Por Ricardo Marconi (*)
Es habitual, hoy por hoy, que los jefes de redacción les soliciten a sus periodistas de los medios radiales, televisivos y escritos, que realicen, al desarrollar temas densos en sus materiales periodísticos, “notas de color” en los que los protagonistas de las notas, o los hechos en sí mismos, ayudan a relajar al lector. Este es uno de esos casos, ya que aprovecharemos para relatar hechos históricos que tienen que ver con la llegada a Rosario de los espectáculos de ópera.
Café cortado liviano en jarrita, con medialunas dulces y crocantes de por medio- como me gusta disfrutar- y acompañado del historiador de ópera Hugo Lechini, -ya fallecido- disfruté escuchando relajado y atento, episodios generados a partir de la construcción del primer teatro en Rosario, al que se le dio el nombre de “La Esperanza”.
Una sala teatral, construida totalmente en madera, como muchas otras en toda Europa. La erigida en Rosario era alumbrada con grasa de potro y por esa circunstancia se corría el peligro de que todo se destruyera en un incendio… y de hecho así sucedió el 19 de septiembre de 1868.
Entre mayo y septiembre de ese año se realizaron 25 espectáculo líricos “entre los que se contaban la representación completa de las óperas “Ernani”, “Il Trovatore” y “La Traviata”, de Giuseppe Verdi y “Lucrecia Borgia” y “Lucía de Lammermour” de Gaetano Donizetti, obras con la que se recuperó el impulso operístico de los primeros tempos”.[1]
Una segunda construcción, ya de material, fue el “Teatro del Litoral”, ubicado en Córdoba al 900 –entre las actuales Maipú y San Martín-, dónde se podían ver y escuchar óperas, siendo la primera ofrecida “Erudni”, de Giuseppe Verdi, también denominada “El honor castellano”, que había sido estrenada en Italia, sólo ocho años antes.
Pero los dos teatros no sólo ofrecían óperas. También se presentaban músicos solistas de origen italiano, ya que la mayoría de la población rosarina –70%- era de esa nacionalidad.
En los conciertos se integraban repertorios con fragmentos de las óperas más destacadas por esos días.
El 21 de septiembre de 1868, en el diario La Capital se publicó un aviso en el que se señalaba: “…se solicita la cooperación del pueblo de Rosario para la construcción de una nueva sala teatral. Creemos que esa protección no se hará esperar en obsequio de un hombre honrado, víctima de un incidente de fuerza mayor que lo ha dejado en la calle sin más recurso que su decidida solicitud y su amor al trabajo donde siempre supo distinguirse por su perseverancia. Sesenta acciones de 100 pesos cada una, le bastan para levantar un teatro en menos de dos meses”.[2]
En el mes de noviembre los trabajos se hallaban avanzados y una sala con más comodidades y mejores condiciones de seguridad, comenzaban a ser una realidad tangible. Mientras tanto, los espectáculos que habían sido programados y que no se habían podido poner en escena por el incendio, se realizaron en salones del Hotel de la Paix, el Café de la Amistad y el Jardín del Recreo.
En el inicio de 1869, cuando todavía no se hallaban concluidas las obras del teatro “El Litoral”, se autorizó desde la municipalidad su apertura para la realización de bailes de carnaval. El objetivo era el de ayudar al empresario a recuperarse económicamente de las pérdidas producidas por el incendio de “La Esperanza”.
Lechini, -al que conocí a través de una pianista de reconocido prestigio que por ese entonces trabajaba en la discoteca de Radio Nacional-, entre sorbo y sorbo de café cortado bien caliente, controlaba los textos que iba a leer en su programa de radio en la FM Latina de Rosario y aportaba sus comentarios históricos a quien esto escribe.
“En principio, los cantantes llegaban por barco a Buenos Aires y, desde allí, en postas, venían, en dos días de viaje a Rosario utilizando diligencias y carromatos, en los que se transportaban los escenarios, si no los atrapaba en el camino una tormenta… o los salvajes”.
“Los indios, reunidos por cientos en malones, aparecían de improviso en los caminos existentes entre San Nicolás y San Pedro y asaltaban a los músicos, aunque, curiosamente, sin matarlos ni herirlos.
A las indias les gustaban las bombachas
Los aborígenes, que algunas veces llegaban hasta la actual localidad de Roldán, sólo se limitaban a sustraerles el dinero, las joyas y, fundamentalmente los vestidos y las bombachas –que las indias desconocían- y las capelinas a las artistas, mientras que a los hombres les robaban las capas que les causaba a los indios curiosidad e hilaridad, ya que pensaban que eran partes de disfraces, con las que se vestían y se dedicaban a burlarse de las víctimas, a las que luego dejaban seguir viaje llenos de tierra”.
Las compañías teatrales, cansadas de sufrir los ataques, para superarlos decidieron utilizar barcos hasta la ciudad de Rosario y desde su puerto trasladaban todos los elementos al teatro de manera directa. Esos elementos luego, obviamente, eran usados por los tramoyistas y maquinistas.
Los artistas y los componentes de los coros de las obras se radicaban en el hotel, de habitaciones de 3.60 metros de alto, donde no sólo dormían, ya que también allí se cocinaban y vivían todo el día.
Ese mecanismo fue tomado de ejemplo por otros grupos teatrales, que repetían el mismo en otras ciudades de América y en salas europeas. Incluso, los primeros grupos de artistas de las tablas y cantantes líricos utilizaban el barco como hotel flotante.
El 24 de mayo de 1870 se inauguró en la calle Progreso –actualmente Mitre-, en su intersección con Urquiza, una nueva sala teatral: El Teatro de la Zarzuela, de José Olmos, quien “sin desprenderse del teatro El nacional, hizo gala de su capacidad como productor teatral en ambas salas”.[3]
La sala contaba con 800 butacas, iluminadas con 90 lámparas a gas. Ya la ciudad era un centro poblacional que necesitaba cubrir una creciente demanda de espectáculos a los que concurrían, en mayor número, los inmigrantes que encontraban en la ópera y la zarzuela, una forma de mantener el vínculo cultural de sus ciudades de origen europeo. [4]
Así llegamos en esta historia en particular al año 1904, en el que se construyeron en Rosario dos teatros para ópera, esto es “La Opera”, que fue destruido casi totalmente por la piqueta en 1943, salvándose milagrosamente en forma parcial, ya que fue adquirido por la Sociedad Cultural El Círculo, que tenía residencia en la Biblioteca Argentina, por la suma de $ 300.000 nacionales. El presidente de la institución –Ciro Togniazzi-, fue el mayor capitalista de la operación.
El teatro restante, construido en 1904, fue el “Colón”, levantado en Urquiza y Corrientes, con un estilo europeo rococó, con ornamentaciones en oro y pintura en oro y plata y en el que se aportaron elementos arquitectónicos europeos, ya que se traían a Rosario a los arquitectos europeos como asesores y constructores.
El Colón de Rosario –vale destacarlo- era más antiguo que el de Buenos Aires. Allí posteriormente, funcionó el Cine Urquiza.
Precisamente, el teatro Colón de Buenos Aires, se situó dónde estaba el Banco Nación y fue levantado por la alta sociedad de Buenos Aires, a la que se le vendió como la primera propiedad horizontal del país.
Cada palco era alquilado por una familia porteña de altísimos recursos de ese tiempo. Actualmente existe un palco que no pudo comprar la intendencia en la década del 30 y que pertenece a la familia Martínez de Hoz, quien se negó a venderlo y evitó la expropiación.
«Palcos de luto»
El Colón porteño contaba con ocho “palcos de luto”, los que tenían una reja que impedía ver a las personas que estaban soportando la muerte de un familiar, aunque ellos sí podían, por una técnica especial, ver la obra, desde la planta baja donde estaban situados.
En la entrada del teatro había un camino para carruajes, destinado la gente distinguida, que así podía ingresar hasta el centro del teatro. Hoy el túnel está cerrado debido a que allí se construyeron las boleterías y una confitería con empedrado de adoquines, donde se espera en los entreactos.
Lechini, en la apretada entrevista, relató que “El Colón” de Rosario cayó bajo la piqueta en 1954, siendo su estilo casi gemelo al de “El Círculo”, con otra ubicación.
En esa construcción se le hicieron más frescos de oro que en el original. Su edificación fue concluida con dos meses de diferencia con “El Círculo”, porque hubo una especie de competencia y había que terminarlo primero. Al Colón lo concluyeron después.
“Generalmente –apuntaba Lechini- la gente que iba a ver espectáculos en los palcos superiores -gradas y paraíso- presenciaban el espectáculo de manera gratuita por sus dificultades económicas y los maestros que actuaban en Rosario con sus compañías, así como los pianistas y las coristas, se quedaban en la ciudad a vivir, en razón que les interesaba el futuro de la misma y porque se casaban con rosarinas”.
“Entre los 40 maestros italianos que se quedaron podemos mencionar al violinista Macagno y al director Miñoño. Algunos de los directores se quedaban al ser contratados para acompañar instrumentalmente las películas mudas, en las que improvisaban.
Incluso, cuando la película era importante, como el caso de la presentación del filme “Lawrence de Arabia”, los acompañantes musicales de primer nivel llegaban a cinco, los que tenían que hacer ensayos previos con cantantes como Pía Malagoni y José Güena”, me relató Lechini mientras mordía su segunda medialuna dulce.
En Rosario los músicos integraban orquestas que tocaban en la tienda “La Favorita” y en el “Hotel Savoy”, remodelado en el 2009.
También había orquestas de señoritas, una de las cuales actuaba con frecuencia frente a la Estación de Trenes Zona Norte, donde ejecutaban tangos.
Los italianos buscaban ser incluidos en los coros, ya que, decían, “así podemos comer todos los días y hasta salimos de gira”. Otra orquesta actuaba en el negocio de juego de azar “Los Dos Chinos”.
De noche, la zona continuaba viva y sin descanso con los pasajeros, llenos de bolsos, que llegaban en trenes y que colmaban el hotel “La Colonia”. (Jackemate.com)