Por Marc Español (*)
El padre Justin se muestra como un hombre retraído, introspectivo y sereno. Pero este monje espigado, de larga barba blanca y ropas polvorientas del monasterio de Santa Catalina, uno de los conventos cristianos en activo más antiguos del mundo, no puede evitar sonreír cuando habla de los tesoros que protege en su biblioteca.
Enclavado en un cañón a la sombra del monte Sinaí, en el sur de la península homónima de Egipto, el remoto monasterio, con una veintena de capillas, fue levantado en el año 565 por el emperador Justiniano para proteger un templo levantado dos siglos antes cerca de donde se cree que Moisés habría recibido los diez mandamientos. Desde entonces, jamás ha sido abandonado.
En el pasado, los preciados manuscritos del monasterio se guardaban en tres lugares: las copias de los evangelios y de los libros que se necesitaban para el culto a menudo dormían en un depósito de su pequeña pero opulenta iglesia; las obras que los monjes podían tomar prestadas para leer, en un recinto central; y los códices más antiguos, en una torre al norte del convento.
“En 1734, un obispo con un gran interés por la biblioteca reservó una serie de salas en la parte central del monasterio y pidió que todos los manuscritos se recopilaran allí. Podemos situar el origen moderno de la biblioteca en aquel momento”, explica el padre Justin, que se da un aire a Albus Dumbledore, el anciano mago de Harry Potter.
El padre Justin es el único monje, de los 25 que viven en el convento, que se encarga de custodiar su biblioteca, hoy una de las más antiguas del mundo en servicio ininterrumpido. En su interior, descansan nada menos que 3.306 manuscritos en 11 idiomas, 12.000 libros antiguos — 8.000 en griego y 1.000 en latín—, y 10.000 volúmenes impresos.
“No creo que nunca haya vivido aquí una gran comunidad. ¿Cómo es que se ha reunido entonces una biblioteca con miles de manuscritos? Bien, en parte es porque [el monasterio] nunca ha sido destruido, así que se trata de una lenta acumulación a lo largo de los siglos. Pero también se debe a que el Sinaí ha sido el destino de peregrinos llegados de todo el mundo, que algunas veces se quedaban aquí y producían manuscritos”, explica el monje.
Una caravana desde Suez
En parte, este paulatino proceso de acumulación ha sido posible gracias al clima desértico de la zona, propicio para la conservación, pero sobre todo se debe al aislamiento del convento. “Incluso en 1890 se necesitaba una caravana desde Suez, la ciudad más cercana, con camellos, suministros, porteadores y guías, y diez días a través del desierto, para llegar al monasterio”, apunta el padre Justin.
“Este aislamiento terminó en los años sesenta y setenta, cuando se construyó una carretera y mucha gente empezó a venir a diario, lo que plantea al monasterio retos que no existían antes”, añade el religioso.
A pesar de la infraestructura que conecta hoy el lugar con el resto de Egipto, alcanzarlo aún requiere de un tortuoso viaje de al menos seis horas y algunos controles policiales desde El Cairo. Solo un cansado autobús público diario lo conecta con un pueblo próximo.
Entre 2009 y 2017 se renovó la biblioteca, que hoy se encuentra en la planta superior del ala sur del convento. La obra introdujo dos cambios principales.
En primer lugar, los manuscritos se colocaron en el nivel inferior de la sala y los libros de imprenta en una galería elevada. En segundo lugar, se ideó un plan para conservar en cajas protectoras especiales las obras más preciadas.
“En aquel momento nos preguntamos qué valía la pena guardar en una caja y establecimos varias categorías: si el manuscrito tiene encuadernación bizantina, si supera una cierta edad, si tiene iluminaciones o si es significativo de cualquier otra forma lo guardaríamos en caja”, recuerda el padre Justin.
“Para cuando aplicamos las categorías, de los 3.300 manuscritos decidimos guardar 2.000”, recuerda riendo. “Ninguna biblioteca tiene dos tercios de su colección en cajas. Pero esta se lo merece porque aquí son muy antiguos y relevantes”. EL PAÍS es el primer medio que informa sobre este proyecto de conservación.
Para seleccionar esas 2.000 obras, la biblioteca se basó en una exhaustiva documentación de sus manuscritos realizada entre 2001 y 2006 por un equipo liderado por un reputado experto en conservación de libros, Nicholas Pickwoad. Luego, se pensó qué tipo de cajas sería el más adecuado. Tras descartar el cartón de archivo y la tela que usan la mayoría de las bibliotecas, así como la madera, ya que no son materiales adecuados para el clima local, se optó por fabricarlas de acero inoxidable.
Todas las cajas, de estética similar a las de seguridad de los bancos, están hechas a medida para cada manuscrito, que queda protegido en su interior por un segundo envoltorio de cartón, y cuestan de media 850 euros cada una.
Por último, un experto en conservación de patrimonio, Thanasis Velios, desarrolló un programa informático para determinar la configuración más eficiente al colocar las cajas.
“La mayoría de las bibliotecas están muy llenas y no podrían poner 2.000 manuscritos en horizontal”, explica el padre Justin, que también destaca que en su caso la mayor amenaza para la conservación de los libros no es la humedad, a diferencia de lo que suele ocurrir en las bibliotecas de las grandes ciudades europeas.
“Algunas condiciones de aquí no se pueden reproducir”, reconoce, “pero quizás podamos servir de precedente para que otras bibliotecas implementen algo similar”.
Las primeras 200 cajas llegaron al monasterio el pasado 25 de junio y otras 200 deberían hacerlo a finales de este mes de noviembre. De momento, el proyecto, que se desarrollará durante varios años, se ha asegurado fondos para “varios cientos” de cajas.
Lo financia la Fundación Santa Catalina, con sede en Londres y organizaciones asociadas en Nueva York y Ginebra.
Hacia 1997 el Padre Justin ya comenzó a tomar imágenes digitales de los manuscritos por su cuenta a fin de documentarlos, pero fue entre 2012 y 2017 cuando gracias a otro proyecto de conservación fue posible fotografiar 78 en alta resolución.
En 2018 el convento recibió nuevos fondos de la fundación estadounidense Ahmanson y del fondo británico Arcadia para hacer lo propio con los manuscritos en árabe y siríaco, trabajo que debería completarse en 2021.
El monje avanza que unos mil manuscritos podrán ser así accesibles a través de internet y calcula que es “realista” pensar que serían necesarios tan solo otros siete años más para extender el proceso al resto de la biblioteca.
“Mucha gente dice que la del Sinaí es la segunda biblioteca [más importante del mundo] tras los archivos del Vaticano. Eso es verdad para los manuscritos griegos, ya que solo el Vaticano tiene más”, afirma el padre Justin.
“Pero para encuadernaciones antiguas intactas y manuscritos antiguos siríacos y árabes cristianos, puede que el de Sinaí sea el más importante”.
Los palimpsestos, una joya oculta
Entre las reliquias que conserva la biblioteca hay libros para el culto, homilías y textos de medicina antigua. Pero una de las joyas de la colección –y una de las favoritas del padre Justin– es el Codex Sinaiticus Syriacus.
Esta obra contiene el texto casi completo de los antiguos evangelios siríacos y data de finales del siglo IV o principios del V, aunque permaneció escondido durante siglos cubierto por el texto de otra obra llamada Vidas de mujeres santas, escrito posiblemente en el año 697. Según el monje, este texto es el mejor testigo, y uno de los únicos tres en el mundo, de cómo era el texto de los evangelios en el siglo II.
El primer intento de recuperar el texto, también conocido como Palimpsesto sinaítico por tratarse de un manuscrito cuyo texto original se borró para sobrescribirlo, lo llevaron a cabo dos reputadas académicas inglesas, las gemelas Agnes y Margaret Smith, en los años noventa del siglo XIX.
Pero hasta el Proyecto de Palimpsestos que desarrolló la biblioteca entre 2012 y 2017 el anterior códice no se pudo recuperar completo usando una imagen multiespectral. El mismo proyecto reveló que otros 160 manuscritos de la biblioteca son en realidad palimpsestos y recuperó 300 textos aún más antiguos que los que se tenían.
“Tenemos palimpsestos de la zona del Cáucaso, de Etiopía y uno con una escritura que solo se utilizaba en Inglaterra entre los años 600 y 850. Estos eran los tres extremos de la cristiandad”, cuenta el monje.
“Eso muestra no solo la importancia del texto sino también que el Sinaí era por aquel entonces el destino de gente de allí. Los peregrinos tenían que superar tremendas dificultades para viajar vastas distancias y llegar al monasterio, y los manuscritos que permanecen aquí son un testimonio de aquella peregrinación”, explica. (Jackemate.com)
(*) Periodista de ‘El País’ de Madrid