educación debería beneficiarse de la crisis al encontrarse expuesta a estos niveles inusitados de incertidumbre. Este contexto de pandemia puede potenciar crecimientos y mejoras si nos enfocamos en lo que realmente vale la pena aprender. (Jackemate.com)
(*) Filósofa y educadora – @AliciaPintus