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Las aberraciones sufridas por inocentes y desprevenidos ciudadanos del barrio de Núñez a manos de un grupo de “tarados” (sic) definición de un funcionario de la corporación política, no es más que un fiel reflejo de un estado de anomia que vivimos.

La indiferencia expuesta por parte de la comunidad de donde emergen los simpatizantes del equipo de River, recién descendido, es aterrador y pero es mucho más difícil comprender el accionar de los representantes del pueblo, o al menos, parte de ellos.

¿Cómo se alberga en la comunidad la flojedad individual y colectiva para defender la vida humana? ¿Quiénes se arrogan el derecho casi divino de afrentar sobre miles de personas que mueren o resultan lesionadas en distintos acontecimientos, en este caso, del orden deportivo?

No llevaremos las decisiones individuales a las colectivas, no obstante la degradación diaria generada por el fanatismo da la impresión de ser consentida con gracia, excepto aquellos afectados en su calidad de víctima o familiar de éstas.

Los acontecimientos deportivos deben ser exactamente eso, una competencia en la que el mejor capacitado triunfe, pero si bien es cierta la pasión teóricamente hace perder la razón, de ninguna manera puede ser argumento legítimo para propagar todo tipo de tropelía.

Algo falló sin dudas, y entre los errores casi siempre debe encontrarse a un responsable y es aquí, lo cruel, lo sádico de la situación. Dirigentes del club, empleados y sin descontar la actuación “descollante” de algún integrante del sistema de seguridad estatal, fueron verdaderos artífices de la demencia que oscureció un triste encuentro de fútbol.

Heridos, nada más que heridos, fue el resultado de la batalla campal entre simpatizantes y policías, por lo tanto, no se debería “dramatizar”. Ese parece ser el fundamento del mensaje de quien dirige la entidad del fútbol local, al declarar “no habrá quita de puntos “y “Boca y River son los pilares del fútbol argentino” y “hay que tenerlos en cuenta para todos los contratos que se tienen que hacer".

Asumo como desmedida la comparación, pero es aceptar la viabilidad de eximir a un padre por violar a sus hijos, por la mera circunstancia de ser el padre y más aún, porque ese padre violador tiene dinero y puede contentar a muchos.

Listo ciudadanos, estamos en el horno. Sólo me resta saber si este señor tiene la misma disposición si alguno de los heridos o muertos fuera su hijo o nieto. Quizás le da lo mismo. Vaya a saber.

Tampoco pueden quedar fuera del círculo perverso los medios de comunicación o al menos algún periodista despojado de sentido critico. Un sumiso a todo interés, excepto de   cuidar la vida humana, llamaba a la población a “contextualizar” la evolución del problema pues aplicar una sanción grave al club es improcedente porque no hubo ningún “muerto” como otrora sucediera en otro estadio. ¿Leyó bien?

¿Hasta cuándo se aceptará y convalidará a los animales sueltos que integran esos grupos?

¿Es acaso nuestra idiosincrasia humillarnos domésticamente sin intentar aventajar y desalentar a los criminales sin el aprieto de llegar al muerto para evaluar medidas?

Asombroso ciudadano. Anhelo como usted no ser cómplice de estos desaciertos, pues de lo contrario, si este es el parámetro de la convivencia social al menos en lo deportivo, estamos muy enfermos. Entonces bien, sálvese quien pueda en este aquelarre. (Jackemate.com)

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