Muy a nuestro pesar, todos los días y a cada momento, nos anoticiamos sobre la esquiva suerte de un ciudadano argentino. Aparentemente, por designio divino, fue victima de un delito y, por igual causa, no fue herido ni muerto, provocando un desequilibrado agradecimiento al señor delincuente por su actitud indulgente
La corporación política organizada por oficialistas y opositores ofrece una imagen de profundo aletargamiento, siendo comprensible pues al interpretar al vandalismo como un acto celestial nada puede hacer un hombre común.
Si embargo, en el orden terrenal, quienes detentan el poder de turno se sirven de un argumento tragicómico -en realidad más trágico que cómico- al apuntalar la idea de la “sensación de inseguridad”.
Mientras tanto, en el polo opuesto, tristemente los opositores, tampoco gozan de fundamentos sólidos para tratar el tema y deambulan errantes sin lograr combinar una respuesta alternativa temiendo quedar encorsetados como grises represores.
En ese ir y venir están penosamente sus representados, inseguros, descubiertos, rehenes de salvajes bandidos, propensos a torturar, herir, violar o matar aun cuando los escogidos no hayan presentado la mínima resistencia.
Con la impiedad y sadismo que los caracteriza atacan a ancianos, inválidos, mujeres embrazadas y niños abandonando todo código.
Matan porque sí, cebados como depredadores al acecho ante sus fáciles presas, descontrolados por el miedo o culpabilidad de quien los debe limitar en su accionar, pero no se atreve.
En auxilio de "Juan Pueblo"
La ideologización del problema impide a los bandos dirigenciales desarrollar una política de protección y auxilio de “Juan Pueblo”.
Los funcionarios dictan clase sobre las causas del delito, destacando la desigualdad y la exclusión social, pero no pueden explicar la contradicción entre los dichos y los hechos.
Respaldados en sólidas estadísticas y exhibiendo como trofeo político la disminución del desempleo por el aumento de puestos de trabajo y los sucesivos incrementos salariales, nadie se atreve a exponer porque no se frena la ola delictiva.
A todo esto, la oposición continúa ineficaz no sólo en este asunto y sino en muchos otros también.
Hervé Algalarrondo, vicejefe de redacción de ‘Le Nouvel Observateur’, asevera que la izquierda descuidó un fenómeno que golpea sobre todo a los más pobres, porque ve en el delincuente a una víctima de la sociedad, olvidando a la víctima para adjudicarse la defensa del trasgresor.
Y su lucidez se muestra al señalar que privilegiar las causas sociales en la explicación de los motivos del delito, es una cosa, pero caer vencido ante la actividad delictiva es algo muy diferente.
Según este intelectual, negando la realidad de la delincuencia, se evita admitir que la inseguridad ataca ciertamente a los más indefensos, a los trabajadores, la gente humilde.
A partir de este concepto, juguemos con nuestra memoria repasando los casos en nuestras villas de emergencia, y recordemos la cantidad de jóvenes vulnerables que participan en distintos roles, sea como víctima o victimario.
En síntesis, para resolver los problemas de inseguridad es indefectible el compromiso de la ‘corpo’ política, relegando los mezquinos intereses partidarios de eludir la atención de estos conflictos por no resultar políticamente redituables.
Además, deberán observar fijamente, que la mejora económica es propicia pero no es un dispositivo determinante en la disminución automática de los delitos, debiendo consolidar, sí, la educación como arma esencial a largo plazo.
En este caso, la brillante ‘Asignación Universal’ por hijo dispuesta entonces, debe estar supervisada muy de cerca para estar al tanto si la educación brindada se transforma en las herramientas indispensables para entrar a forma parte del aparato productivo e incrementar sus perspectivas laborales, y si les permitió incorporar ciertos valores básicos tales como el respeto al otro, respeto a la familia (cualquiera sea su conformación), el respeto a la vida, respeto a la ley. (Jackemate.com)