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Si señores, mal que nos pese, muchos pacíficos, afables y confiados componentes de nuestra sociedad, de un día a otro, arrasados por el viento de la locura e indiferencia de funcionarios, supieron convertirse en forzados presos de un delito condenado por el Código Penal Argentino.

Es innegable que ese vecino a quien saludamos a diario, padre del compañero y amigo de nuestro hijo en la escuela, constituyente de la vecinal, socio del club del barrio y marido de señora que atiende la granja, nunca soñó aparecer en la primera plana de los diarios, menos aun en la sección policía.

Porque si bien escuchó, leyó y vio como grupos de hombres y mujeres, a veces solos o agrupados en bandas se encargan de desarrollar una basta formación de brutalidades, conocía que en el común de los escenarios existía una fuerza legal uniformada autorizada por una ley para controlarlos.

También era conciente, que dicha institución lo hacía de manera intermitente, a veces por fortalezas ajenas o debilidades propias y su maniobrar resultaba insuficiente ubicándose en franca desventaja contra el violento. Aun así, jamás se le ocurría concebirse un rol protagónico en esta obra donde si lo hacen con esplendor los transgresores libres de toda atadura moral.

Siempre leyó las noticias policiales. Le atraía como a cualquiera conocer lo sucedido en otros lares. Le despertaba cierto morbo los asesinatos resaltados con mal gusto en algunos diarios y en realidad se aterraba de las noticias, figurándose de vez en cuando ser la próxima victima. Pero no pasaba de ser un pensamiento aislado, alejado de su hastiada rutina.

Como los imprevistos están a la orden del día es desgarrante abrir los ojos y conocer que ese “Juan pueblo” sereno y honrado de sus obligaciones familiares y sociales, su espíritu fue violentado por un desalmado sujeto que con un arma, amenazó con matar a su esposa en el negocio, o a su hijo en una ruta o violar a su hija en su propia casa o asaltarlo a él mismo en la calle.

Sin saber como, desesperado, impotente, tomó “ese elemento” comprado hace poco por terror y sin tener la mínima ilustración para su uso, se lanzó contra el perturbador de su paz, su calma, su rutina.

Ya está dentro del espectro de la muerte. Su espíritu esta alterado. Desearía volver atrás, pero es imposible. Es pura fantasía.

El fruto de su espanto es pender de una resolución judicial. Hay variadas posibilidades. Puede ser absuelto, pero también puede perder su libertad por exceso de legítima defensa, aguardar la venganza de los otros, irse de la ciudad, en definitiva, auto flagelarse buscando encontrar los motivos para merecer esa suerte ingrata. (Jackemate.com)

Por Lic. Ricardo López

 

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