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Sorprendernos a cada momento debe deleitarnos perdidamente pues simboliza estar vivos y eso es realmente valioso. ¿Pero dónde encontramos ese magnífico campo fértil de continuas maravillas? ¿Quién nos ofrece el éxtasis de acontecimientos tan seductores a nuestro júbilo cotidiano? ¿No sabe?

Queridos míos, sólo existe un paraíso preservado a pesar del pecado, ese edén es   nuestra amada Argentina. Parece que Paul Valéry la imaginó al decir “la interrupción, la incoherencia, la sorpresa son las condiciones habituales de nuestra vida. Se han convertido incluso en necesidades reales para muchas personas, cuyas mentes sólo se alimentan […] de cambios súbitos y de estímulos permanentemente renovados” […]

Difícil señora de comprender si la hay, pero dama proclive a dejarse amar por los más raros caballeros. Así queridos amigos arrancando de 1810 la joven Argentina protagonizó toda cuanta novela fuera posible, cobijando en las distintas obras la impudicia, la corrupción, la maldad, el deseo de poder; en fin, variadas lindezas desarrolladas con tesón y esmero por los más creyentes representantes de una de las corporaciones más enmarañadas para entender, menos aun en un par de renglones: la sociedad política.

Es admirable como se eslabonan las torpezas y más aun observar como los intérpretes experimentan sus roles de manera tan dedicada, sin atisbar vergüenza alguna.

La última puesta en escena, del cual ignoro la identidad del autor, se presenta en la familia argentina con el nuevo campeonato de fútbol, pero con la velocidad de la luz y mientras esto se elabora, supuestamente haya sido descartada.

Es maravilloso confirmar la instantaneidad de la modernidad líquida vertida en esta zona de nuestra América, como se caen los principios de ecuanimidad pregonados, como la divulgada igualdad de pobres y ricos se va de narices contra la pared, como el fingido amparo del más débil ante las tropelías del poderoso va de ruinas de manera estrepitosa.

La contingencia de instaurar un campeonato de fútbol compuesto por 40 equipos de distintas categorías está cimentado en fundamentos absurdos y reconocidos sin ruborizarse por Ernesto Cherquis Bialo: "Hay que garantizarle al que pone la torta que estén todos", agregando, “esto se hace para que River juegue en Primera. Para que Boca, San Lorenzo, Racing, Rosario Central, también. Porque estos son protagonistas en agonía. La única manera limpia, deportiva, de garantizarle al que pone la torta que estén todos, es que jueguen todos”, dijo sin filtros y, más aún, con transparencia inusual expresó: “Si River no descendía esto no pasaba”.

Creo que esto no sólo es un cambio deportivo. Es la transferencia de una forma de vivir de la sociedad argentina o al menos una parte de ella porque así como se procura igualar de manera ramplona a las instituciones deportivas, hacemos lo propio en casi todos los ámbitos.

Acerquémonos a la esfera educativa y allí se hace lo imposible para reputar de igual forma al estudiante perseverante, trabajador, con quien ante las mismas oportunidades perdió el tiempo graciosamente. Y en estas circunstancias, la familia hace un aporte valioso al mirar para otro lado en repetidas ocasiones.

O mintiéndonos perpetuando la acción de gestas heroicas, cuando en la actualidad los sacrificados personajes de otrora están más cerca de encuadrar su existencia en el código Penal.

El sociólogo y ensayista Horacio González declaró a los medios que los votos obtenidos por un actor devenido en político en las últimas elecciones de la provincia de Santa Fe refleja "un vaciamiento completo de la palabra política".

Aceptando las consideraciones, valoro prudente indagar si en el espíritu de quienes eligieron al comediante influyó las adversas referencias de muchos políticos tradicionales capaces de “colmar” la palabra política.

Ejemplos sobran, revisemos nuestro pasado, percibamos nuestro presente. De cajón es inevitable recordar a Cambalache del gran Discépolo.

“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. Todo es igual; nada es mejor lo mismo un burro que un gran profesor. No hay aplazaos ni escalafón; los inmorales nos han igualao. Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón”. (Jackemate.com)


 

 

 

 

 

 

 

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