Por Juan Miguel López (*)
En mi último viaje, decidí desviarme de la ruta conocida para llegar a destino por otra ruta, allí pude descubrir, y comprobar con mi experiencia, que el mapa no es el territorio.
A pesar de tener a mí alcance un mapa que me detallaba la ruta y los pueblos por los que iba a pasar; aparecían en el camino pueblos que no estaban en él.
Quizá esto, que aparece tan metafórico, es la realidad que vivimos en nuestro propio interior, donde también, existen nuestros propios mapas interiores, diferentes a los de otras personas, aunque compartamos un mismo mundo.
Dos personas pueden ver una misma puesta de sol, o escuchar una misma canción, y darle a cada una de ellas, una significación muy distinta.
Algo muy importante en nuestros mapas interiores, o sea lo que nos delinea los bordes, las inclusiones o no, son nuestras creencias, nuestros valores, configurándose así el sentido que le damos a nuestra existencia.
Si bien nuestro mapa interno se va configurando en las relaciones familiares, culturales, amistades, experiencias, llega a ser tan inflexible a veces que termina siendo un filtro perceptivo muy potente que limita la realidad exterior.
Hay personas que miran al mundo desde su propio punto de vista, hay otras que lo ven desde el punto de vista de los otros, y hay quienes tienen la experiencia de ver al mundo como un observador independiente, sin relación entre él y lo que acontece fuera de él.
La primera posición implica una visión egoísta; la segunda, alguien que se deja influir fácilmente por los demás, y el tercero será un observador alejado de la vida.
Todos, en alguna medida, hemos pasado por estas posiciones en forma natural, pero es necesario buscar un equilibrio entre todas, y no la uniformidad de estar en una de ellas.
Cuando decidimos aprender algo, nuestros valores pueden llegar a ser un filtro para no hacerlo, ya que aprender es desaprender al mismo tiempo.
La mente del principiante es aquella que puede abrirse a nuevas posibilidades, aunque eso implique cometer errores.
Estar en este punto de mente del principiante es no tener miedo a equivocarse, ni temor al error, ni a lo desconocido, porque de ello se aprende.
Llegar a una actitud abierta en el aprendizaje, tiene como punto de partida, reconocer que se aprende más del error que de los aciertos. En esa tarea de darnos a la experiencia, aunque nos equivoquemos, es necesario trabajar o darnos cuenta de nuestros filtros perceptivos, o mapas internos, para así poder transgredir nuestros propios límites, es decir, tener actualizados nuestros mapas interiores. (Jackemate.com)
(*) Psicólogo – mlopezbel@gmail.com – (0341) 156 434229