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A finales de abril, aviones sirios o rusos bombardearon el hospital Al Quds, en la parte este de la ciudad dividida de Alepo. (Halab, en árabe) Al menos 50 personas murieron y otras 80 resultaron heridas

Entre los muertos por el ataque estuvo mi querido amigo y colega, el Dr. Muhammad Wassim Mo’az, un ser humano cálido que se preocupaba mucho por sus pacientes y su comunidad. Dormía en el hospital por si hubiera una emergencia y tuviera que correr a atender a los bebés y los niños. Era el último pediatra en Alepo.

Otro amigo, el Dr. Mohammed Ahmad, también murió por los ataques aéreos. El Dr. Ahmad era apreciado por sus colegas y los habitantes de Alepo. Solía trabajar como voluntario con niños; les enseñaba a prevenir enfermedades dentales durante tiempos de guerra. Era uno de los 10 dentistas que quedaban en Alepo del este.

Los doctores Wassim y Ahmad se unen a los cientos de colegas sirios que han sido asesinados durante los últimos cinco años de guerra civil. La organización Physicians for Human Rights ha contado al menos 730 profesionales médicos asesinados.

Los ataques deliberados a hospitales y trabajadores médicos se han vuelto la norma. Tan solo un día después del bombardeo al hospital Al Quds, otro ataque aéreo destruyó una clínica de primer nivel que trataba a más de 2000 personas al mes. En la última semana, también han bombardeado a propósito escuelas, clínicas y mezquitas.

Como uno de los pocos doctores que quedan en Siria, he visto la manera en que el acuerdo de “cese de hostilidades” que se hizo en febrero se ha venido abajo. Aunque no era perfecto, este ofrecía a los civiles sirios una breve pausa después de cinco años de violencia.

Las personas habían comenzado a recuperarse durante esta tregua, a recobrar sus vidas. Pero ahora vemos un grado de destrucción que dejará a una ciudad, ya de por sí abatida, en ruinas.

Es difícil describir cómo es la vida en Alepo, a la espera de la muerte. Algunas personas incluso rezan para que esta llegue rápido y los saque de esta ciudad en llamas. Los bombardeos han alcanzado tal ferocidad que incluso las piedras se incendian. Esta semana ayudé a enterrar a un hombre cuyo cuerpo estaba tan carbonizado que nadie pudo identificarlo.

Los aviones en lo alto compiten por ser el siguiente en atacar. Sus objetivos no son militares, sino civiles: madres, padres, hermanas, hermanos, hijos e hijas cuya suerte se agotó. Así es como sobrevivimos ahora, por suerte. Todos estamos aterrorizados, nos sentimos abandonados y solos.

Los doctores y las enfermeras estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo para parecer valientes frente a nuestros pacientes. Sabemos que, para la comunidad a la que servimos, representamos la esperanza final; somos los últimos defensores de la vida en esta ciudad. Pero también estamos entre los caídos.

Todos hemos perdido hermanos y hermanas médicos por bombas de barril y ataques de misiles; no obstante, seguimos trabajando sin descanso. Hemos visto a vecinos y amigos morir frente a nosotros. Estamos agotados y ya no quedamos muchos; sin embargo, continuamos nuestros turnos de 20 horas.

Lo que más nos rompe el corazón es cuando tenemos que elegir a qué paciente salvar porque no hay doctores suficientes para atender a todos. Nuestros hospitales, a pesar de ser atacados por las bombas, siguen abarrotados de enfermos y heridos.

Aquello que alguna vez fue la santidad universal de la neutralidad médica ha sido aniquilada. Esta guerra ha hecho cenizas los viejos acuerdos sobre derechos humanos, principios humanitarios y leyes humanitarias.

Nos estamos quedando sin ataúdes para enterrar a nuestros amigos, familiares y colegas. En algún punto las balas matarán a todos y no quedará vida en Alepo. Atrapada, la gente está perdiendo cualquier resquicio de esperanza. El tiempo se nos agota; necesitamos con urgencia que se haga algo.

Hace solo algunos meses, Rusia, Estados Unidos y otros líderes mundiales hicieron lo que llamaron un firme compromiso de tregua. En este momento, no están cumpliendo con ese compromiso y las mujeres, niños y ancianos de Alepo están pagando el precio más alto. Los ataques aéreos del gobierno sirio y de los rusos apuntan a los lugares en los que se reúnen más civiles, así como a las rutas que permiten que la asistencia humanitaria llegue a Alepo del este.

El cese de las hostilidades no soluciona todo, pero su revitalización podría terminar con esta terrible masacre en Alepo y evitar el asedio que todos tememos que ocurra.

Estados Unidos debería presionar al gobierno sirio y a Rusia para que detengan inmediatamente los ataques aéreos tanto en áreas civiles como en hospitales y retiren sus aeronaves de la zona, las cuales a diario siembran miedo en los corazones de los niños en Alepo.

Las rutas a la ciudad deben permanecer abiertas con el fin de que la comida y el combustible para las ambulancias y los hospitales puedan llegar. No podemos soportar un sitio.

Estados Unidos y Rusia dicen que están comprometidos con el cese de las hostilidades y eso incluye a Alepo. Sin embargo, necesitamos más que declaraciones vacías.

Necesitamos que presionen a sus aliados para que respeten la ley de derechos humanos y el derecho humanitario internacional. Los hospitales no pueden ser blancos.

Todos deberían estar indignados con estos crímenes de guerra sistemáticos y hacer lo que puedan para detenerlos. La destrucción de Alepo ocurre a la vista del mundo. Rezamos por que se detenga. Por Alepo, por nuestros pacientes, por nosotros mismos. (Jackemate.com)

 

 

(*) Cirujano General – Coordinador en Alepo de la Sociedad Médica Sirio Americana – Especial ‘The New York Times’

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