Por Ricardo Marconi (*)
Los campos de batalla afganos se encontraban a 11.000 kilómetros de distancia de Washington, en el marco de lo que ha sido una guerra del siglo XXI, que se dirigía, centralmente, desde los cubículos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
Fue un conflicto bélico analizado, en cientos de oportunidades, por generales que exponían, a sus superiores, la marcha de los combates, a través de presentaciones de Power Point, separadas por paneles en los altos del Pentágono, desde principios del 2004 y que dejó, finalmente, cientos de heridos, muchos en condiciones críticas en el hospital de Kabul, gestionado por la ONG italiana Emergency, que mantiene a varios en cuidados intensivos.
El ex presidente Barak Obama, en su administración decidió utilizar “un bisturí” en lugar de “un martillo para llevar los ataques más allá de las zonas de guerra”. Esto significó profundizar las operaciones encubiertas.
Obama tenía una visión diferente de la generación de la posguerra, como el ex presidente Bill Clinton. Obama tuvo la suerte de tener bajo sus órdenes el más efectivo de los jefes de la CIA: León Panetta, el que, al principio, parecía una elección muy extraña para asumir el control de la CIA.
Panetta había sido congresista demócrata que representaba al norte de California y nunca había formado parte de los comités que supervisaban al Pentágono o la CIA. Sí hay que afirmar que era un feroz negociador y había llegado a ser el jefe de gabinete de Clinton, este último un antecedente no menor.
Cuando se hizo cargo de la Agencia aludida, terminó por convertirse en el comandante militar de una guerra secreta, a pesar de que cuando ingresó a los pasillos del organismo, literalmente, estaba como Adán en el Paraíso y sin siquiera una hoja que lo cubriera mínimamente.
Sí poseía influencia y su presencia inspiraba respeto en la Casa Blanca por su voluntad de defender el territorio de la dependencia bajo su responsabilidad.
El primer enfrentamiento
El novel funcionario, de entrada, tuvo que zambullirse en la lucha legal que se generó en torno a los métodos de interrogación, a los que se las calificaba, lisa y llanamente, de torturas.
Al principio, la cúpula de la CIA lo vio como un intruso que Obama había enviado a Langley para controlar lo que la Casa Blanca consideraba que era una agencia de espionaje sin control. Pero ocurrió lo contrario y Panetta se convirtió en un defensor de la Agencia al forzar el retraso de los debates acerca de publicar los memorandos de los interrogatorios.
Sus agentes le habían advertido a Panetta que la divulgación de los memos destrozaría la moral dentro del Centro Antiterrorista (CTC) y eso lo convenció de no chocar con el Directorio de Operaciones.
El funcionario que llegaba a la CIA, finalmente perdió el debate y Obama dispuso que se difundieran los memorándums, pero su lucha interna le permitió ganarse el afecto del servicio clandestino. Es que había demostrado que defendía a su gente y eso le sirvió para ser considerado “parte del equipo”.
Peticiones
El nuevo funcionario arribó a la CIA y a los dos meses hizo lo propio como visitante de la Casa Blanca, portando una larga lista de peticiones para conducir operaciones paramilitares.
Requirió más drones armados y logró que le aprobaran un pedido de permiso a Pakistán para que dichas naves sobrevolasen franjas mayores de las zonas tribales.
El hoy presidente Joe Biden había aceptado incrementar el número de agentes encubiertos en Pakistán, muchos de los cuales operaban en el referido país, sin conocimiento del servicio secreto de Pakistán.
Los pedidos tuvieron lugar tras lo ocurrido en una cálida noche de agosto de 2009, cuando un dron armado de la CIA, que sobrevolaba la población de Zanghara, en Waziristán del Sur, enfocó su cámara a una terraza en la que se hallaba, junto a su familia Baitullah Meshud.
Asesinato “de buena voluntad”
En ese momento, el terrorista se hallaba inyectándose insulina intravenosa porque era diabético, cuando el dron lanzó un misil que mató a todos en la terraza y los funcionarios pakistaníes celebraron el hecho y lo consideraron “un asesinato de buena voluntad”.
Es que se trataba el abatido, de un agente secreto indio, sobre el que Estados Unidos había prometido a Nueva Delhi que no le haría daño, debido a que a los estadounidenses “no les había hecho daño”. El muerto se había convertido en un líder talibán y entre ellos era conocido como Tehrik-i-Talibán Pakistán (FTP) y estaba atacando instalaciones de Pakistán con extrema violencia.
No fue casualidad, entonces, que los componentes de los FTP fueran incluidos en el listado de “asesinatos dirigidos”, debido a que ocultaban a miembros de Al Qaeda.
Washington, en agosto de 2009, ante el intento de asesinar al príncipe Bin Neyef, decidió hacerse cargo de eliminar al grupo yemení, asociado a Al Qaeda, que había anunciado sus intenciones de atacar a Occidente.
La decisión de espiar en Yemen
El general David Petraus, comandante en jefe de las fuerzas de EE.UU., en Oriente Medio, a finales de 2009, se preocupó por la influencia de Al Qaeda en la Península Arábiga y en ese mismo año refrendó la orden secreta para ampliar el espionaje en Yemen.
Esa misma orden, la utilizó Michael Furlong para captar información en Pakistán, así como para realizar operaciones no convencionales como las de capturar yihadistas, tanto en Yemen como Irak para interrogarlos y producir nuevos operativos para continuar “un ciclo de inteligencia”, como las que se estaban aplicando en Afganistán, con el envío de prisioneros a Guantánamo, pero el objetivo fue rechazado.
En Yemen, el uso de drones se institucionalizó y la CIA y el Pentágono hacían operaciones por separado, repartiéndose el territorio yemení. La CIA utilizaba drones en Pakistán y el Pentágono en Libia, hasta que, en junio de 2004, la Comisión del 11-S prohibió a la Agencia Central de Inteligencia hacer acciones paramilitares secretas y manejar misiones a distancia, así como entrenar a militares extranjeros. Pero Bush no lo aceptó y continuó con lo que venía disponiendo[1][1].
La población norteamericana, aunque estaba cansada del conflicto afgano, se muestra militarista en cuestiones de antiterrorismo y se muestra admitiendo la eliminación de terroristas según encuestas realizadas al final del mandato de Obama con un alcance del 69 por ciento. (Jackemate.com)
[1] Al filo del bisturí. Pág. 183
(*) Licenciado en Periodismo – rimar90@hotmail.com